sábado, 27 de diciembre de 2014

ORIGEN Y DIFUSIÓN DEL APELATIVO «DEL PINO» EN LA PARROQUIA DE TEROR (SS. XVII y XVIII)

GUSTAVO A. TRUJILLO YÁNEZ
Ponencia presentada en el I Encuentro de Genealogía Gran Canaria,
celebrado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País
de Gran Canaria, el 21 de noviembre de 2014.
Publicada en Ponencias del I Encuentro de Genealogía Gran Canaria, nº 1 (2015), p 115-122. Edit. RSEAPGC y Genealogías Canarias. 
Depósito Legal: GC 368-2015.

Es conocida como la Virgen del Pino, nombre que ha llegado a ser tan popular en la isla de tal manera que muchas jóvenes llevan este apelativo cristiano.
ELIZABETH MURRAY. Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859).

Apareció sobre la copa de un pino en un día de bendición para esta comarca. Proviene de ahí su segundo nombre, que llevan muchas mujeres canarias, y que fuera del país no tiene significado. Nuestras innumerables Pinos testifican la extendida devoción a la patrona de Gran Canaria
FRANCISCO GONZÁLEZ DÍAZ. Teror (1918).

INTRODUCCIÓN
Una de las formas más usuales de poner de manifiesto el afecto por una determinada
imagen o devoción, ha sido la de añadir al nombre del vástago, el del santo o santa, advocación de María o de Jesús, objeto de veneración. Así, apelativos como el de «de Candelaria» o «del Cristo» en la isla de Tenerife, el de «los Reyes» en el Hierro o de «Guadalupe» en la Gomera, se han unido desde tiempo inmemorial al nombre de infinidad de niños y niñas. En Gran Canaria, y particularmente en Teror, el sobrenombre «del Pino» también llegó a popularizarse hasta cotas importantes, siendo incontables los párvulos cristianados de esta manera, manifestando con ello, el especial fervor que sus progenitores profesaron a su Patrona. Conocer los orígenes de este apelativo, así como la forma y el contexto histórico en que se produjo su mayor difusión, será el objetivo de nuestra ponencia.
Como ya indicó en su momento el profesor Vicente Suárez Grimón, refiriéndose a la advocación de Ntra. Sra. del Pino de Teror, generalmente, la historia de esta devoción se ha analizado o considerado desde un punto de vista teleológico, es decir, contemplando su pasado en función de lo que ha sucedido después, dando lugar a considerar que «como la devoción y culto a la imagen del Pino es el que es, lo lógico es pensar que siempre ha sido así»1. Efectivamente, los acontecimientos nos han ido mostrando lo equivocado de esta última afirmación, pues el progresivo aumento del culto y posterior conversión en Patrona de la Diócesis Canariense de la imagen de la Virgen del Pino ―al igual que ha sucedido con cualquier otra devoción o patrona insular― ha sido fruto, en este caso, de un proceso iniciado en las primeras décadas del siglo XVI, momento en que se gesta el relato sobre su aparición milagrosa. Y prosigue en el siglo XVII, durante el cual la imagen adquiere el estatus de patrona insular, hasta alcanzar mayores cotas de popularidad y magnificencia en la decimoctava centuria.
Lo dicho hasta el momento es de aplicación a la costumbre aún vigente de añadir al primer nombre de los niños y niñas bautizados, o anotados en el Registro Civil de Teror, el apelativo «del Pino» como signo de homenaje y consideración a la Patrona de la Diócesis de Canarias. La postura tradicional nos llevaría a concluir que se trata de un hábito que siempre ha permanecido presente entre los terorenses, e incluso, podríamos pensar que en otros tiempos pudo haber estado mucho más extendido que en la actualidad. Sin embargo, a pesar de lo popular y frecuente que resulta ―o resultaba hasta hace poco tiempo― el empleo de este apelativo cristiano, su existencia siglos atrás no fue, ni de lejos, lo generalizada y añeja que cabría esperar.

LA IMPOSICIÓN DE NOMBRES EN LA PARROQUIA DE TEROR (1605-1630)
Al igual que hoy, durante el Antiguo Régimen, las posibilidades u opciones de elegir un nombre con el que designar a la criatura recién nacida, eran variadas. En ocasiones, el neófito era distinguido con el mismo nombre de sus progenitores o padrinos de bautizo. En otras, eran los nombres de los abuelos, tíos o cualquier otro familiar allegado, los que inspiraban la elección. Asimismo, la designación del párvulo podía estar sujeta a la moda o un momento histórico concreto, ya que también solía recurrirse a los nombres de los príncipes, reyes o papas gobernantes. No obstante, fue la coincidencia del alumbramiento con el santoral, o la presencia de la imagen titular de una parroquia o localidad, el recurso más empleado a la hora de designar al cristianado2. Por lo que respecta a Teror, el estudio de los nombres asignados a los infantes bautizados en la parroquia, nos es posible gracias a la consulta de los correspondientes tomos de bautismo, cuyo primer volumen conservado data del año 1605. De esta manera y tomando como muestra un periodo de veinticinco años (1605-1630), podemos certificar lo expuesto más arriba, pues fueron los nombres de la Sagrada Familia, así como los de santos y santas, apóstoles, evangelistas y miembros destacados de la Iglesia, los que más se repiten. Concretamente y por lo que respecta a las niñas, la nominación más frecuente fue la de María, seguida a gran distancia por la de Catalina, Juana, Ana e Isabel. Entre los varones el nombre más utilizado fue el de Juan, por delante del de Francisco, Bartolomé, Diego, Sebastián y Salvador. Los nombres compuestos, en especial aquellos que hacen referencia a alguna de muchas advocaciones con que se venera a la Virgen María, no se registran hasta bien avanzados los años setenta del siglo XVII3.

EL APELATIVO «DEL PINO»
En el caso concreto del apelativo «del Pino», la primera anotación tiene fecha del 29 de marzo de 1673, tratándose de una esclava negra adulta, a la que se le asignó el nombre de María del Pino, tal como reza en su partida de bautizo:
(Al margen: María del Pino). En el lugar de Teror, veinte y nuebe de marzo de mil seis
sientos y setenta y tres años, yo Luis Fernández de Vega, cura deste dicho lugar. Batisé, puse óleo y chrisma a María del Pino, negra bosal esclaba de doña María Pestana, abiéndola antes catequisado y instruido en la fe y dotrina christiana. Fue su padrino el lisensiado don Blas Rodrígues, clérigo de menores órdenes y por berdá lo firmé. Luis Fernández de Vega (rúbrica)4.
Por su parte, la imposición de este sobrenombre a una recién nacida no se produjo hasta el 17 de septiembre de 1679, mientras que el primer niño en recibir tal apelativo fue Juan del Pino, bautizado el 11 de septiembre de 1703. De esta manera, el caso de la esclava y de la niña, constituyen los dos únicos ejemplos constatados durante el siglo XVII. Se trata de una cifra realmente pobre, sobre todo si tenemos en cuenta que en el momento en que se registra el epíteto aludido, la imagen del Pino ya hacia tiempo que había adquirido el rango de Patrona de Gran Canaria, a raíz de su primera bajada o visita a la capital de la isla, en 1607, tal como ha señalado Suárez Grimón. No obstante, también conviene aclarar que en Teror el uso de nombres compuestos ―aunque como dijimos, comienzan a anotarse en el último tercio del Seiscientos― no se generaliza hasta bien avanzados los años treinta del siglo XVIII, por lo que el hallazgo de tal denominación resulta en sí mismo bastante inusual. Sin embargo, conviene aclarar que el registro del apelativo «del Pino», aunque anotado por primera vez en 1679, ya era empleado y conocido en el lugar, por lo que quizá, más que en una difusión en el uso de los nombres compuestos, tendríamos que pensar en una generalización progresiva a la hora de anotarlos y llevarlos al papel. De hecho, en las mismas actas bautismales no es raro que los progenitores figuren inscritos con nombres compuestos, incluidos aquellos que hacen mención expresa a la imagen titular de la parroquia o a alguna otra advocación mariana. Así, ya en 1624 tenemos registrado el caso de Juan del Pino, padre de Cristóbal. En 1701 a Juan Pérez del Pino, padre de Manuel. En 1703 a Eugenia del Pino, madre de la párvula Mª de los Ángeles. Así como a María del Pino, madre de Josefa, que en 1704 figura anotada como vecina de Fuerteventura y residente en Teror. Lo mismo habría que señalar con respecto a las actas matrimoniales, pues en éstas también resulta frecuente el registro de nombres compuestos, constando en 1657 el enlace nupcial entre Luis Ramos y María Ana del Pino. Sea como fuere, debemos concluir que la presencia del epíteto «del Pino» fue, además de tardía, bastante rara durante todo el siglo XVII, y como tendremos ocasión de comprobar, durante buena parte de la siguiente centuria.
Así, los primeros veintinueve años del siglo XVIII siguen la misma pauta que en épocas anteriores, pues sólo serán tres los niños bautizados de esta manera: María del Pino (18 de agosto de 1707) hija de Lucía, esclava del capitán don Juan de Quintana y Montesdeoca y de padre desconocido. El ejemplo ya visto de Juan del Pino (11 de septiembre de 1703) y María del Pino, bautizada el 8 de agosto de 1723. Ya en 1730 son tres los ejemplos: Francisca del Pino (30 de julio de 1730), Francisca del Pino (14 de septiembre de 1730) y Josefa del Pino (15 de octubre de 1730). A partir de esa fecha, el promedio de niños y niñas a los que se les añade este sobrenombre apenas crece, oscilando entre uno (1731, 1733, 1739 y 1741) y cuatro individuos por año (1744 y 1749) no hallándose ningún caso durante los años 1732, 1734, 1735, 1742, 1746 y 1750. Por lo tanto, como podemos observar, hasta la primera mitad del siglo XVIII el uso del apelativo «del Pino» puede calificarse como de poco común o frecuente, por no decir excepcional, llegando a constituir en el mejor de los casos tan sólo un 4% del total de los nombres registrados. Esta situación permanecerá invariable durante los años 1751 a 1759, momento a partir del cual su uso se elevará de manera exponencial.
Efectivamente, a partir 1760 comenzamos a observar un cambio significativo en la cantidad de párvulos a los que se les añade el sobrenombre «del Pino». En 1760 y 1761 el aumento es aún moderado, pues el número de recién nacidos a los que se asigna este apelativo asciende a siete y ocho respectivamente. Sin embargo, en 1762 ya registramos trece ejemplos, que aumentan a veinte en 1763, y vuelven a bajar a doce en 1764. En 1765 la cantidad se eleva a treinta y seis, y en 1766 a veinte y ocho, convirtiéndose el bienio 1767-1768 en el de mayor crecimiento en el número de casos, pues ya fueron cincuenta y nueve los niños registrados en ambos años, llegando a constituir el 47,5% y 54,6 % de los nombres anotados durante ese periodo.
La de «María del Pino» (junto con otras variables como la Mª Ana del Pino, Mª Micaela del Pino o Mª del Pino de las Mercedes) fue la nominación preferida por los terorenses que aplicaron este nombre al de sus hijas. Entre 1725-1775 fue elegido en la gran mayoría de
ocasiones, constituyendo el 74,1 % del total de niñas bautizadas con nombres compuestos alusivos a advocaciones marianas. Seguida a gran distancia por el de «Josefa del Pino» (y sus variables Josefa Antonia del Pino, Josefa Catalina del Pino, Josefa Lucana del Pino o Josefa María del Pino). Entre los niños fue el nombre de «José del Pino» (y variables como la de José del Pino de Santo Domingo, José Antonio del Pino o José Manuel del Pino) con un 48,1 % el más frecuente.
En ningún caso se trató de un sobrenombre privativo o distintivo de un determinado estamento social, ya que los grupos menos favorecidos también hicieron uso de él. El 5 de abril de 1764, se bautiza a María Micaela del Pino, expósita a la que, según anotación del párroco don Lázaro Marrero y Montesdeoca «arrojaron por la noche entre la mucha gente que ocurrió en la venida de Ntra. Señora del Pino, que avían llevado a la ciudad en rogativa, sobre una piedras, a la puerta de un vecino deste Lugar; la qual niña al parecer tenía dos días, y la remití a los venerables curas del Sagrario». Otro ejemplo lo constituye el anotado el 31 de diciembre de 1767, con el bautizo de Silvestre del Pino, hijo de Ángela Traviesa y de padre no conocido.
En todo caso, el apelativo «del Pino» fue siempre superior al de otros títulos marianos como el de la Candelaria, del Rosario, la Encarnación o las Nieves, devociones que también contaron con sus respectivas imágenes y cofradías en la parroquia terorense. La Virgen de Candelaria, cuyo nombre fue empleado por el 2,6 % de los infantes bautizados durante los años 1725-1775, contó con su propio altar y cofradía desde al menos el año 1620, hasta que fue retirada del culto en 1766 bajo el pretexto de no disponer de un nicho o lugar capaz para acogerla en la nueva iglesia que estaba a punto de inaugurarse5. Por su parte, la imagen del Rosario, de gran veneración entre el vecindario de Teror, inspiró el nombre del 5,4 % de los párvulos, también contó con su respectivo simulacro, hasta su retirada del culto en 1793 por el obispo Tavira, así como con su cofradía creada en 15996. Asimismo, la imagen de la Encarnación (2,3 %) dispuso de altar propio y cofradía desde 1608, año en que se cita por primera vez. Por su parte, la advocación de las Nieves, cuya nominación fue empleada por el 3,6 % de los párvulos, ya era venerada en su ermita del barrio de El Palmar desde los primeros años el siglo XVI. Caso aparte merece la advocación de Ntra. Sra. de la Concepción, que fue después de la del Pino, la de mayor presencia entre los nombres registrados (6,5 %), ya que no contó ni con imagen ni con altar propio en ninguno de los tres recintos sagrados de la parroquia de Teror.
Principales advocaciones marianas y su presencia en los nombres de los párvulos bautizados en la Parroquia de Teror (1725-1775).

EL CONTEXTO HISTÓRICO
Llegados a este punto conviene preguntarse por qué se produce este aumento tan significativo de niños a los que se les bautiza con el apelativo «del Pino», registrado durante los años 1760 a 1767. El párroco de Teror, don Lázaro Marrero y Montesdeoca, quien rigió la parroquia durante los años 1750 a 1769, atribuye el origen de esta tradición al obispo don Francisco Javier Delgado y Venegas, quien durante su visita a la parroquia en 1766, anima y promueve su uso:
Mui de notar es la gran devoción deste Ilustrísimo Señor que verdaderamente en los muchos pasajes que se observaron en sus obsequiosas acciones, dieron a entender le avía aprisionado su reverente corazón esta celestial Señora, de tal forma que parece que jamás se le apartaba de su memoria ni le sazonaba conversación donde no se nombrare Nuestra Señora del Pino. Y aún se lastimaba de ver que todas las niñas que confirmaba y les avían puesto en su bautismo el nombre de María, no fuera con el epíteto del Pino, como más de una vez lo manifestó. Y se extendió este reverente sentimiento en el lugar, de manera que hasta a los hombres se lo añaden al nombre que eligen quando los bautizan desde que percibieron esta noticia7.
En realidad, como tuvimos ocasión de comprobar, se trata de un proceso de mucho mayor recorrido. De hecho el aumento en el número de bautizos en los que se añade al nombre principal el apelativo del Pino es anterior a la visita del obispo Delgado y Venegas, concretamente a partir del año 1760, aunque con antecedentes en el siglo XVII, como ya hemos visto. Asimismo, tanto la aparición como el posterior incremento de la cantidad de niños y niñas a los que se les suma el epíteto del Pino, tienen lugar en contexto histórico que no se puede pasar por alto. El bautizo de la esclava María del Pino (1673) se produce en un momento donde la imagen del Pino ya hace tiempo que se ha convertido en la Patrona Insular, a raíz de su primera Bajada a Las Palmas en 1607. Es en el siglo XVII cuando datamos las primeras referencias sobre su aparición milagrosa (Cámara y Murga en 1631, Francisco López de Ulloa en 1646 o fray José de Sosa en 1678), sus primeras manifestaciones pictóricas (Francisco de Paula en 1690 y Gaspar Pérez 1695) y cuando comienzan a anotarse sus milagros (Información de la caída del Pino en 1684). Por su parte, en el siglo XVIII, y de forma concreta los años 1760 a 1767, coinciden con los de la construcción de la actual Basílica del Pino. Precisamente, el año 1767 (el de mayor crecimiento en el registro del apelativo objeto de estudio) supuso la culminación a siete años de duros trabajos que dotaron a la Patrona de Gran Canaria de un templo digno de su categoría, al que se fueron sumando desde mucho antes, todo tipo de ofrendas, donaciones y dádivas por parte de todos los sectores de la sociedad, pero especialmente de las autoridades civiles y eclesiásticas (Cabildo eclesiástico y el Ayuntamiento o Concejo de la isla) quienes encontraron en esta devoción un icono capaz de aglutinar y dar respuesta a las ansias y aflicciones de los grancanarios, así como el mejor escaparate posible para hacer gala de su poderío espiritual, político y económico, dando lugar a frecuentes conflictos de etiqueta y discrepancias por su preeminencia. En este sentido, la invitación de Delgado y Venegas a hacer uso del sobrenombre del Pino, al margen de la visión piadosa y afable que se pueda tener de tal hecho, supuso uno más de los muchos puntos o capítulos de un programa auspiciado por el grupo dirigente, interesado en alentar y estimular, aún más si cabe, el sentimiento popular de veneración hacia la imagen de la Patrona; junto con la difusión del relato de su aparición portentosa, así como la proliferación de episodios y narraciones prodigiosas que otorgaron a la advocación fama de imagen milagrosa e intercesora ante cualquier tipo de peligro e infortunio personal o colectivo.
Sirva como prueba de ese padrinazgo ejercido por la aristocracia insular, el bautizo del párvulo Salvador Antonio Estanislao María del Pino, anotado el 6 de agosto de 1766. En la ceremonia, cargada de un fuerte simbolismo (por tratarse del primer infante que recibió las aguas bautismales en el recién estrenado baptisterio de la actual iglesia) participaron en calidad de oficiante y padrino, don Estanislao de Lugo y Viña (tesorero de la Catedral, gobernador, provisor, vicario general y mayordomo de la parroquia de Teror) y el coronel don Antonio de la Rocha, ingeniero y director de las obras del actual templo. De ambos personajes ilustres, tomará el pequeño Salvador los nombres de Antonio y Estanislao, a los que se añadió el de María del Pino, en alusión a la imagen titular de la parroquia:
(Al margen: Salvador Antonio Stanislao María del Pino. Este fue el primero infante que se bautizó en el baptisterio de la nueva yglesia). En el Lugar de Teror, a seis de agosto de mil setecientos sesenta y seis años, yo el Licenciado don Stanislao de Lugo y Viña, thesorero dignidad en la Santa Yglesia, governador, provisor y vicario general deste Obispado, bautizé, puse óleo y chrisma a Salvador Antonio Stanislao María del Pino, hijo legítimo de Francisco Naranjo y de Sebastiana Suárez, vecinos de dicho Lugar. Fue su padrino el coronel don Antonio de la Rocha, y nació dicho bautizado a cinco de dicho mes, y para que conste lo firmé. Stanislao de Lugo (rúbrica)8.
En todo caso, esta labor de impulso y promoción llevada a cabo por Delgado y Venegas, ya fue iniciada años antes, aunque de forma más subliminal, y también menos efectiva, a través de la difusión de ciertos relatos milagrosos atribuidos a la Patrona de Gran Canaria. Entre éstos, el episodio de Mustafá, esclavo de don Blas de Carvajal Aguilar, quien tras resistirse a ser bautizado, termina por convertirse bajo la denominación de Juan del Pino:
Pero de repente, un día al amaneser, inopinadamente comensó a dar voces por su amo para que lo bautizase, diciéndole que aquella noche avía estado con él una Señora muí linda, con que estaba el cuerto muí resplandeciente. I le dixo que se bautisase i se pusiese Juan del Pino, porque ella se llamaba María del Pino. I con efecto le echaron agua i a tres o quatro días se lo llevó Dios para sí. Experimentando todos este gran prodigio en la ocasión que esta Imagen Santísima estaba en esta ciudad por cierta necesidad9.
O el de la religiosa del convento de Santa Clara que adopta el nombre de Sor María del Pino, en agradecimiento a la imagen del Niño que porta la Patrona en sus brazos, quien al parecer ayudó a la monja a mantenerse firme en su fe tras ser capturada a tierna edad por unos piratas moros, que intentaron inútilmente seducirla a renegar de su religión:
Pero aviendo entrado en la yglecia del lugar de Teror, apenas le descubrieron la imagen, sin preguntarle comensó a dar boces diciendo que era aquel el niño que le decía en Berbería se mantubiese en la fe. Por cuia reverencia esta muger tomó el ábito en el convento de las religiosas claras de la ciudad de esta Ysla de Canaria, con el nombre de Santa María del Pino10.

OTROS EJEMPLOS
El caso del sobrenombre utilizado para honrar a la Patrona de Gran Canaria no fue el único
en la parroquia de Teror. Citamos aquí los ejemplos de «María de las Mercedes» y «Vicente». Del primero, resulta bastante significativo que su uso se registre y comience a popularizar a partir del año 1756, coincidiendo con la segunda visita a Teror en agosto de
ese mismo año, del obispo fray Valentín Morán y Estrada, devoto de la advocación de Ntra. Sra. de las Mercedes, patrona de los frailes mercedarios, orden a la que pertenecía11. Po su parte, el nombre de Vicente se anota por primera vez el 14 de abril de 1727, con el bautizo de Vicente Manuel, hijo de Bartolomé Pérez e Isabel Sánchez. Precisamente en torno a esa fecha se produce la llegada y colocación en la iglesia de Teror de la imagen del santo valenciano. Es más, durante el periodo comprendido entre el año 1605 y 1726 no se registra ningún caso. Entre 1727 y 1741 dieciocho casos. Y entre 1741 y 1754 la cantidad se eleva a 87 casos, momento en que su imagen es trasladada a Valleseco y se inaugura su ermita en 174612.

CONCLUSIONES
Los años comprendidos entre 1760 y 1767 fueron testigo de un aumento espectacular en la cantidad de niños y niñas bautizados con el epíteto del Pino. Una generalización, que coincide con los años de construcción de la actual Basílica del Pino y de mayor esplendor del culto, y que si bien pudo ser fruto de la propia iniciativa de los terorenses, se vio alentada y promovida por el obispo Delgado y Venegas, al igual que hiciera años atrás con el nombre de María de las Mercedes, el prelado fray Valentín Morán y Estrada, o con el nombre de Vicente, los promotores de su devoción. En definitiva, una generalización que refleja lo que Velasco Maillo ha dado en llamar «apropiación del símbolo», y es que el siglo XVIII y de forma especial el periodo comprendido entre los años 1760 y 1767, supuso el clímax de un proceso iniciado mucho tiempo atrás, como fue el de la creciente importancia que el culto a la imagen del Pino fue adquiriendo entre los grancanarios de a pie, y especialmente entre sus clases dirigentes, quienes se apropiaron y acapararon su devoción. En este sentido, el uso cada vez más frecuente del apelativo del Pino, es reflejo de una fe y religiosidad popular cada vez más identificada con su Patrona, pero también de un «programa» orquestado por los poderosos (a quiénes sería injusto no suponer también un sentimiento y motivación devota o piadosa en sus acciones) que apostaron por situar a la advocación de Ntra. Sra. del Pino en la posición de importancia que llegó a alcanzar durante el siglo XVIII, calificado por el sacerdote José García Ortega como el «Siglo de Oro» de la devoción.
Desconocemos la posterior evolución que el apelativo del Pino tuvo en los años finales del siglo XVIII así como en los siglos XIX y XX, aunque cabe suponer que su uso fue en aumento, tal como se desprende de lo anotado por la británica Elizabeth Murray en su libro Recuerdos de Gran Canaria y Tenerife (1859) y por Francisco González Díaz en su libro dedicado a Teror (1918) quienes llamaron la atención de la popularidad de este epíteto no sólo en Teror, sino también en toda la isla de Gran Canaria.

NOTAS
1 SUÁREZ GRIMÓN, V. Las bajadas de la Imagen de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas (1607-1815). Las Palmas de Gran Canaria: Anroart Ediciones, 2007, pp. 23-28.
2 RODRÍGUEZ CALLEJA, J. E. La población de Arucas y Moya en el siglo XVII. Las Palmas de Gran Canaria: Servicio de publicaciones y producción documental de la U.L.P.G.C., 2002, pp.116-120. Del mismo autor: «Imposición de nombres en Agüimes durante el siglo XVII», en XV Coloquio de Historia Canario-Americana. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 2004, 357-374. Y RODRÍGUEZ CALLEJA, J. E. y VIERA ORTEGA, A. J. La población de Telde en el s. XVI. Las Palmas de Gran Canaria: M. I. Ayuntamiento de Telde-Caja Rural de Canarias, 2007, pp. 72-79.
3 El 27 de diciembre de 1675 registramos por primera vez el nombre de María del Carmen. ARCHIVO PARROQUIAL DE TEROR (en adelante A.P.T.). Libro 2 de Bautizos, f. 119v.). el 5 de agosto de 1703 el de María de los Ángeles (Libro 3 de Bautizos, f. 97r.). El 10 de diciembre de 1707 el de María de la Concepción (Libro 3 de Bautizos, f. 157v.). El 16 de abril de 1712 María del Rosario (Libro 3 de Bautizos, f. 225r.). Y el 10 de febrero de 1715 el de Lucía de Candelaria (Libro 3 de Bautizos, f. 263r.) entre otros.
4 A.P.T. Libro 2 de Bautizos, f. 91v.
5 GARCÍA ORTEGA, J. Nuestra Señora del Pino. Historia del culto a la venerada imagen de la Patrona de Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Librería y Tipografía Católica, 1936, p. 83. El mandato de Delgado y Venegas ha sido reproducido por SUÁREZ GRIMÓN, V. y SÁNCHEZ OJEDA, F. J. «Los documentos históricos», en El Pino: Historia, tradición y espiritualidad canaria. Las Palmas de Gran Canaria: Editorial Prensa Canaria, 2002, p. 642.
6 SUÁREZ GRIMÓN, V. Contribución al estudio de la historia de la enseñanza en Gran Canaria: La escuela de patronato de Teror (1790-1936). Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Iltre. Ayuntamiento de la Villa de Teror, 1990, pp. 71-77.
7 A.P.T. Libro 1 de Confirmaciones, ff. 274v-275r. El subrayado es nuestro.
8 A.P.T. Libro 6 de Bautizos, f. 173r.
9 Véase a TRUJILLO YÁNEZ, G.A. Los milagros de la Virgen del Pino de Teror. Imagen y religiosidad barroca en Canarias. Las Palmas de Gran Canaria: Anroart Ediciones, 2012, p. 183. El subrayado es nuestro.
10 Ídem, p. 159. El subrayado es nuestro.
11 ALZOLA GONZÁLEZ, J. M. «El manuscrito de Fray Juan de Medinilla», en Homenaje a Don Elías Serra Ráfols. Universidad de La Laguna, 1970, t. I, pp. 149-166.
12 Valleseco era un pago más de Teror hasta su separación política en 1842 y religiosa en 1846. Sobre el proceso de su emancipación véase a SUÁREZ GRIMÓN, V. Teror y la separación de Valleseco. 150 Aniversario. Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Iltre. Ayuntamiento de Valleseco, 1992.

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