AÑO GENEALÓGICO FRANCISCO FERNÁNDEZ DE BETHENCOURT
Ponencia presentada en el III Encuentro de Genealogía Gran Canaria,
celebrado en Las Palmas de Gran Canaria, los días 15-17 noviembre de 2016,
Publicado en Ponencias del III Encuentro de Genealogía Gran Canaria, nº 3 (2016)
Depósito Legal: 368-2015
La lectura de los distintos artículos que se han ido publicando en
Genealogías Canarias, resultado de
investigaciones en archivos históricos, resultan de interés antropológico,
entre otros aspectos, porque apuntan a procesos históricos y socio culturales
más amplios en los que, apellidos y sus orígenes, matrimonios, familias o filiaciones,
se van produciendo y reproduciendo en “viajes de ida y vuelta” desde fuera
hacia adentro y desde dentro hacia fuera de las Islas Canarias. Desde este
punto de vista, sus informaciones adquieren interés etnohistórico donde
observar la
importancia de las filiaciones y reproducción de las familias canarias
vinculadas a procesos socioeconómicos inter-atlánticos que se inician desde
finales del siglo XV (Wolf 1986).
Foto: Casa-Museo de Colón. Las Palmas de G.C. |
De
ahí que, además de la reproducción de la familia y el
parentesco, estas informaciones posibiliten, desde una contextualización
histórica, seguir procesos de etnicidad, identidad, clase, género o generación articulándolos
en los contextos más globales en los que se generaron como resultado de la
conquista de las islas, el colonialismo español o la expansión del capitalismo europeo
(Hernández García 1987; Balboa Navarro 2006; Carnero y Nuez 2006). Y en el caso específico de los desplazamientos de
población, recuperar “historias escondidas” protagonizadas por miembros
concretos de estas familias canarias para observar y analizar lo que el
antropólogo norteamericano Eric Wolf (1986) denominó Europa y la gente sin historia. Es
decir, recuperar y contextualizar “historias escondidas”, hasta ahora no
contadas, para ofrecer, a partir de ellas, otras narraciones que, articuladas en
estos contextos socioculturales nos permitan comprender y conocer condiciones macro
y micro estructurales bajo las cuales estas familias tuvieron que migrar y sus consecuencias
socioculturales (Schneider y Rapp 1995).
Con el objeto de entresacar de ellas, desde análisis basados en clase, género,
generación o identidad étnica, otros aspectos no contados en historias
construidas desde distintos posicionamientos ideológicos de poder.
A partir de algunos de los artículos y de informaciones familiares
que se ofrecen en Genealogías Canarias,
éste es el propósito de esta presentación: extraer y analizar desde una
contextualización histórica las trayectorias migratorias fuera de las islas de
algunas de estas familias para así reconstruir nuevas narrativas sobre
identidades canarias que han cruzado fronteras geográficas, sociales y
culturales. Con esta finalidad se han seleccionado las historias migratorias de
tres familias de estas genealogías: la migración de la familia Hidalgo Zambrana
a Luisiana a finales del siglo XVIII, cuando este estado estadounidense era
colonia española, escrita por Cristina López-Trejo Díaz (2012); la de la
familia Marrero Alfonso al reciente estado poscolonial centroamericano de Costa
Rica, en la segunda mitad del siglo XIX, escrita por Juanita Elsa Morúa Miranda(2015); y la de la familia Castellano a Cuba, desde mediados del siglo XIX,
cuando todavía era colonia española, hasta la tercera década el siglo XX escrita
por María Castellanos Collins (2014).
Diversidad étnica, identidad y migraciones canarias
“Las islas Canarias después de su conquista por los castellanos, y
su primer poblamiento, se convirtió en un crisol de indígenas de orígenes
bereber, además de oleadas de personas procedentes de diferentes lugares:
España, Portugal, Normandía, Génova y Flandes (…) así como de aquellos que se
trajeron obligados e ignominiosamente fueron convertidos en esclavos: subsaharianos
y berberiscos” (Egea Molina 2012a).
Uno de los aspectos en los que más se insisten en los
artículos publicados en Genealogías Canarias es en la diversidad étnica de las familias canarias: bereber,
castellanos, andaluces, portugueses, genoveses, normandos o flamencos, entre
otros. Esta diversidad no hace más que incidir en la íntima vinculación de la
formación de la sociedad canaria con la expansión colonial europea y,
posteriormente, con sus relaciones inter-atlánticas ligadas, por ejemplo, al
comercio de esclavo en los inicios de la conquista, al de la caña de azúcar,
fundamentalmente desde finales del siglo XIV, o a su continua dependencia
desde
entonces de las demandas del mercado internacional.
ikuska.com |
A este respecto cabría destacar datos que aportan artículos como
los de Faneque Hernández Bautista y Juan García Torres (2013) o Eugenio Egea
Molina (2012b; 2013), referente a apellidos canarios, normandos, flamencos o
genoveses y que se contextualizan históricamente con el auge de la producción
de la caña de azúcar para la exportación; propiciando desplazamientos de población
tanto del continente africano como europeo: esclavos mayormente africanos para
trabajar en los ingenios que se expandían por el litoral de Gran Canaria,
hacendados peninsulares beneficiarios de los repartimientos de la conquista o
comerciantes del resto de Europa buscando las oportunidades de un comercio floreciente en el Atlántico. Al
tiempo que se destaca que la población autóctona de las islas había sido,
después de un siglo de conquista, diezmada, esclavizada o forzosamente
asimilada (ver también Crosby 1988).
Desde entonces, la economía canaria, que ha estado totalmente
dependiente de los monocultivos demandados por el mercado exterior, ha ido
incidiendo en el desarrollo asimétrico de su estructura social; como así se
reitera en los distintos artículos: tanto en la reproducción endogámica de las
familias, por ejemplo, como en los sucesivos desplazamientos de población hacia
el continente americano. Y que, desde finales del siglo XVIII, adquieren particular
relevancia, como se mostrará en los siguientes apartados. A este respecto, aunque
hasta la mitad del siglo XX, Cuba y Venezuela fueran los países receptores más
importantes de estos desplazamientos, hay que destacar otros destinos, probablemente
menos conocidos para la gran mayoría, donde familias canarias también se fueron
asentando: República Dominicana, Puerto Rico, México, Costa Rica, Uruguay,
Argentina o Estados Unidos (Hernández García 1987; Balboa Navarro 2006).
Salvo
excepciones, gran parte de estos desplazamientos se llevaron a cabo siguiendo
patrones de reclutamiento oficiales con el propósito de llevar a cabo políticas
coloniales de asentamiento y/o propiciar desarrollos económicos,
particularmente, agrícolas de las colonias americanas.[1]
A partir de finales del siglo XVIII, aunque el número de migrantes varones
doblaba el de mujeres, el porcentaje de la migración de éstas no dejó de ser
significativo, superando al de otras regiones españolas y otros países emisores
(Hernández García 1987); desempeñando un importante papel en los patrones
migratorios basados en la familia, en su reproducción endogámica y en la
inculturación de valores culturales e identitarios canarios en las sociedades
de asentamiento (Galván 1996).
Identidad
“isleña” y diversidad cultural en Estados Unidos
Como describe Cristina López-Trejo Díaz (2012) el 29 de octubre de 1778, José Hidalgo Romero de 32
años, originario de Agüimes (Gran Canaria), su
esposa, Isabel Zambrana Morales de 33 años, y sus tres hijos, Gregorio de 10
años, Francisco de 9 y Juan Ignacio de meses, parten en la fragata San Ignacio
de Loyola, junto a otros 418 pasajeros canarios hacia la entonces colonia
española de Luisiana. Y que, junto a las otras familias canarias, esta familia
se asentó en la popularmente conocida como isla de Delacroix, al sur de Nueva
Orleans. Antes de partir, López-Trejo Díaz (2012) señala que, como cabeza de
familia, a José Hidalgo Romero se le dio 45 reales y herramientas con la
promesa de que cuando llegaran al lugar de destino se le entregaría a la
familia un terreno, una vivienda y otros 45 reales.
Una vez establecidos en la
región, se dedicaron –según la autora– a la caza y la pesca, particularmente, de un cangrejo
de río que los isleños llamaban “jaiba”. Y que esta familia, junto al resto de familias
canarias que se fueron asentando en la región, vivieron aislados durante mucho
tiempo. Se reunían con los demás isleños para, entre otras
actividades, contar
“historias de su tierra” y cantar “tonadillas típicas de Canarias”. Cabe
destacar como otro de los datos relevantes de la genealogía de Hidalgo Zambra la
reproducción endogámica de estas familias canarias que durante bastante tiempo mantuvieron
la costumbre de casarse entre ellos.
Canary Islanders Heritage Society of Louisiana |
Los
datos que aporta Cristina López-Trejo Díaz (2012) sobre la genealogía de esta familia coinciden –con la excepción de un dato de género– con los que aporta el historiador estadounidense
Gilbert C. Din (1988) que en la década de los setenta inicia investigaciones sobre
los “isleños”, como así se les llama a los descendientes de estas familias
canarias en Luisiana. Este autor incluye en el anexo de su monografía The Canary Islanders of Louisiana,
listados de las embarcaciones en las que estas familias canarias fueron
llevadas desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife; así como otras listas con
los nombres de cada miembro de las familias que viajaron en cada una de las
embarcaciones y la edad de sus hijos. En una de éstas, se encuentran los
nombres de los componentes de la familia Hidalgo Zambrana (ver Cuadro 1) compuesta por: José Hidalgo, Isabel Zambrana (esposa),
Gregorio, hijo de 10 años, Francisca –en vez de Francisco– de 9 años, y el
entonces más pequeño, Juan, al que se le atribuye 10 meses de edad.
Como el resto de los
canarios que migraron a Luisana a finales del siglo XVIII, la familia Hidalgo Zambrana
y sus tres hijos fueron reclutados para llevar a cabo un plan de colonización y
defensa de esta ex colonia francesa que recién había sido traspasada a España
en 1764. De ahí que, entre
1777 y 1779, se embarcaran en nueve fragatas “setecientos reclutas y sus
familias”; para arribar a Luisiana siete de estas nueve embarcaciones: unas 500
familias que, junto a algunas personas solteras, contabilizaban,
aproximadamente, un total de 2.000 personas. Con todo, y como señala Hernández González (2008: 147), de las 4.312 personas que
embarcaron en estos barcos, algo más de la mitad, procedentes mayormente de las
islas de La Gomera y Gran Canaria, no llegaron a Luisiana al desertar una vez
que las embarcaciones en las que viajaban hicieron escala en La Habana (Cuba).
A estos
inmigrantes isleños –destaca Gilbert C. Din (1992: 833)– que fueron “reclutados entre la gente pobre” de las
islas, el gobierno español les concedió “pequeñas cantidades de tierra” de 576
x 7.680 pies frente al río Misisipi, en las localidades de Galveztown,
Barataria, Valenzuela y San Bernardo, y que muy a duras penas tuvieron que “desmontar
de árboles y vegetación”.
Éste sería el
comienzo de un duro proceso de asentamiento y desplazamientos locales, a un
lado y otro de las márgenes del río Misisipi –durante la colonización española
y después de la anexión del territorio a Estados Unidos en 1803 –como consecuencia
de inundaciones ocasionadas por huracanes, penurias, enfermedades, muertes y aislamiento.
Después de dos siglos, Gilbert C. Din (1992: 838-39) calculaba
que en torno a 50.000
personas descendían, en algún grado, de estas familias canarias. Y que tan solo
una minoría de ellas conservan algunas de las tradiciones culturales de las
islas.
Merece
la pena destacar el contexto en el que Gilbert C. Din (1988) inicia esta
investigación sobre la presencia histórica de los canarios en Luisiana, en la
década de los setenta, así como el significado social y cultural de ésta como minoría
“isleña”. Esta investigación surge en pleno auge de la lucha y conquista de los
Derechos Civiles en Estados Unidos y, por lo tanto, del comienzo oficial del
reconocimiento histórico de la diversidad social y cultural en el país; después
de estrictas políticas asimilacionistas y de exclusión social de sus minorías (nativos
americanos, afroamericanos, chicanos o hispanos/latinos, entre otras). De ahí la
pretensión de Gilbert
C. Din (1992: 832) de fundamentar históricamente y, a la vez, reivindicar las
raíces históricas de la presencia de esta minoría canaria incluso antes de la
conformación actual de la Unión; así como su contribución al multiculturalismo
de la sociedad estadounidense (ver
también Mc-Curdy 1975; Coles 2011). A este respecto, este historiador afirma
que los isleños canarios como minoría social histórica en Estados Unidos no fue
suficientemente reconocida. Sobre todo, porque con respecto a otras minorías
que se han ido estableciendo posteriormente, estas “comunidades isleñas del sur
de La Luisiana” representan “las primeras comunidades hispanas anexionadas por
los Estados Unidos”.
Reclutamiento y condiciones laborales de
migrantes canarios en Costa Rica
En al artículo “Arribo delos Marrero Alfonso y establecimiento en Costa Rica” de Juanita Elsa Morúa
Miranda (2015), la autora ofrece
datos sobre la emigración a Costa Rica en 1880 de Juan Marrero, reclutado para trabajar en la caña de azúcar, y de su hija Clotilde
Marrero Alfonso, en el servicio doméstico. Según los datos que aporta la
autora, ambos se asientan en la finca de Luis Demetrio Tinoco en la ciudad de
Cartago; familia de comerciantes
y propietarias de bancos en Costa Rica.
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Una vez que cumplen con las condiciones estipuladas en los contratos
realizados de reclutamiento, Miguel Marrero –según la autora– deja la finca para trabajar como obrero en la
construcción del ferrocarril; mientras su hija Clotilde consigue un nuevo
trabajo como “ama de llaves de la familia Odio Giró”. Según la
profesora de la Universidad de Costa Rica, Giselle Marín Araya (1999a: 320-21),
a finales del siglo XIX, Canarias fue, después de Galicia, la región española de
mayor emisión de migrantes a Costa Rica. Apuntando a factores demográficos –esta
autora destaca– entre otros, factores económicos para explicar estas
migraciones, como la introducción de la anilina
que desplaza a la cochinilla como el monocultivo de mayor exportación de las
islas a partir de 1870. Otros autores también incluyen factores ecológicos,
como la sequía, sobre todo teniendo en cuenta que la economía canaria dependía
de la agricultura, los bajos salarios y la carestía de la vida, ya que, salvo el
periodo anterior del auge de la cochinilla, estos eran muy bajos y los
artículos de primera necesidad muy costosos (Hernández García 1987; Balboa
Navarro 2006). La elección de Costa Rica como país de destino de estas
migraciones tuvo que ver, entre otros factores culturales, con la necesidad de
la República centroamericana de mano de obra para trabajar en la agricultura y en
la construcción del ferrocarril. Trabajos que, según Morúa
Miranda (2015), Miguel Marrero desempeñó.
Los
canarios que emigraron a Costa Rica, como Miguel y Clotilde, parecen seguir el mismo patrón de
migración: sistema de reclutamiento y la incorporación laboral agrícola y construcción,
en este caso del ferrocarril, o minas, los varones, y en el servicio doméstico,
las mujeres (Hernández García 1987). Según Marín Araya (1999b), en 1871, en Costa Rica se solicita a
Valeriano Fernández Ferraz (Cuesta 1982), de origen canario, reclutar trabajadores
canarios a través de “un cuñado” que era “capitán de un buque que se dedica a transportar inmigrantes a Ultramar”. Valeriano Fernández
Ferraz y su hermano habían emigrado al país centroamericanos en 1869
contratados, junto a otros cinco canarios, para colaborar en la reforma
educativa que se estaba llevando en el país (Marín Araya 1999b; Cuesta 1982).
Los
contratos de reclutamiento que de los trabajadores canarios solían realizarse
eran bastante estrictos. Hasta tal punto que mantenían sometidos a los trabajadores
inmigrantes a las condiciones iniciales acordadas durante los cinco primeros
años. De ahí que como señala Juanita Elsa Morúa Miranda (2015), Miguel Marrero y su hija Clotilde no
pudieran dejarlos hasta cumplir con las condiciones pactadas; siguiendo a
menudo duras jornadas laborales (incluidos festivos). Puesto que la mayoría de los estos contratos
incluían los gastos del pasaje, ésta supuso una estrategia de reclutadores y
empleadores –según afirma el historiador Julio Hernández
García (1987: 26) –, para controlar a los inmigrantes durante años, a
través de este tipo de sistema de endeudamiento:
El precio
elevado del billete de embarque, dio lugar a que muchos se viesen obligados a
firmar la contrata de trabajo, porque en ella iba incluido el transporte y
demás gastos. Por la contrata (como seguidamente comentaremos) miles de isleños
quedaron durante años atrapados, sin poder escoger otros puestos de trabajo
mejor remunerados hasta que no cumpliesen el plazo estipulado, o bien pagasen
todo el dinero que “generosamente” se les había anticipado, lo que en la
práctica resultaba poco menos que imposible por la carencia de recursos del
isleño.
Morúa Miranda (2008) también informa del Acta de Defunción de Miguel
Marrero, fechada en Turrialba en 1890 y que su “muerte pudo ser por un
accidente trabajando en la
construcción del Ferrocarril”. De hecho –según señala– el historiador Hernández García (1987: 29), muchos de los inmigrantes trabajaron en la construcción de las vías férreas o “en la desecación de zonas pantanosas, murieron víctimas de las duras condiciones de trabajo y del implacable clima, así como por los gases tóxicos que los pantanos emanaban”. Eran trabajos que –según el autor– y tal y como se reflejaba en la prensa de la época rechazaban los costarricenses. Condiciones laborales que –como también destaca Marín Araya (1999a: 325)- hizo que las autoridades españolas se mostraran reticentes a favorecer nuevos reclutamientos de trabajadores canarios en 1878 debido a los abusos de “agentes y contratistas”.
construcción del Ferrocarril”. De hecho –según señala– el historiador Hernández García (1987: 29), muchos de los inmigrantes trabajaron en la construcción de las vías férreas o “en la desecación de zonas pantanosas, murieron víctimas de las duras condiciones de trabajo y del implacable clima, así como por los gases tóxicos que los pantanos emanaban”. Eran trabajos que –según el autor– y tal y como se reflejaba en la prensa de la época rechazaban los costarricenses. Condiciones laborales que –como también destaca Marín Araya (1999a: 325)- hizo que las autoridades españolas se mostraran reticentes a favorecer nuevos reclutamientos de trabajadores canarios en 1878 debido a los abusos de “agentes y contratistas”.
Sobre la
propaganda que en el XIX se realizó para reclutar emigrados para América, hemos
de reconocer que fue muy intensa y se llevó a cabo en varios frentes: de un
lado, con anuncios frecuentes en la prensa, y de otro, por medio de los agentes
de embarque —distribuidos en forma estratégica por la geografía canaria— y de
los folletos de propaganda. Algunos de estos agentes, los llamados “enganchadores”,
se desplazaron en más de una ocasión desde distintos puntos de América a
Canarias, con la única intención de reclutar isleños, editando a la par, en la
prensa, folletos de propaganda (Hernández García 1987: 26).
Así
y todo, estos contratistas lograron realizar nuevos reclutamientos mediados por
el también inmigrante canario en Costa Rica, José Lorenzo Barreto; que logró un
permiso para contratar de 400 a 500 trabajadores con la finalidad de que fueran
a trabajar en el cultivo del café. Y que como resultado de estas nuevas
contrataciones –según Marín Araya (1999a)– “llegaron 61 canarios para dedicarse
a las actividades agrícolas”. Al tiempo que destaca que no solo “los informes
señalan que Barreto no cuidó de estos inmigrantes”, sino que fue obligado por
el Gobierno de Costa Rica a devolver los 17.000 pesos que le había adelantado
para traer a estos trabajadores canarios.
Migrantes canarios e identidades cubanas
transnacionales
María
Castellanos Collins (2014) escribe en el artículo “Familia Castellano: moyenses, indianos y cubanos” sobre diez generaciones de esta familia
originaria de la Villa de Moya, en el noroeste de la isla de Gran Canaria.
Siguiendo la línea de descendencia de uno de sus miembros, Esteban Castellano Díaz,
que nació en Fontanales (Moya) en 1830, la autora destaca que emigró a Cuba en
su juventud, casándose en la entonces colonia española en 1855, en Cárdenas, provincia
de Matanzas (Cuba), con la también grancanaria, Brígida Rodríguez Domínguez. Ambos regresaron a Moya después de casarse y
tuvieron siete hijos; tres de los cuales siguieron emigrando a Cuba: Francisca,
Esteban y Domingo. Los
hijos de Francisca residieron en el Limonar, Matanzas. Esteban,
después de casarse en Moya en 1891, emigró a Cuba con su esposa. Y Domingo, que
se casó en Matanzas, con la también canaria Dionisia Rivero Ponce, tuvieron –según la autora– “nueve
hijos, nacidos todos en fincas de cultivo de azúcar en las cercanías del pueblo
de Limonar, cabecera del municipio de Guamacaro, Matanzas”. Con el tiempo estos
descendientes fueron emigrando a La Habana, Puerto Rico, Canarias o Estados
Unidos. Y según la autora, los descendientes de estos tres hermanos continuaron
manteniendo “estrechas relaciones”; y entre los que se encuentra la misma autora,
que reside en Estados Unidos.
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Cuba
fue el país receptor más importante de la migración canaria prácticamente desde
los inicios de su colonización hasta su independencia en 1898; continuando de
manera significativa hasta la década de los treinta del siglo XX.[2] Y aunque la
población de origen canario llegó a trabajar en todos los sectores, la gran mayoría
de los migrantes canarios que llegaban se incorporaban a la sociedad cubana,
antes y después de la independencia, como trabajadores
agrícolas en plantaciones de tabaco o ingenios. Como se puede observar en el
caso de Domingo Castellano y Dionisia Rivero Ponce que –según María
Castellanos Collins– tuvieron sus nueve hijos “en fincas de cultivo de azúcar” en la
provincia de Matanzas.
Desde finales de
la década de 1830 se intensifican estas migraciones, a través de “planes de
colonización”, y a los que los migrantes canarios responden enfrentándose a
extremas condiciones laborales que imponen gerentes de la construcción del
ferrocarril, donde también trabajaron, así como a propietarios y hacendados cubanos.
De ahí que, según Hernández García (1987: 36), se diera frecuentes deserciones
entre los trabajadores canarios en la construcción del ferrocarril y en la caña
de azúcar como consecuencia “de los malos tratos, excesivo trabajo y la
alimentación deficiente” (Balboa Navarro 2006).
La alta migración
de canarios a Cuba, como también, en menor medida, a Puerto Rico, respondía,
por otro lado, a políticas intervencionistas del Estado español, que, en
connivencia con los intereses de las oligarquías cubanas, promulgó normativas
específicas para que se llevaran a cabo. Cabe destacar como uno de los factores
de esta intensificación las pretensiones de las élites de “blanquear” la
colonia (Hernández García 1987; Balboa Navarro 2006); al tiempo que reducir el
alto porcentaje población de origen africana constituida por esclavos y
emancipados. Entre estos planes, también habría que incluir, los que se
propusieron para colonizar, a través de población emancipada, los territorios
del Golfo de Guinea con los objetivos de iniciar la colonización española de
estos territorios y también reducir la población de origen africano en Cuba. A este respecto, hay que destacar que Cuba, junto a Brasil, fueron los dos lugares de mayor
aprovisionamiento de esclavos hasta su definitiva abolición en la década de
1880. Y que tanto el traspaso de las colonias del Golfo de Guinea por parte de
Portugal a España a finales del siglo XVIII, como su posterior colonización
estuvieron vinculados hasta la independencia a los intereses de las oligarquías
coloniales cubanas:
Real
Orden del 13 de septiembre de 1845, autorizando el asentamiento de emancipados
“negros y mulatos” de Cuba y Puerto Rico en las islas de Bioko y Annobón.
...
“pero deseando, por otra parte, no perdonar medio que pueda contribuir a
disminuir en esa isla los justos temores que son consiguientes al excesivo
número de gentes de color; se ha dignado autorizar a V.E. para permitir la
traslación de las referidas islas españolas del Golfo de Guinea de todos los
negros y mulatos libres, que espontánea y voluntariamente, apetezcan hacer esta
emigración, con tal que por su proceder observado hasta el día inspiren la
debida confianza; debiendo, los que se decidan a esta traslación, verificarla a
su costa” (Sánchez
Molina (2006: 75).
Una
vez declarada la independencia en 1898, la migración canaria a Cuba no solo continuó,
sino que se intensificó a partir de 1910, protagonizada eminentemente por
varones que migraban temporalmente para trabajar durante unos años en la
agricultura, principalmente en ingenios y plantaciones de tabaco; patrón migratorio que, no obstante, también se compagina con
el familiar (Carnero y Nuez 2006; Hernández González 2008). La Depresión del 29 marcará, no
obstante, el final de estas sucesivas oleadas migratorias de la población canaria
a Cuba como consecuencia de la caída de los precios agrícolas en el mercado
internacional y de políticas restrictivas migratorias que se llevaron a cabo en el país (Hernández
González 2008).
De la
información que ofrece María Castellanos Collins (2014) sobre la migración de
la familia a Cuba observamos varios aspectos, por otra parte, ya resaltados en
la literatura sobre migración canaria a Cuba. En primer lugar, la importancia
que las redes familiares adquieren en estas migraciones una vez que son
iniciadas, como en el caso de Esteban Castellano
Díaz, probablemente a comienzos de la década de 1850, y que regresa con
su esposa Brígida a Moya después de su
matrimonio en 1855. Una de las características de las migraciones canarias a Cuba
fue precisamente que estuvieron basadas, frente a las anteriores por
reclutamiento, en redes sociales de parentesco, amistad y paisanaje. Y que en el
caso de los migrantes procedentes de Moya, la literatura al respecto la destaca
de una manera particular (Suárez Bosa 2013).
Además de los
factores políticos y económicos previamente mencionados, el desarrollo de redes
sociales no solo explica estas migraciones –ya fueran individuales o familiares–,
sino su larga continuidad en el tiempo, así como sus consecuencias
socioculturales trasnacionales; es decir, tanto en las sociedades de
asentamiento en Cuba, como en las de origen en las Islas Canarias (Massey et
al.1987; Galván 1995).
Una
vez que un miembro de la familia inicia la migración desarrolla relaciones
reticulares que favorecen la continuidad del movimiento migratorio desde una
sociedad emisora específica –en este caso la Villa de Moya– a otra de destino –Cárdenas o Limonar en la provincia de Matanzas. Con
el tiempo el número de vínculos sociales entre ambas sociedades crece y se intensifican
las redes sociales –ya sean familiares o de paisanaje– basadas en obligaciones
recíprocas; y que, entre otros aspectos, reducen costos y riesgos en los
procesos migratorios.
En
el caso de la familia Castellano también se observan otros aspectos significativos
dignos de mencionar, también destacados en distintas investigaciones. Como, por
ejemplo, la reproducción endogámica de la familia por parte de los migrantes
canarios una vez que se asientan en Cuba o la concentración de familiares,
parientes y paisanos en ciudades o regiones específicas. En cuanto al primer
aspecto, y como se puede observar en los matrimonios que se establecen entre
los distintos descendientes de la familia Castellano, la autora informa el caso
del pionero de la migración familiar, Esteban Castellano, que, habiendo
emigrado “a Cuba en su juventud”, contrae
matrimonio en Matanzas con otra migrante grancanaria,
Brígida Rodríguez Domínguez; el caso de su
descendiente Esteban, que emigró a
Cuba con su esposa después de casarse en Moya en 1891; o el caso de Domingo, que
también se casó en Cuba con otra grancanaria. Con estos ejemplos observamos el
desarrollo de patrones endogámicos en la
reproducción de la familia entre los migrantes canarios y, que, en cualquiera
de los casos, favorece que se mantengan conexiones con otros miembros de las
familias en la sociedad de origen (Hernández González 2008). A este tipo de reproducción
familiar entre los inmigrantes canarios en Cuba, José Alberto Galván (1998: 911) las denomina de “endogamia étnica”;
para destacar que, si bien este tipo de relaciones tuvieron consecuencias
sociales y culturales específicas de carácter identitario entre los migrantes
canarios en Cuba, también favoreció, en contextos multiétnicos como el cubano,
exclusiones sociales de carácter racista. De trascendencia histórica, si
tenemos en cuenta las políticas oficiales anteriormente mencionadas de
“blanqueamiento” y que, en contextos más contemporáneos, tanto en Cuba como en
Estados Unidos, se siguen dando.
Familia de Domingo Castellano y Dionisia Rivero |
Y en
cuanto al segundo aspecto, la concentración de familias y personas canarias en lugares
de destinos específicos, como el de la provincia de Matanzas, con una larga
trayectoria histórica que va desde finales del siglo XVII hasta el siglo XIX (Hernández
González 2008; Guerra López 2008; González Pérez 2004). No obstante, hay que
señalar que a partir de la década de 1860 y hasta la Depresión del 29, se
fueron dando nuevos lugares de asentamiento y concentración de los inmigrantes
canarios en
otras regiones de Cuba. Y que en el caso de los originarios de la Villa de Moya
–así como de Arucas y Santa María de Guía– se dieron particularmente en la
parte suroriental, en las provincias de Santiago de Cuba y Granma, donde familias
y, particularmente migrantes varones, emigraron para trabajar en la producción
agrícola del azúcar. A este respecto hay que insistir en la importancia que las
redes sociales de parentesco y paisanaje desempeñaron, concentrando a
inmigrantes moyenses, entre otros, en municipios como el de San Luis, en la
provincia de Santiago de Cuba. En este caso, hay que destacar que se formó una
burguesía cubana de origen canario que favoreció esta concentración desde
principios del siglo XX hasta la década de 1930, como fue el caso de la
mediación del empresario de origen moyense Federico Almeida (Sierra y Rosario
2001; Galván 1998; Suárez Bosa 2013).
En el caso de la
familia Castellano observamos cómo las migraciones -siendo familiares o
individuales- tienden a convertirse a lo largo de las generaciones en
permanentes o itinerantes, se convierten en migraciones de “ida y vuelta” que,
entre otros aspectos, no hacen más que intensificar y mantener vínculos
familiares, sociales y culturales de carácter transnacional, como se destaca en
los actuales estudios migratorios. Este carácter
itinerante se puede observar en el patrón migratorio seguido por Esteban y
Brígida que después de regresar a Moya, sus descendientes continuaron emigrando
a Cuba. Y en las relaciones
transnacionales que los miembros de la familia han continuado manteniendo hasta
la actualidad en Canarias, Cuba, Puerto Rico o Estados Unidos. Nos encontramos
así con viejas y nuevas prácticas transnacionales que en los actuales estudios
migratorios han recibido especial atención en las últimas décadas. El concepto
de transnacionalismo fue propuesto por un grupo de antropólogas, Basch,
Glick Shiller y Szanton Blanc (1994) como categoría analítica con la que estudiar
las consecuencias socio-culturales que los actuales flujos migratorios tienen
tanto en sociedades receptoras como emisores de migrantes. A este respecto,
estas autoras subrayan que las actuales migraciones transnacionales forjan y sostienen
múltiples relaciones que vinculan a los actuales migrantes o “transmigrantes” con
sus lugares de origen. Esta idea del transnacionalismo, los trabajadores
canarios “yendo y viniendo” a Cuba y el transculturalismo entre Canarias y
Cuba, la recoge el antropólogo Bronislaw Malinowski, padre de la antropología
social europea, en la Introducción que hace al libro del antropólogo cubano
Fernando Ortiz (1940) Contrapunteo cubano
del tabaco y el azúcar:
"He
conocido y amado Cuba desde los días de una temprana y larga estancia mía en
las Islas Canarias. Para los canarios Cuba era la tierra de promisión, adonde
iban los isleños a ganar dinero para retornar a sus nativas tierras en las
laderas del Pico del Teide o alrededor de la Gran Caldera, o bien para arraigarse
de por vida en Cuba y sólo volver a sus patrias islas por temporadas de
descanso tarareando canciones cubanas, pavoneándose con sus modales y
costumbres criollas y contando maravillas de la tierra hermosa donde señorea la
palma real, donde extienden su infinito verdor los cañaverales que dan el
azúcar y las vegas que producen el tabaco". Malinowski,
1987 [1940]: 3-4)
Estos vínculos
permiten el desarrollo de comunidades transnacionales más allá de fronteras
geográficas y culturales. Es decir, la circulación de bienes, personas y
comunicación entre contextos emisores y receptores posibilita la emergencia de
ámbitos sociales transnacionales en los que los migrantes construyen puentes
transfronterizos mediante configuraciones, estrategias y actividades
socioculturales tanto familiares como comunitarias. Lo que parece cierto, como
se puede observar en el artículo de la familia Castellanos, que estos vínculos
transnacionales no solo comenzaron a originarse en el siglo XIX, sino que se ha
mantenido hasta la actualidad no solo entre Cuba y Canarias, sino también en
las nuevas sociedades de asentamiento en las que, debido a los últimos desplazamientos
transfronterizos de poblaciones identificadas como canario-cubanas, se han ido
asentando en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia de la Guerra Fría –como
Puerto Rico o Estados Unidos.
A modo de conclusión
Los datos aportados en los
artículos de Cristina López-Trejo Díaz (2012) sobre la familia Hidalgo Zambrana en Luisiana (Estados Unidos), Juanita Elsa Morúa
Miranda (2015) sobre la de Marrero Alfonso en Costa Rica y María Castellanos Collins (2014) sobre
los Castellanos en Cuba y Estados Unidos, no solo confirman hechos
históricos descritos y analizados por la literatura sobre migraciones canarias
en América, sino
que permiten recuperar y reconstruir nuevas narrativas sobre el protagonismo que
en estos procesos tuvieron los migrantes canarios. Frente a otras historias
oficiales que han centrado su atención en la relevancia de gobernadores,
militares, misioneros, o caciques en las migraciones canarias a América, estas “historias
escondidas” van más allá al apuntar a condiciones macro/micro estructurales específicas
bajo las cuales estas migraciones se dieron, así como a sus consecuencias
socioculturales desde que éstas se iniciaron tanto en las sociedades donde se asentaron
en Costa Rica, Cuba o Estados Unidos, como para de las que procedían en las
Islas Canarias.
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[1]
Estas
migraciones de trabajadores se convirtieron, según Carnero Lorenzo y Nuez Yánez
(2006), en un modelo económico en el archipiélago ya que, estas migraciones al
tiempo que reducían tensiones en el mercado local interno, incentivaba la
economía de las islas (ver también
Macías Hernández 2003).
[2]
Aunque se
carece de informaciones estadísticas al respecto, distintas fuentes no
oficiales hacen cálculos sobre los altos porcentajes de la migración canaria
durante la primera mitad del siglo XIX (Balboa Navarro 2006; Macías Hernández
1988) y su continua intensificación hasta la independencia en 1898; estimándose
una población de inmigrante canarios de entre 70.000 a 90.000 (Hernández García
1987; Hernández González 2008). Si tenemos en cuenta el Censo de Población de
1897 en España, que contabiliza en las islas una población de 333.521
habitantes, la población inmigrante en Cuba supondría entre más de una quinta
parte (20.9 por ciento) a más de una cuarta parte (26.9) del total de la
población canaria (INE, 1899).