Ponencia en el Homenaje a Francisco Fernández de Bethencourt en su Año Genealógico, celebrado el 7 de abril de 2016 en la
Real Sociedad Económica del País de Gran Can Canaria
Previenen
los historiadores como enseñanza básica que, quien contemple hechos del pasado
debe considerar que está ubicándose en unos parámetros espacio temporales
distintos a los del presente. Todos los rasgos característicos de una
determinada época son propios de ella, algunos en grado de rigurosa
exclusividad. Por eso, para conocer y
profundizar correcta y eficazmente en un
hecho del pasado histórico no debemos acudir a juicios, análisis o estudios que
proyecten sobre éstos valores, principios, criterios, ideas o normas de la
modernidad en la que nos hallamos. De obrar así descontextualizamos el momento
pasado para traerlo de forma estridente a nuestra contemporaneidad.
Francisco
Fernández de Bethencourt vivió en un momento convulso, paradójico y decadente
de España. Tal fue la transición entre los siglos XIX y XX. El mismo año de su
nacimiento, 1850, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria sufría el trágico
episodio del cólera morbo. A lo largo de su vida se sucederán las revueltas
populares, guerras carlistas, la primera república, la pérdida de los últimos
territorios del Imperio, los movimientos de reivindicación social. Militará en
las filas del partido conservador participando en aquél curioso juego de
democracia de resultado pactado previamente. Brillará académicamente en un
contexto de completa ruina de la enseñanza española. Y socialmente hará valer
el peso que en la historia pasada tuvieron sus ancestros, muchos de ellos
componentes de aquella clase privilegiada propia del Antiguo Régimen, la Nobleza.
Para
la posteridad han quedado una serie de publicaciones que le caracterizan como
un eminente y preclaro genealogista. Se dejó empapar como por ósmosis de la
renovación de la ciencia histórica para aplicarla a la genealogía. Ya lo habían
hecho otros autores algo antes que él en Francia e Inglaterra. Pero aunque sí
se puede reconocer más claramente en estos las novedades introducidas por los
métodos histórico-críticos, en Francisco Fernández de Bethencourt alcanzan una
dimensión enciclopédica. Sin embargo,
todavía en su caso, y difícilmente podría ser de otro modo, su genealogía es
exclusivamente nobiliaria.
No
es autor prolífico en obras monográficas extensas. Sí lo fue en creaciones
menores: artículos, discursos. Todas ellas traslucen el esquema mental que su
autor formó en su proceso educativo y el que recibió del momento que le tocó
vivir. Este esquema mental proyectado en el resultado físico de su producción
bibliográfica define su forma de trabajar, su método. Y en su caso no es un
simple método genérico, como forma abierta y definida discrecionalmente por
nuestro personaje, sino un proceso sistemático que recoge de forma inédita lo
que se deriva de los progresos de la ciencia histórica aplicados a la
genealogía.
El
texto que escoge en la Introducción del Volumen I de su magna obra Historia Genealógica y Heráldica de la
Monarquía Española, Casa Real y Grandezas de España, procedente de la Obra Generaciones y Semblanzas de los Reyes y
Claros Varones de España, de Fernando Pérez de Guzmán, es todo un resumen
de las características de su investigación. Vale la pena traerlo a colación:
“Porque algunos se entremeten de escribir é notar las antigüedades, son hombres
de poca vergüenza, é más les place relatar cosas extrañas y maravillosas, que
verdaderas é ciertas. Creyendo que no será habida por notable la historia que
no contare cosas muy grandes y graves de creer, ansí que sen más dignas de
maravilla que de Fé”.
En primer lugar, aludiendo a lo formal, refleja
su gran formación y preocupación por la corrección en el discurso según la
retórica clásica. La alusión a un texto pasado de estas características aparece
como una auténtica captatio benevolentiae
del lector. Y de acuerdo a la elegantia
retórica, con dicho texto medieval realiza un movimiento de apertura y cierre:
la introducción compuesta de seis partes equilibradas en tamaño se abre con la
alusión de la obra de Fernando Pérez de Guzmán, la primera parte de la
introducción se cierra con un elogio del espíritu de veracidad de dicho autor
medieval, y al finalizar la sexta parte recoge el espíritu de certeza frente a
la falsificación como norma básica.
Pongo
en primer lugar esta característica de su discurso, porque es lo primero que aprende.
Lo hace en el seminario Conciliar de la Purísima Concepción de Las Palmas de
Gran Canaria, donde estuvo cursando Latinidad y Humanidades, un ciclo previo
equivalente a la actual secundaria que permitía posteriormente acceder a los
estudios superiores de Filosofía y Teología en lo eclesiástico, o a cualquier
otra carrera universitaria en lo civil. En ese ciclo estuvo desde octubre de
1863 hasta junio de 1865. Tuvo las asignaturas de Retórica Teorética en tercero
y Retórica Práctica en cuarto impartidas por su profesor, el señor Carlos
Pinto. Sobra decir que obtuvo la máxima calificación por curso de meritissimus.
Pedro
Marcelino Quintana, en su libro Historia
del Seminario Conciliar de Canarias, dice sobre Francisco Fernández de
Bethencourt que entonces llamó su atención por su aplicación, su memoria y, de
forma muy particular, por sus corteses modales. Hasta el punto que recibió el
sobrenombre de “sangre azul”.
Si
bien no era extraño en los estudios la inclusión de una asignatura de retórica,
sí
En segundo lugar, cabe resaltar del texto de
Claro Varones de Fernando Pérez del Pulgar, una constante fija en la obra de
Francisco Fernández de Bethencourt: mantener la certeza histórica. Buscar una historia
dotada de la fuerza que dan los hechos ciertos y documentados, frente la
mitología o fabulación con la que tantos la habían mezclado. En esta certeza
histórica habían destacado autores como André Borel d’Hauterive en Francia, o
John Bucke en Gran Bretaña. Sin embargo, en la producción de estos no hay un
estudio sistemático de toda la nobleza o aristocracia con aspiración de
totalidad. Hacen bien monografías, bien artículos. Pero si se percibe un primer
análisis sobre los grados de certeza de las fuentes documentales para recoger
en forma de genealogía la Historia de aquellos que ocuparon un puesto relevante
en la historia de dichos países. Fue un movimiento que a lo largo del siglo XIX
se extiende por toda Europa: además de los países citados, aparece en los
nuevos reinos unificados de Italia o Alemania, Bélgica, Holanda, Austria,
Dinamarca, Rusia. Francisco Fernández de Bethencourt fue conocedor de todos
ellos. Admiró en mayor medida el trabajo inglés, pero incorporó la metodología
francesa mucho más estructurada.
La
expresión repetida por Francisco Fernández Bethencourt que muy bien puede
resumir este propósito científico es el mostrar interés por el “solo conocimiento de la verdad
genealógica”. Este propósito guarda en cierta medida la misma finalidad de lo
que debió aprender en la facultad de Derecho de la Universidad de La Laguna,
donde continuó su formación. El discernimiento se aproxima mucho al espíritu de
las nuevas concepciones sobre el derecho de recoger de forma más apropiada y
auténtica la regulación de los diversos intereses de aquella época. Es el
momento en el que en España se procede a la labor de codificar sistemáticamente
las leyes, y regular nuevos campos inéditos hasta entonces como el
administrativo. Su escudriñamiento genealógico tiene mucho de la comprobación
probatoria judicial. El dato es histórico, pero la formación de quien lo
recibe, aunque conoce la obra de quienes han usado estrictamente el método
histórico, lo hace profesional del derecho. Esto a la postre se convierte en
una ventaja, pues su labor no quedó atrapada en lo primario que los métodos
históricos de entonces poseían, es decir, escapó a una metodología científica
que entonces empezaba a despuntar, pero que ha sido superada con creces en la
actualidad. Al contrario, al quedarse en una rápida selección de fuentes
históricas, a discriminar de las fabuladas o inventadas, su síntesis se hace
válida aún hoy como elenco de datos sobre los poder actuar con el detenimiento
y minuciosidad que el método histórico actualmente exige.
Su
buena fe a este respecto lo muestra en la parte VI de su introducción del
Volumen I de la Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía española, repetidas
veces nombrado, de forma positiva y negativa. De forma positiva al proponerse
como objetivo de su obra enciclopédica que arrancaba con dicho primer volumen
que tuviera “por inspiración la verdad, por norte la rectitud, la imparcialidad
y la justicia”. De forma negativa, al traer entonces a colación sus Anales de
la Nobleza Española que publica entre 1880 y 1890, sobre los que hace una
auténtica confesión pública de haber faltado a aquéllos objetivos que ahora
quiere afirmar. Califica estos escritos suyos como continuación y consecuencia
de otros que con mismo estilo se estaban publicando en diversas ciudades
europeas, París, Londres, Roma, Viena…. Reconoce que entonces se vio
presionado en contra de su voluntad a introducir “errores y confusiones de
importancia, a pesar de su mucho amor a las verdades genealógicas y su profunda
repugnancia a las noblezas inventadas y a los abuelos de alquiler.
En tercer lugar, aludir a un texto medieval es
reflejo de su consideración, respeto y asunción del pasado como fundamento del
presente. Contemplar y comprender el presente, pasa por contemplar e investigar
el pasado. Sin negarlo, ni suprimirlo. En esto se podría caer en lo diacrónico,
pidiendo a Francisco Fernández de Bethencourt que tenga cualidades en su obra
que pertenecen a la ciencia de la Historia contemporánea, que por entonces ni
siquiera se imaginaban. Hacer Historia es relatar hechos en el tiempo
protagonizados por seres humanos. Y éstos solo quedaron individualizados cuando
ellos mismos no sólo los protagonizaron, sino que constituyeron en su entorno
una institucionalización del protagonismo vinculado con el patrimonio y la
sucesión. Es decir, si se hace Historia del Antiguo Régimen y se quiere aludir
a los individuos que la protagonizaron hay que acudir en mayor medida a esa
clase privilegiada denominada nobleza. Francisco Fernández de Bethencourt no
hace genealogía nobiliaria como una elección entre otras posibilidades. Sino
que al hacer Historia se encuentra que falta una auténtica referencia
sistemática y completa de sus protagonistas, en el mayor número de casos
prolongados en la descendencia, formando un esquema genealógico, que no pueden
ser otros sino los nobles.
Con
respecto a la consideración y respeto por el pasado, llama la atención en el
Volumen II de la Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, la
andanada que lanza a una nación nueva como los Estados Unidos de Norteamérica.
Es el año 1900 y están muy recientes las heridas de haber sido cómplices en la
independencia y derrota de las tropas españolas en los territorios de Asia y
América. De dicha nación dirá que tiene “una sola aristocracia, la aristocracia
de los ricos, aristocracia de un día, o de una sola generación, la más antipática,
la menos autorizada, la más insoportable de todas las aristocracias posibles”.
Y también que es un “país nuevo, sin
historia, sin documentación ni antecedentes; país de aluvión formado
ayer y hoy mismo de la gente que llega de todos los ámbitos del mundo”.
Para
finalizar, hay un resurgimiento de la genealogía como disciplina de la Historia
en los últimos veinte años. En esta evolución ha sido clave el volver a situar
al individuo como sujeto histórico. La actividad genealógica fundamentalmente
nobiliaria no había cesado en ningún momento, pero no tuvo una presencia
continua en las facultades universitarias. A este cambio ha contribuido que se
demostrara que la opción de hacer exclusivos los paradigmas historiográficos de
tipo analítico limitaban enormemente las posibilidades de la ciencia histórica,
que se abandonaran ciertos intereses académicos a favor de nuevas corrientes
científicas procedentes sobre todo del giro lingüístico y de la mayor autonomía
de las humanidades, a un reconocimiento de las posibilidades que tiene la
relación sujeto realidad de generar diversos grados de auténtica certeza.
Sigue
válida la investigación de la nobleza como principal componente de la ligazón
genealógica para la Edad Media. Pero las transformaciones socio políticas de la
edad contemporánea en sociedades democráticas, dotadas de derechos y libertades
han ampliado el horizonte y contenido de la genealogía. Prácticamente desde el
siglo XVI se puede hacer más o menos un estudio genealógico con carácter
universal, dependiendo solamente de que se conserve en la actualidad la
documentación que con este carácter se generó. Ésta última procede
principalmente de los registros sacramentales en el ámbito religioso desde
mitad del siglo XVI (aunque algunos lugares como Canarias los tienen desde
principios de dicho siglo), o el incremento de la capacidad de obrar de grandes
masas sociales que acuden a las escribanías o notarías para formalizar sus
negocios (incrementados progresivamente desde el Renacimiento a medida que el
progreso económico y social aumenta la cantidad de derechos y obligaciones,
negocios y transacciones).
Francisco
Fernández de Bethencourt dio un paso importante al hacer la gran recopilación
de la nobleza con un espíritu crítico, donde buscó en todo momento una certeza
que solo podía proceder del testigo documental. Recogió el testigo de aquellos
otros pocos que esporádicamente habían volcado su bien hacer para desterrar la
fabulación y la falsedad en la Historia. Su obra monumental sobre la Casa Real
Española y su Nobleza ha marcado un hito que todavía no se ha superado en
ningún otro lugar del mundo. Su mismo espíritu busca permanecer hoy, pero no de
una forma inalterable y pétrea, sino tal como él hizo, adaptándose a los
progresos válidos que una época tiene con respecto a la anterior, sin olvidar
que ésta existió y existe asumida en la posterior, sin que se pueda olvidar ni
suprimir. Hoy en día, a la luz del ejemplo de Francisco Fernández de
Bethencourt puede hacerse una genealogía de cualquier familia de la que se
posea suficiente documentación. Sobre todo cuando también el ámbito de las
ciencias humanísticas se ha ampliado al contemplar diversos ámbitos de la
sociedad sin atender a una determinada clase social según la división de la
antigüedad. Por todo esto, Francisco Fernández de Bethencourt es justamente
considerado como el padre de la genealogía moderna como autor de un punto
álgido en la producción genealógica que hasta el día de hoy no ha sido
superada. Su camino alcanzó una cima muy alta y lo recorrió muy cerca de
nosotros; un itinerario que al cabo de los años hemos olvidado sin considerar
el beneficio y provecho del legado que nos ha dejado. La escasa implicación
institucional es prueba de ello; la falta de lugares públicos que sean honrados
con su nombre es vergonzosa. Por nuestra parte, nobleza obliga y por bien
nacidos agradecemos y reconocemos a Francisco Fernández de Bethencourt su
trabajo, dedicación y aportación a la genealogía.
Lanzarote
le dio vida;
Gran
Canaria la palabra;
Tenerife
puso ciencia;
y
España aportó la trama.
Los
premios, por sus méritos;
nuestra
deuda, darle fama.