MIGUEL RODRÍGUEZ DÍAZ DE QUINTANA
Ponencia impartida en
la villa de Teror, el 12 de septiembre de 2016, entre los actos de la fiestas
del Pino, enmarcada en la conmemoración del Año Genealógico Francisco Fernández
de Bethencourt. Organizado por el Iltre. Ayuntamiento de la Villa de Teror y la
colaboración del Instituto Canario de Estudios Históricos Rey Fernando
Guanarteme y Genealogías Canarias.
En 1977 tuve la satisfacción de obtener el galardón convocado entonces por el ilustre Ayuntamiento de esta villa, que se conocía por premio literario “González Díaz”. Regía el municipio el alcalde don Antonio Peña Rivero. Más que la prudente aportación económica del concurso, el atractivo estribaba en que el trabajo galardonado iba a ser editado por la docta corporación. Iba a ser mi primer libro publicado, un logro que prácticamente me llenaba de suma complacencia.
Pero la alegría se transformaría
con el tiempo en un amargo sinsabor, porque el
manuscrito se extravió después
de que doctos intelectuales de esta villa pudieran consultarlo, como se
acredita al ser reiteradamente citado en obras posteriores.
Teror desde Zamora, Valleseco. Foto: E.Egea |
El trabajo presentado llevaba el
título “Los primeros repartimientos de Teror y otras noticias”. Se
dividía en dos partes. En la primera, dábamos por primera vez la serie de datas
otorgadas en esta villa y sus contornos. Aún no se había publicado el libro que
se guarda en El Museo Canario debido al trabajo de transcripción de Manuela
Ronquillo y Eduardo Aznar Vallejo.
Fernando Inglott Navarro, depositario de fondos del Ayuntamiento de Las
Palmas, en cuyas dependencias estaba entonces instalado el referido museo,
extractó en 1905 aquellos repartimientos. Por vericuetos del destino el
manuscrito llegó a mis manos, y durante largo tiempo estuve en disposición de
poseer tan atractiva y única documentación.
La segunda parte del trabajo
galardonado era relativa a las principales y más populares familias terorenses.
Era, sin proponérmelo, un elenco o repertorio nobiliario que, de manera
modestísima, seguía el método trazado por el insigne maestro y llamado príncipe
de la genealogía española, el consagrado lanzaroteño, Francisco Fernández de
Béthencourt, a quien, con toda justicia, seguimos homenajeando al cumplirse el
siglo de su fallecimiento.
La siempre querida villa mariana
de Teror sigue siendo la cuna de todas las familias del Archipiélago. Esto lo
saben bien los genealogistas canarios, quienes, en sus búsquedas de
ascendientes, siempre encuentran una línea, una rama, un entronque procedente,
de los Arbejales, del Palmar, o del barranco de las Monagas. Otro signo digno
de tener en cuenta fue que aunque no fueran nativos ni pilongos de este lugar,
la gran mayoría de familias
isleñas tenían en estos contornos heredades, una
finiquita, una casa, unas huertas que les permitían mantener con decencia su
estatus, sus familias y sus haciendas.
Antigua pila bautismal. Foto: E.Egea |
Volviendo al Nobiliario de
Canarias, la obra maestra de Fernández
de Béthencourt, principalmente la editada a mediados del siglo pasado por una
junta de especialistas, que la pusieron al día, aumentándola, corrigiéndola e
ilustrándola, las familias entroncadas en esta villa de Teror tienen, en los
cuatro monumentales volúmenes, numerosas referencias. Como casas solariegas
principales sobresalen la de Quintana y
Falcón. En los textos se complementan con otras tantas de raigambre, como los
Díaz del Río, que engloba a más de las tres cuartas partes de la población
actual; los Pérez de Villanueva, del Toro y un largo etcétera. Al figurar en
aquella serie de textos de la magistral obra la escueta nómina de títulos
nobiliarios de Castilla agraciados en nuestras Islas, las familias de la villa
de Teror vuelven a ser resaltadas en el Nobiliario de Fernández de Béthencourt.
Los Marqueses del Buen Suceso y del Toro, y vizconde previos de San Bernardo, así
como la ascendencia de la mujer del Libertador bolivariano, merecieron siempre
que se reforzaran los entronques con las numerosas estirpes del patriciado de
esta villa que hoy dan su sangre, como dije al principio, a todas las familias
de las Islas. Hace años, hicimos un árbol genealógico situando como tronco a
una modesta familia de aquí. Y resultó que de ella proceden hoy todos los
principales títulos nobiliarios del Archipiélago y las familias del más alto
raigambre insular.
Para los genealogistas serios, en
sus repertorios genealógicos no existen ricos y pobres, nobles y plebeyos,
altos ni bajos; lo que en realidad nos interesa es el aclarar de dónde venimos
y cómo se han ido formando todas nuestras generaciones.
Por otro lado, hay que mantener
que entre todos nosotros existen lazos muy afines de parentesco. Estoy seguro
que si se conociese la genealogía de todos los que hoy nos honran aquí con su
presencia, nos encontraríamos con un altísimo porcentaje de consanguinidad. Un
ejemplo lo comprobé con el libro que escribí el año pasado sobre los Patronos
de la Virgen de Teror. En él biografiaba a una serie de personajes vinculados a
la efemérides. El tronco inicial de la historia arrancaba, como era lógico, de
los Pérez de Villanueva, pues de ellos, y por la rama Quintana, posiblemente la
familia más señera de esta comarca, emparenté, a Matías Vega Guerra con don
Antonio Socorro Antigua; a monseñor, conmigo mismo; a todos ellos con los
propios patronos y camareras de la Virgen: los Manrique de Lara, del Castillo y
Escudero, y así con otros tantos linajes de alto y bajo relieve, que para no
aburrirles, no menciono. Pero lo que acabo de referir lo aclararé exponiendo,
que la madre de don Matías, la aruquense
doña Lucía Guerra Marrero de Quintana, procedía de Teror. La bisabuela
de don Antonio Socorro, por la rama
de Lantigua, era Paula Díaz de Quintana,
hermana de mi tatarabuelo. Y si enfilamos la ascendencia de los Manrique de
Lara encontraremos varias veces la misma
afinidad de consanguinidad.
Familia en Teror, finales siglo XIX. Foto: FEDAC |
Estoy seguro que muchos de los
que nos escuchan no han quedado demasiados convencidos con mis afirmaciones.
Suelo, por ello, darles unos datos para ayudarles a comprender la información.
De nuestros dos padres, tenemos cuatro abuelos, ocho bisabuelos y dieciséis
tatarabuelos cuya suma final nos dan 32 ascendientes. Cuando lleguemos a mil,
la siguiente generación la dobla, y así, al llegar, por ejemplo, a la
conquista, descendemos de miles y miles de personas, muchísimas más de las que
en realidad poblaban en aquel momento el territorio, deduciéndose por ello que
al llegar a ese lejano punto todos tenemos por fuerza que poseer un mismo
entronque y muchos nexos familiares.
Para hacerlo aún más difícil, les
comentaré la anécdota siguiente: Cuando el arquitecto lanzaroteño Carlos
Morales Quintana, de los Quintana de aquí, de Teror, de toda la vida, de donde
procedió su bisabuelo, contrajo matrimonio con una princesa griega, un tío del
novio, gran genealogista y buen amigo, hoy desaparecido, Gerardo Morales Martinón,
quiso obsequiar a la pareja con un cuadro genealógico acreditando la
consanguinidad de ambos. Hubo, nada más ni nada menos, que siete entronques
positivos, que, por gentileza, previamente el pariente los envió a los novios
para que eligieran la rama que preferían. Si el hallar esta consanguinidad en
personas de tan lejanas procedencias no resultó difícil, como era la de
encontrar las existentes entre un conejero dela isla de Lanzarote y una alteza
real europea, comprenderán que sin salir del terruño este parentesco, como
diría un iletrado, está chupado.
Pues bien, mis queridos primos,
para no cansarles con mis averiguaciones, pasemos a la segunda parte de aquel
premio González Díaz ganado en 1977 y relativo a las más generalizadas familias
de esta villa de Teror. Lógicamente no están todas. Pretendíamos incluir en
aquella ocasión a las más antiguas e históricas. Empezábamos en aquellos ya
lejanos años a reseñarlas por orden alfabético. Se inicia con los Acosta, de
procedencia portuguesa y de eminente actividad mercantil. En el transcurso de
los siglos dieron los Acosta terorenses hijos ilustres a la comarca, como
alcaldes, magistrados, relatores y fiscales. Miembros de esta estirpe mariana
tienen calles rotuladas en Granada. Hoy nos honra con su presencia
descendientes de esta ilustre saga. Siguen en nuestra exposición los Álvarez,
muy extendidos y también, la mayoría, de origen portugués. La letra A de
nuestro diccionario se ilustraba con la gran familia Arencibia, que por nuestra
peculiar manera canaria de hablar, desvirtuamos el apellido, trastocando su
verdadera fonética de Arancibia por la actual denominación. Miguel de Arancibia
fue un escribano vasco por aquí establecido. Una montaña de estos contornos
lleva su apellido. Uno de sus hijos, Baltasar, fue un héroe con motivo de la
invasión del holandés van de Does y murió, junto con el cura terorense, Juan Rivero, en los arenales de Santa
Catalina de nuestra ciudad.
En la letra B nos
deteníamos fugazmente en los apellidos Bayón y Boza, que tuvieron aquí
singularidad en épocas pasadas. El primero es asturianos y el segundo
portugués.
Seguíamos con los Cabrera, otra
de las grandes familias que han merecido que Fernández de Bethencourt la
destacara en su Nobiliario de Canarias. El apellido es el linaje español más
antiguo de las Islas Canarias, razón por lo que está extendido prolificamente
en todas ellas. Alonso de Cabrera Solier, nuestro más antiguo ascendiente, era,
por línea ilegitima, descendientes de los reyes de Castilla y de León y pariente
cercano de Fernando el Católico. Con este entronque, los canarios nos podemos
vincular con muchos los santos y reyes de Europa.
Lugar del Pino Santo. Foto: C. López-Trejo |
Los Cárdenes, pertenecen a otra de las
familias populares de estos contornos. Complicadísima en sus orígenes, dicho sea
de paso. Procedió de Sevilla, y al igual que los Arencibia, los isleños
transformamos su original de Cárdenas, por la actual denominación. Por ello
solo existen en estas Islas, y de la que dije antes que proceden la mayoría de
la familias que ostentan títulos nobiliarios en nuestro Archipiélago, a más de doctos clérigos y altos dignatarios
de la Iglesia. Los orígenes terorenses de los Cárdenes se mezclan con
aborígenes de las dos islas principales e inteligentes y emprendedores sujetos
de color del vecino continente africano.
Seguimos con los Déniz, de gran
solera aquí. Su origen, como tantos otros de la comarca, es portugués, y
traduciéndolo a lengua española se refiere a que es el nombre propio de
Dionisio.
El apellido Díaz, patronímico
también de numerosas procedencias, tienen los de Teror alta representatividad
que engloba a los del Río y Domínguez por aquellas antiguas leyes matriarcales
isleñas. El salmantino Bartolomé Díaz del Río contrae matrimonio con Juana
Domínguez, una terorense de origen portugués. El matrimonio tuvo catorce hijos,
la mayoría de partos dobles, y entre cuyos vástagos se repartieron los
apellidos de padres y abuelos. De ellos descienden numerosa población insular,
y uno de sus sucesores es el que aquí les habla. Se destacaron como médicos
curanderos, espabilados para las labores de la tierra y para sacar el mejor
rendimiento de sus ganados.
Entroncados estos Díaz con los
Domínguez, también de origen lusitano y llamados así por provenir del nombre
propio de Domingo, hoy figura este apellido como uno de los más singulares y
extendidos de nuestra Isla, especialmente en esta villa mariana.
Los apellidados Falcón llegaron
de Montehermoso, localidad cerca de Coria, en
Cáceres. En el siglo XVI hubo una gran corriente extremeña en nuestras
islas y un gran número de ella se asentó aquí, en Teror. Los Falcón de Teror
fueron los que dieron el origen de este linaje al resto del Archipiélago. En sus inicios fue una
familia importante, fundaron mayorazgos, vínculos y ermitas y rotularon con su
nombre referencias geográficas. Varios Falcones ostentaron en numerosas
ocasiones la alcaldía real de la villa.
Prosiguiendo con la G llegamos a los González, Grimón y Guerra. Los primeros proceden del
nombre propio de Gonzalo y la mayoría son también de origen portugués, mientras
que Grimón llegó de Namur, en Bélgica, apellido famoso en su historia por
contar con un ilustrado abad que fue enviado por el emperador de Alemania al
papa San Gregorio para entregarle las llaves del sepulcro de San Pedro. En
Canarias proceden del flamenco Jorge Grimón, conquistador de Tenerife.
Desciende de este ilustre linaje nuestro
amigo y compañero en múltiples tareas históricas, el versado y documentado doctor, Vicente
Suárez Grimón, que nos honra esta tarde con su presencia. De las familias
apellidadas Guerra hay varios orígenes, sobresaliendo los que nos llegó de las
Montañas de Santander.
De los Hernández y Henríquez, ambos asimismo
de Portugal y derivadas sus filiaciones de los nombres propios de Hernando y
Enrique. De los dos existe hoy numerosa descendencia. Curiosamente, muchos de
nuestros apellidos autóctonos traían por varonía el citado linaje de Hernández,
pero con el tiempo se fueron conociendo por el distintivo, bien familiar, mote
o procedencia. Así vemos, por ejemplo, como los Hernández, establecidos en el
pago de las Monagas, fueron luego Monagas; los Hernández, alias apolinarios,
fueron luego Apolinario a secas; los Hernández Socorro, llegaron a ser sólo
Socorro; los Hernández Penichet se significarían posteriormente por Penichet, y
los Hernández, moteados por los chiles, fueron luego Chil, de donde procedió el
culto y desprendido doctor, don Gregorio Chil Naranjo, fundador de El Museo
Canario. Los Henríquez terorenses pueden presumir de haber ingresado en la
orden de Carlos III y acreditar una buena limpieza de sangre, como se desprende
de las certificaciones expedidas por aquel temido tribunal del Santo Oficio de
la Inquisición.
Barranco de Lezcano. Foto: E.Egea |
Refiriéndonos a la letra M,
encontramos entre las familias más singulares de esta villa a los Marrero, los
citados Monagas y los Montes de Oca. El
primero procedió de Portugal, pero en la
vecina nación prácticamente no existe como apellido, pues aquí se originó del
cargo profesional de pobladores. Traduciendo Marrero a nuestro idioma expresa
decir algo así como medidor de arias, marcador de límites en los terrenos o
agrimensor.
Sobre los Monagas ya hemos
referido que se trataba de una familia Hernández avecindada en Valleseco, en el
caserío del término que respondía por este topónimo geográfico que colinda con
los del Sobradillo y Zamora. El origen de su significado no queda debidamente
aclarado. Se llegó a decir que era una especie de hierba salvaje que abundaba
en el barranco que da su nombre y de ahí la denominación. De este singular
apellido nacido en la isla proceden los marqueses del Buen Suceso y dos
presidentes de la República de Venezuela, que abolieron en esta parte de
América la esclavitud y en donde, además, existe el llamado estado de Monagas,
con quien el municipio de Valleseco se llegó a hermanar en la década de 1980.
Destacó también esta familia en los anales terorenses por ser sus miembros
quienes dieron las primeras noticias de la caída del famoso pino donde apareció
la Virgen y, además, por protagonizar uno de los episodios más novelescos y
conmovedores de su historia, en donde se mezclan abordajes, raptos, embarazos
en la africana Argel, mazmorras, huidas, rescates y reclamaciones de
paternidad. Los Montes de Oca, llegados de Villafranca de Burgos, destacaron
como maestros de buques y agricultores, emparentados a su llegada con la
población indígena por medio de sus mujeres, y luego se repartieron por el norte y medianías de Gran
Canaria.
Los Naranjo figuraron en los
primeros tiempos como otro de los grandes linajes del patriarcado insular, muy
vinculados sus miembros varones a la Inquisición canaria. Procedieron de
Huelva, y al igual que otros pobladores, el andaluz se enlazó a su llegada con
una canaria nativa. La importancia de este apellido hizo que se adoptara tanto
por línea masculina como femenina. De ahí que es otra de las estirpes que
engloban a más de las tres cuartas partes de la población del Archipiélago. Un
trabajo en dos tomos realizado hace más de 20 años sobre esta familia, es una de las obras más solicitadas y
fotocopiadas en El Museo Canario por sus visitantes, demostrando, su frecuente
consulta, la enorme vinculación de los isleños con esta singular saga que
procedió de Andalucía.
Los Navarro, montañeses, y muy
enlazados desde antiguo con los Naranjo, también forman parte de los apellidos
más señeros de esta comarca. Su vinculación con el Tribunal inquisitorial fue, de igual modo, muy señalado. Ambos
linajes dieron muchos clérigos a la Iglesia canaria y aquí Teror destacó un
Manuel Navarro del Castillo, que dejó a finales del siglo XVIII bienes para la
enseñanza e ilustración de sus vecinos.
Mientras que los de la Nuez,
últimos de la letra que llevamos mencionando, llegaron a Canarias procedentes
de Génova, aunque parece que a su vez eran de procedencia española,
establecidos durante la Edad Media en aquella región con motivo de la
participación en las Cruzadas y asentarse en la república las bases
de su potencia comercial en el Mediterráneo.
Los Pérez forman parte de la
larga nómina de apellidos patronímicos y por tanto de muy difícil
generalización. Los de aquí llevaron compuesto el de Villanueva, por su lugar
andaluza de procedencia. Los textos históricos terorenses hablan extensamente
de Juan Pérez de Villanueva, a quien se señala de fundador de la villa y autor
de la donación a la iglesia de la actual Virgen del Pino para sustituir a la
primitiva de la milagrosa aparición. Por este Juan Pérez de Villanueva,
muchísimos de los que hoy estamos aquí podemos emparentarnos. De él, y como
dije antes, proceden Matías Vega, monseñor Socorro Lantigua, todos los Manrique
de Lara, del Castillo, Egea, López-Trejo y el que aquí les habla, no incluyendo
a otros muchos conocidos de todos ustedes para no alarga la extensa nómina.
Los Pulido son de origen
castellano, aunque hubo una familia de Las Palmas, de origen inclusero, que
destacaba por ir siempre aseada y pulida, dándole el vecindario a sus miembros
el mote de los pulidos, por lo que, según me refirió personalmente uno de
ellos, el nombrete lo adoptaron luego por apellido. Mientras que los Peñate,
son de un arranque canario. Se formó aquí. No existe en ninguno otro lugar la
referencia onomástica, salvo que se trasladara de Canarias. Se cree que es una
deformación del linaje Peña, y que se moteara luego con el actual apelativo.
Quevedo y Quintana, los dos
castellanos. El segundo tantas veces citado hoy aquí, procedió de Burgos. A la
conquista vinieron dos hermanos, Juan y Bartolomé de Quintana, de 14 y 15 años
de edad, respectivamente. A Bartolomé lo mató una pedrada que le asestó con
puntería un guanche en la boca, en las inmediaciones del barranco de Tirajana,
que de inmediato lo dejó sin dentadura. De Juan descendemos todos los Quintana
del Archipiélago. Mujeriego empedernido, tuvo numerosos hijos con dos doncellas
nativas. Su inteligencia y buena hacienda hizo que su prole destacará en los
medios sociales y económicos de nuestra Isla. Un nieto de Juan, llamado Blas,
fue el que se establece en Teror, casado con una de las hijas de Juan Pérez de
Villanueva, Isabel, que será la primera camarera de Nuestra Señora la Virgen
del Pino y nuestra entrañable antepasada. El apellido era tan apreciado, porque
además el que se timbraba Quintana estaba exento de pagar tributo a la hacienda
pública al presumir de hidalguía, por eso tanto hombres como mujeres del linaje
se acogían a él. De ahí la proliferación tan enorme de los Quintana en
Canarias. Como anécdota referir que una
quinta se refiere a una casa. Quintana, por tanto, expresa decir toda una
manzana edificada. Solo en Canarias se dice Quintana. En la península se suele
decir fulanito de la Quintana.
Para ir concluyendo nos detenemos
ahora en Río y Rivero. Del primero ya hablamos porque procedió unido al de
Díaz. Simplificado se generalizó más en la Vega de Santa Brígida y en la ciudad
de Las Palmas. Aquí destacaron los Domínguez del Río, cofundadores luego del
pueblo de Ingenio por establecerse allí fuerzas locales procedentes de esta
villa (el primer cura párroco y el primer jefe del destacamento militar).
Mientras que los Rivero también procedieron de Portugal, concretamente de un
lugar conocido por Arifana de Santa María. Su aureola histórica se destaca con
la muerte heroica del sacerdote de la iglesia, Juan Rivero, quien enarbolando
una bandera con la efigie de la Virgen del Pino encabezó el batallón de
milicias que acudió a socorrer a la ciudad cuando en julio de 1599 fue asaltada
por los holandeses al mando del almirante Piter van de Does. Los canarios
vencieron a los invasores en los Arenales de Santa Catalina, justo donde está,
curiosamente, la iglesia de Santa María del Pino, a espaldas del Corte Ingles.
Sin embargo, Juan Rivero murió durante la refriega. Por cierto, se dice que
antes de ausentarse de la villa el cura escondió los libros sacramentales de la
parroquia para evitar su perdida, y luego acabaron por desaparecer.
Sánchez, Sarmiento, Socorro y
Suárez, son los apellidos de esta letra generalizados en la comarca desde
viejos tiempos. Los Sánchez de Teror y Telde son, mayormente, andaluces.
Sarmiento es gallego y su origen está aromado de reyes, ricohombres y
poseedores de derechos de conquista. La línea de Canarias que es la establecida
posteriormente en Teror, arranca del señorío insular y de los hijos de los
señores propietarios de las Islas, doña Inés Peraza de Ayala y su marido Diego
García de Herrera. La más joven de sus vástagos fue doña Constanza Sarmiento,
ofrecida en matrimonio a Pedro Fernández de Saavedra, otro de los poderosos de
la primera población establecido en Lanzarote. La rica hembra, doña Fabiana
Sarmiento, será la progenitora de este noble apellido en la comarca terorense y
del vecino municipio de Valleseco. Mientras que Socorro forma parte de la serie
de linajes autóctonos y devocionarios de nuestra isla. Ya dijimos que era una
familia apellida Hernández, de Tirajana, que bautizaron a uno de sus hijos en
Tejeda, imponiéndole en las aguas del Jordán la filiación de la Virgen del lugar.
Así es como Sebastián del Socorro Hernández fue el autor de dejar su segundo
nombre como apellido, del que procede, no hace falta recordarlo, la gran figura
de monseñor, el celoso y fiel guardián de Nuestra Señora del Pino, don Antonio
Socorro.
Refiriéndonos a los Suárez, el
nuestro procedió de Albaida, en Andalucía, y cuenta en nuestras islas con gran
arraigo, especialmente cuando durante siglos exhibió unidas la referencias Suárez-Carreño.
Llegamos, finalizando la lista de
los linajes, a Toro, Travieso y Troya.
El del Toro, también de singular apreciación en los medios históricos de este
lugar, procedió de Castilla. Su insigne progenitor fue el capitán Sebastián del
Toro, un viudo que ya se encuentra establecido con dos hijos en la isla en
1544, fecha en que se le concede la merced de 30 fanegadas de tierra para
plantar en Teror, lindando la merced con las de Villanueva, y junto al lugar de
la llamada Laguna “donde queman las cabras de Escobedo” -dice el documento. La
descendencia femenina de estos del Toro tenían el privilegio de limpiar la
iglesia de Teror, un requisito que entonces era una distinción y estaba
controlado y autorizado por la Diócesis.
Plaza Teresa de Bolívar. Foto: E.Egea |
Los apellidados Traviesos
llegaron de Portugal y su arraigo con Teror en los primeros tiempos fue de
igual modo notable. Lo mismo ocurrió con los Troya, de singular procedencia
sevillana, ya que arrancan del fogoso clérigo Juan de Troya, a quien el Cabildo
Catedral le encomendó la anexión de la entonces pequeña ermita de Santa María
de Terore a la iglesia de Santa Ana allá
por la década de 1510, y siendo obispo don Fernando de Arce. Las troyanas deben
su nombre a esta singular familia de exuberantes y sensuales damas que gracias
a los estímulos dispensados por las féminas cambiaron en muchas ocasiones el
rumbo de los acontecimientos de la comarca.
Terminaremos nuestro elenco
ilustre reseñando a los linajes Vergara y Yánez, últimos de nuestro abreviado
abecedario señorial. Los primeros, hoy desaparecidos, de noble y arraigada procedencia
vasca, llenaron con sus hechos y virtudes las crónicas de esta villa durante
los siglos XVI y XVII, y aunque su filiación haya desaparecido, esta familia
dio origen a las emblemáticas propiedades de Osorio y al patrimonio que hoy
disfrutan los Manrique de Lara. El blasón de los Vergara campea en todas las
labras nobiliarias de la citada estirpe.
Yánez es asimismo portugués. La ascendencia
lusitana en nuestra islas es posiblemente más numerosa que la castellana. Los
ingenios azucareros de la primitiva industria y la cercanía con los
archipiélagos y nación portuguesa propiciaron el masivo avecindamiento en
nuestras costas de tantos hijos del vecino país. De aquel lejano labrador
portugués, llamado en su lengua Alonsianes, procede gran parte de la dilatada
descendencia terorense que ha llegado hasta nuestros días, aunque existe otra
rama muy numerosa que se asentó en Teror procedente del valle de La Orotava.
Por cierto, los primitivos Yánes se oponían a que la terminación de su apellido
concluyera con zeta.
No podía cerrar nuestro modesto
nobiliario si no mencionáramos que en Argentina, Cuba y Venezuela existe el
apellido Teror. También el de Arucas, que aquí no existen, pero que fueron
extendiéndose en aquellas repúblicas por hijos de estas localidades que iban
siendo más conocidos por sus respectivo lugares de origen que por sus
verdaderas identidades. De igual modo, conocí en Uruguay a un taxista que
llevaba de apellido el de canario, Diego Canario Sierra. Al dialogar, me dijo
que estaba convencido que era descendiente de los isleños fundadores de aquel
país. Así ha ocurrido con otra serie de linajes de procedencia extranjera, que
en sus localidades no tienen significación, pero sí mucha en Canarias a raíz
del establecimiento, como lo acreditan, por ejemplo, las filiaciones de Artiles
(diminutivo del nombre propio de Arnoldo, en Flandes), Dorta, Curbelo (relativo
a la familia de los cuervos en lengua portuguesa) Armas, Negrín, Penichet
(nombre de una ciudad costera de la región centro de Portugal), y otros tanto
que ahora no nos llegan a la memoria, pero que en las comarcas de las que
procedieron no suelen contar con estas
referencias.
Esto ha sido, queridos amigos, o
parientes, a grosso modo, lo que posiblemente don Francisco Fernández de Béthencourt
podía incluir en sus célebres reseñas genealógicas. Que este breve repaso sirva
para seguir manteniendo su memoria y el afecto y consideración que todos los
genealogistas del Archipiélago le debemos
Muchas gracias.
Teror, 12 de septiembre del Año Genealógico Francisco Fernández de Bethencourt