MIGUEL RODRÍGUEZ DÍAZ DE QUINTANA
Ponencia presentada en el I Encuentro de Genealogía Gran Canaria,
en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria,
el 19 de noviembre de 2014.
Publicada en Ponencias del I Encuentro de Genealogía Gran Canaria, nº 1 (2015),
p 13-17. Edit. RSEAPGC y Genealogías Canarias.
Depósito Legal: GC 368-2015
Publicada en Ponencias del I Encuentro de Genealogía Gran Canaria, nº 1 (2015),
p 13-17. Edit. RSEAPGC y Genealogías Canarias.
Depósito Legal: GC 368-2015
Aunque en líneas
generales todos conocemos la transcendencia de la genealogía, no
estaría de más repasar en estas oportunas jornadas, que desde aquí
hacemos votos para que puedan convocarse cada año, estos
apasionantes estudios en nuestro tiempo.
No
vamos a entrar en aquellos inicios y mitos históricos, babilonios e
hindúes, cuando estas sociedades crearon arquetipos humanos y
ejemplares, a veces fantasiosos, para identificarse con ellos. O
cuando muchos emperadores romanos al ser adoptados por sus
antecesores, heredaron los antepasados fisiológicos y míticos de
los adoptantes y los incorporaron a las genealogías de su familia.
A
estos respectos, recordar que los mitos bíblicos del Diluvio
Universal, de la Torre de Babel, de las desventuras de Job, son
calcos literales de los mitos babilónicos y han teorizado que la
unidad histórica no la constituyen los individuos o los estados,
sino los grupos sociales homogéneos, de los que son producto los
protagonistas de la historia.
En
este sentido familiar, es una realidad que vemos actuar a menudo en
todas partes: los miembros de tal familia tienen que militar en tal
profesión, cofradía o escuela política, porque así viene impuesto
por sus tradiciones familiares. Se me ocurre poner como ejemplo el
paradigma del ex teniente general Miláns del Bosch, cuyos siete
abuelos por rigurosa varonía fueron todos generales y cuyos hijos
son igualmente militares. La deserción de algún miembro aislado
nada supone, sino que confirma la regla por el escándalo público
que produce.
Fue
en el siglo XIX cuando nuevos valores rompieron los cuadros antiguos
e hicieron de cualquiera, procediera de donde procediera, un
privilegio en potencia, sin que importase su nacimiento. Se
quebrantaba la tradición familiar. Un ejemplo claro lo tenemos en
nuestras Islas, en donde la formación de la clase mercantil en los
puertos isleños, en el siglo XVIII, cuando la navegación entró en
el dominio de las actividades libres, no caló bastante hondo en la
vida del Archipiélago para alterar la antigua relación entre
señores y campesinos de la estructura social canaria.
La
transformación más honda vino en el pasado siglo. En el siglo XX,
el capitalismo moderno, con todo lo que tiene de igualitario en
cuanto al origen de las gentes, ha barrido toda distinción de sangre
entre los hombres. Pero creemos que solo al parecer. Porque los
actuales estudios e interés por la ciencia genealógica demuestra
que sigue floreciendo el sentido familiar. Recordemos las viejas
familias norteamericanas de Boston, o la preocupación por su origen
vasco de algunos prestigiosos linajes porteños o chilenos. Sin ir
más lejos, en España basta con hojear el Boletín Oficial del
Estado para comprobar que nunca antes había habido tanto interés
por rehabilitar títulos nobiliarios, algunos remotísimos,
concedidos a quienes se distinguieron por sus servicios. Es, sin
duda, una reacción defensiva de las minorías, frente a la absorción
por el ambiente nivelador.
Como
hemos dicho, la preocupación genealógica es, fundamentalmente, una
idea semítica. En la Grecia clásica la practicaban los Reyes y la
Nobleza. En Roma, los Patricios se agrupaban y al igual que los
eupátridas griegos tenían sus árboles genealógicos, a los que
añadían elementos que los hacías descender de las divinidades. Un
ejemplo de este tipo de genealogía lo tenemos hoy en la familia
imperial japonesa, descendientes del dios Amaterasa, realidad ritual
que ha funcionado más de dos mil años. Los árabes reconocen,
todavía hoy, la primacía de los linajes descendientes del Profeta,
y muchos soberanos árabes deben su trono a esta cualidad. Pero es
sobre todo en el pueblo hebreo donde la Genealogía alcanza mayor
importancia, ya que su Mesías había de nacer del propio pueblo.
Será
en Europa donde las cuestiones genealógicas han tenido mucha
importancia, y a partir del siglo XV, con la invención de la
imprenta, se comenzaron a publicar los primeros libros de genealogía.
Con anterioridad las genealogías constaban en crónicas
manuscritas. Los especialista consideran al francés Pierre d’Hozier
el verdadero fundador de la Genealogía científica.
En
el antiguo régimen fue indispensable para entrar en la Universidad,
en la Iglesia, en las Milicias, en la Marina de Guerra y en la
mayoría de los cargos administrativos. En el caso canario, para ser
regidor de los antiguos cabildos o desempeñar cargos honoríficos
como castellanos, familiares del santo oficio, de ciertos gremios y
de ciertas cofradías, era necesario probar que se pertenecía a
familias hidalgas.
Historiar
estos hechos del Antiguo Régimen tiene su sentido. Modernamente
algunos historiadores se burlan de la preocupación de nuestros
abuelos por demostrar la buena calidad de sus antepasados. Pero se
olvidan de enmarcar los hechos en su ambiente, donde, más que por
ostentación de vanidad, lo hacían por la necesidad práctica de
poder acceder a los cargos sociales, políticos, o administrativos a
los que legítimamente tenían derecho. Es como hoy, que para acceder
al profesorado universitario es condición estar en posesión de
algún titulo de doctor dado por una Facultad.
Tampoco
podemos dejar de comentar el desprestigio de la Genealogía en el
siglo XVIII, sobre todo después de la Revolución Francesa y una vez
establecida la igualdad social en derecho y abolida la Nobleza en
Francia, en que fue detractada, especialmente en su formulación
tradicional. Así fue como para satisfacer esta apetencia surgió en
el siglo XIX la actual casta de genealogistas y reyes de armas que,
también hay que decirlo, en muchos de los casos, por unas monedas,
le fabricaban a cualquiera unos antecedentes ilustres que nunca tuvo.
Casos en Canarias hay varios, como el del palmero Matías Rodríguez
Felipe y Montero, alias el Damo, de muy humilde extracción, pero
quien, por su talento y meritos militares, el cronista y rey de armas
Juan Antonio de Hoces y Sarmiento le expidió certificación de su
Nobleza y Blasones, en virtud de las cuales, don Matías, descendía,
no ya de los reyes godos, sino hasta de uno de los Reyes Magos del
Evangelio.
A
pesar de este descrédito la Genealogía nunca decayó. Precisamente
en el siglo XIX España tuvo a representantes tan eximios como
nuestro paisano Francisco Fernández de Bethencourt, el príncipe de
los genealogistas españoles, a quien su monumental obra genealógica
y su manera de expresarla le elevaron a la categoría de Académico
de las Reales de la Historia y de La Lengua
Y
no digamos en las dos Américas, en cuyos países es donde se
encuentran el mayor número de asociaciones, institutos y centros
genealógicos. En Estados Unidos, por ejemplo, se cultiva la
genealogía de manera fundamental. Los mormones, movimiento cristiano
milenarista, poseen las más ricas bibliotecas y archivos de
investigaciones genealógicas de todo universo.
Los
estudios genealógicos de Canarias tienen en nuestra época dos
clases de fuentes: las documentales y las bibliográficas. Entre las
documentales sobresalen hoy las reunidas por el general Francisco de
Quintana y León, Marques de Acialcazar, acrecentadas por su hijo don
Gonzalo y su yerno don José María Pinto de la Rosa, cuyo archivo,
siempre abierto a la investigación por la generosidad de sus
responsables, es hoy uno de los aportes fundamentales para el
desarrollo genealógico en las islas. A este rico acervo hay que
añadir los interesantes fondos de El Museo Canario, entre ellos el
del Santo oficio de la Inquisición, el llamado de las capellanías
legado por el magistral Marrero y el donado por el hijo del General
Bravo, amén de los archivos parroquiales de todas las islas, de los
archivos históricos provinciales de Gran Canaria y Santa Cruz de
Tenerife, del archivo Avecilla de la iglesia de la Concepción de
Santa cruz de Tenerife, los archivos municipales de La Laguna y
Casa Marquesa de Arucas |
Por
lo que toca a las fuentes bibliográficas, además de los clásicos
de Juan Nuez de la Peña, de Juan Antonio de Anchieta, en gran parte
inéditos, y de Antonio Ramos, con su libro Descripciones
genealógicas de las Casas de Mesa y Ponce publicado en Sevilla en
1792, nuestras islas han dado ejemplos únicos de amor a la
Genealogía con la fundación en 1924 de Revista de Historia por
Dacio Victoriano Darías Padrón, José Peraza de Ayala
Rodrigo-Vallabriga y Manuel de Ossuna-Saviñón Benítez de Lugo.
Esta revista se había pensado como un periódico genealógico,
aunque con marcos mucho más amplios. Es más, hasta el titulo fue
una imitación de la Revista de Historia y Genealogía Española, de
Madrid, que había dejado de aparecer en 1920. La de La Laguna, que
siguió la misma dirección que su epónima madrileña, se subtituló
“Publicaciones de asuntos canarios, históricos, genealógicos,
biográficos y arqueológicos, pero con predominio neto de la
especialidad genealógica.
Se
dice que la pasión genealógica isleña tuvo su más acusado
revulsivo en aquellos tiempos del llamado pleito insular, entonces
sin apenas solución de continuidad. También se dice que gracias a
la influencia de Miguel de Unamuno, al describirnos en su libro Por
tierras de Portugal y de España estas palabras: “una vida de
singular lentitud, de marcha de gaviota, ceremoniosa por fuera, más
no sin pasiones por dentro. Porque la vida de rutina conventual y
señorial no doma las pasiones, sino más bien las azuza. Sobre todo
la envidia. Las pequeñas rivalidades se exacerban y las discusiones
por un punto de erudición, por una minucia, adquieren una especial y
especifica venenosidad”. Así estaba convencido el eminente
profesor y erudito genealogista hoy desaparecido, don Juan Regulo
Pérez.
El
cultivo de la Genealogía continuó después que la revista de
Historia pasó a ser órgano científico de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de La laguna y a ser dirigida
por el
doctor Elías Serra Ráfols, quien quiso, que la nueva orientación a
que la obliga ser una publicación universitaria, no aboliera las
concepciones antiguas, entre ellas la Genealogía, primera razón de
ser de la revista. Esta tendencia continua bajo la dirección de
nuestro admirado historiador don Antonio de Bethencourt y Massieu,
pero al ser el ilustre paisano trasladado a una universidad
madrileña, la revista de Historia canaria tomó otros rumbos.
Elías Serra Ráfols |
La
contribución genealógica de esta revista resaltaba por la
interminable colaboración de Tomás Tabares de Nava, que de 1928 a
1960 publicó alrededor de sesenta árboles genealógicos de costado
de miembros de las familias históricas canarias más conocidas.
Estos árboles de costados aparecieron después impresos como
apéndice al libro Abuelos de Abuelos del mismo autor.
En
estas jornadas que hoy celebramos no podemos ni queremos silenciar
la gran labor genealógica que hicieron los mencionados José Peraza
de Ayala, Dacio Darías Padrón, Manuel de Ossuna, Luis Fernández
Pérez, Ramón de Ascanio, Leopoldo de la Rosa, Jaime Pérez García,
Melchor de Zarate y Juan Regulo, entre otros muchos que posiblemente
ahora se me escapan. Aquellas publicaciones en la Revista de Historia
marcaron un lugar entre los estudiosos canarios, con una tradición,
una continuidad, un ejemplo de perseverancia, cuyo resultado los
vemos fluir cada día y cuyo exponente más real es el que nos ha
convocado a reunirnos en estas oportunas jornadas genealógicas
Porque
Gracias a este gran ambiente genealógico en Canarias se han podido
poner en marcha en estos últimos 80 años ambiciosos proyectos.
Posiblemente el más grandioso ha sido la reedición y puesto al día
del Nobiliario y Blasón de Canarias del citado conejero Francisco
Fernández de Bethencourt, ahora bajo el titulo simplificado de
Nobiliario de Canarias. Los cuatro volúmenes que forman la edición,
con más de 4.500 páginas, es hoy la obra genealógica más conocida
y valorada en el mundo occidental. No existe biblioteca, ni centro
genealógico de Europa y América que no cuente en sus estantes con
estos imprescindibles libros de consulta.
Para
la reedición y actualización de tan magna obra coadyuvaron todos
los genealogistas que entonces había en el Archipiélago. A los
nombres anteriormente citados tenemos que añadir los de Sergio
Fernando Bonnet, Pedro Cullen del Castillo, Andrés de
Lorenzo-Cáceres, Alfonso Manrique de Lara y Fierro, Guillermo
Camacho Pérez-Galdós y Félix Poggio.
Como
hemos reiterado, la Genealogía es una ciencia de la Historia –hay
quien no quiere aceptar que se denomine ciencia auxiliar,porque hoy
toda cuestión social tiene aspectos genealógicos. Y, además,
muchas cuestiones de la Historia apenas pueden comprenderse sin
conocer la genealogía de sus actores. Esta realidad, por citar un
ejemplo, la hemos contemplado después de las pruebas poco
satisfactorias de la llamada revolución de Octubre y el periodo
subsiguiente en la Unión Soviética, y después de las experiencias
de la Revolución Cultural China, porque hemos visto que ha vuelto el
concepto tradicional de la familia como unidad social.
Y
es que la genealogía es indispensable para comprender la Historia
social, política y religiosa de todos los tiempos, ya que todas las
clases que componen la sociedad están, más o menos, emparentadas
entre sí. Para los cristianos, porque sin ella no se podría conocer
la cronología hasta el mismo Adán. Sin ella, dejaríamos sin
sentido a las generaciones anteriores. En medicina cada vez cobra más
interés porque a base de estudios genealógicos se llega a la
información genética de la célula, ya que las unidades de ADN,
llamadas genes,
son las responsables de las características
estructurales y de la transmisión de una célula a otra en la
división celular. Y porque comprenderemos
mejor nuestros cambios evolutivos.
En este campo la genealogía sirve para profundizar y
conocer la transmisión hereditaria de las enfermedades. También hoy
la genealogía esta cobrando un gran interés en el mundo de la
industria.
Todo
estudio genealógico de una familia, sea cual fuera su clase social,
enriquece la Historia de la Sociedad a la que pertenecemos. No hay
familias antiguas y familias nuevas. La familia de un príncipe, por
ejemplo, tiene la misma antigüedad que la de un bracero, de un
pescador o de un barrendero. Solamente hay familias de antigüedad
más o menos conocida, de mayor o menor riqueza, de mayor o menor
vitalidad, o de características dominantes o recesivos más o menos
acusados. Pero todas, sin excepción, han contribuido y contribuyen,
a la formación del país al que pertenecen.
Si
aparentemente los estudios genealógicos que se desarrollaron en las
islas en pasadas centurias estaban mayormente encaminados a historiar
los linajes de las grandes familias. En las últimas décadas del
pasado siglo nació un sorprendente interés por desentrañar los
árboles genealógicos de todo tipo de estirpe. Las visitas a los
archivos parroquiales proliferaron. De este interés nació el 2 de
junio de 1986 el Centro de Estudios Genealógicos de Canarias
“Marqués de Acialcázar”, denominado con esta filiación como
homenaje al actor que gracias a su labor, perseverancia y visión de
futuro creó el más importante archivo genealógico del
Archipiélago, y si acaso del país
Aprovechando
esta cita, la cita de, no quiero silenciar los nombres de aquellos
fundadores y pléyades de genealogistas de la nueva época que con
tanta ilusión materializaron el proyecto y que desgraciadamente hoy
no están con nosotros. Me refiero a su presidente Juan López-Viota
Cabrera, Salvador Cabrera Aduaín de Zumalave, Juan Esteva Arozena,
José Hernández-Franco Moran, Alfredo Matallana Cabrera, Gerardo
Morales Martinón, Antonio de la Nuez Caballero y el varias veces
citado y entrañable amigo Juan Régulo Pérez. Afortunadamente, en
plena actividad, actualmente, aquí, la nómina es extensísima e
imposible de relacionarla, pero que de igual modo contribuyen
eficazmente hoy al desarrollo genealógico de las islas canarias.
Como
anécdota, recuerdo ahora el estudio que el eminente genealogista
citado Juan Régulo Pérez dedicó a la ascendencia del I Marqués de
la Regalía, el palmero Antonio José Álvarez de Abréu, prócer
canario a quien Viera y Clavijo llamó el oráculo de la Real Cámara
de Indias, Consultor que fue de la Real Cámara de Estado para todos
los asuntos de Derecho Público. Después de documentar todos estos
méritos, alguien había afirmado lo contrario, que los antepasados
de este marqués habían sido humildes marineros de Santa Cruz de La
Palma y simples campesinos de Puntallana, San Andrés y Sauces,
algunos de los cuales ni siquiera habían sido hijos de matrimonios,
por lo que fue necesario establecer una verdadera genealogía oficial
a base de documentación falsa, por así exigirlo –dicen los
autores de la falsificación- las circunstancias de quien había que
insertar en los más altos estamentos de dirección y gobierno. Sobre
este engaño genealógico se llegó a preguntar el propio profesor
Régulo Pérez: ¿Tiene esto importancia trascendente? La respuesta,
como todos imaginarán, es muy discutida.
Como
discutidos fueron el vertiginoso ascenso de los mariscales de
Napoleón, que de herreros y de otros oficios manuales, y de
campesinos con orígenes oscuros e infelices, llegaron a príncipes y
a ocupar tronos y sus descendientes a emparentar con la realeza
europea, como aquel simple soldado voluntario apellidado Bernadotte
que se convirtió en el fundador de la actual dinastía reinante en
Suecia.
Para
concluir diremos que de todo esto sólo hay una verdad: la verdad de
la fuerza, poderosa y extraña, a veces incluso en medio de las mas
adversas circunstancias, de ese ser portentoso que es el hombre, de
quien, hace más de dos mil años, dijo Sófocles, en uno de los
segundo de su tragedia Antígona, algo así como “Muchos son los
arcanos insondables, pero nada hay tan tremendamente misterioso como
el hombre”
Si
como se ha dicho, la familia es el componente básico de la sociedad,
la ciencia que se ocupa de su estudio, la Genealogía, tiene
cumplidamente justificada su razón de ser. Razón de ser a la que
hay que añadir el interés, siempre legítimo y siempre vivo, de
cada individuo por conocer quiénes fueron sus ascendentes y cuáles
son sus parientes.