FANEQUE HERNÁNDEZ BAUTISTA
JUAN R. GARCÍA TORRES
(Prólogo
del libro “Breve Historia de Fuerteventura”,
obra
de Roberto Hernández Bautista)
Me complace enormemente el encargo que
me hace mi hermano, el profesor Roberto Hernández Bautista, de escribirle el
prólogo de su nueva obra “Breve Historia de Fuerteventura”. Con este libro,
editado en español y también en inglés, se engrandece el
legado de sus publicaciones siempre relacionadas, como historiador, con el estudio de nuestras raíces. Además de numerosos artículos en revistas y jornadas de historia y de su labor como arqueólogo en distintas excavaciones en las islas orientales y de sus viajes de interés etnográfico por todo el Magreb, deseamos destacar de su currículum el listado de sus publicaciones que, de más antigua a más reciente, son:
legado de sus publicaciones siempre relacionadas, como historiador, con el estudio de nuestras raíces. Además de numerosos artículos en revistas y jornadas de historia y de su labor como arqueólogo en distintas excavaciones en las islas orientales y de sus viajes de interés etnográfico por todo el Magreb, deseamos destacar de su currículum el listado de sus publicaciones que, de más antigua a más reciente, son:
-
- Aportaciones
al folklore tradicional de Fuerteventura. Ed.
Ayuntamiento de Puerto del Rosario, 1994.
- - Los
Semidanes de Canarias. Ed. Anroart, Las Palmas de GC, 2012.
- - Los
naturales canarios en las islas de señorío. Ed.
Mercurio, Las Palmas de GC, 2014
La obra que hoy presentamos ocupa el
cénit de su producción, no por ser la última sino por ser la que más se eleva.
Se trata de una síntesis de la historia de Fuerteventura desde los primeros
asentamientos indígenas hasta nuestros días. No es fácil la tarea de ofrecer
una visión holística de tantos siglos de devenir histórico. Esa tarea solo
puede realizarse después de muchos años de estudio de las fuentes
arqueológicas, documentales y orales para poder acometer con éxito la empresa
de una visión panorámica general, desde arriba, de los hechos e ideas que
explican la particularísima idiosincrasia de los habitantes de esta isla hasta
hace bien poco nada venturosa, a pesar de lo que parece querer decir su nombre.
Fuerteventura ha vivido algunas etapas
de poblamiento y muchas otras de despoblamiento hasta que en el siglo XX, con
el desarrollo y democratización de las instituciones locales y más
recientemente con el impulso de la descentralización autonómica parece que se
ha logrado detener esa sangría secular.
Los primeros contingentes en arribar
eran sin duda pueblos norteafricanos que con afán colonizador se embarcan en
armadas de potencias mediterráneas, como muy bien nos explica Roberto en uno de
sus libros precedentes, para afincarse, bien provistos de ganados y semillas, en el casi desierto por
entonces territorio insular. Esta población inicial, que en las islas orientales recibe la
denominación de majos o majíes, conforma una sociedad indígena muy original
que, por su presión sobre el medio natural, sobre todo a través de la ganadería
extensiva, inicia el proceso de desertificación del territorio.
Con la cruenta llegada de los
aventureros normandos y más tarde castellanos se sientan las bases de una
sociedad mestiza, conformándose unos grupos humanos a los que se identifica
como familias de las islas que son el resultado de la fusión entre los conquistadores
con las mujeres y niños indígenas que fueron preservados, pudiéndose hablar en
propiedad de genocidio masculino. Con ellos la degradación del medio se
intensifica por la masiva deforestación y sobreexplotación hídrica y todo esto,
unido a la dureza de las cargas señoriales y eclesiásticas, conduce a finales
del siglo XV a una primera gran evasión de sus habitantes con la huida de la
mayor parte de su población libre hacia Gran Canaria primero y, poco después,
también hacia Tenerife, una vez que estas islas son incorporadas a la Corona de
Castilla gracias a la intervención de un ejército real en el que, es bien
sabido, participan, como caballeros o
infantes, centenares de hombres de las islas.
Los Señores de Canarias sustituyeron
entonces, paulatinamente, a las familias de las islas por pobladores moriscos
tras cruentas y repetidas razias de captura en la cercana costa africana de
donde traen, a la fuerza, a multitud de esclavos bereberes y subsaharianos.
Como bien refiere el viejo Rumeu de Armas, las campañas de saqueo en Berbería
iban muy pronto a tener la merecida respuesta con las cruentas expediciones de
represalia berberiscas, que asuelan las islas orientales y apresan y conducen a
cárceles africanas a buena parte de su habitantes. Se produce entonces por
miedo a dichos ataques una segunda gran evasión hacia las islas de realengo que
no está suficientemente estudiada aunque los genealogistas de Gran Canaria bien
la atestiguamos.
A partir de entonces, y a lo largo de
toda la Edad Moderna, Fuerteventura es una isla
olvidada hasta de sus propios
señores, que son absentistas, dejando en manos de sus mayordomos primero y más
tarde de los coroneles de las milicias el control de la economía y la sociedad
en el marco de un opresivo régimen señorial con unas cargas impositivas
desmesuradas para la paupérrima población residente, cargas propias de la
servidumbre semifeudal que se mantuvieron sin embargo en Fuerteventura hasta
fechas muy cercanas.
Casa de los Coroneles. FEDAC |
Las crisis demográficas causadas por
epidemias, sequías y hambrunas determinan continuos trasvases de población
hacia las islas centrales del archipiélago. Son situaciones que se compensan,
en parte, en los años de lluvia y bonanza, como bien se ejemplifica en el
proyecto dirigido por Manuel Lobo La
Oliva, Historia de un pueblo de Fuerteventura, con la arribada de miles de
jóvenes trabajadores de las islas de realengo durante el periodo de la
recolección. Muchos de esos trabajadores temporales se quedarán en la isla
casando con jóvenes majoreras, pero la escasez de agua va a seguir dando lugar,
con ocasión de sequías y plagas, a la huida de los labradores libres y también
de los esclavos libertos. De estos siglos queremos destacar como hito histórico
el memorable motín de 1720, cuando tras una de esas terribles hambrunas, la
población en vez de buscar la evasión por mar, participa, siguiendo el reciente
y sonado ejemplo del motín de Agüimes de 1718, en una asonada popular en la que
se requisa el arca de quintos y se consigue de
la Audiencia, al año siguiente, el uso de los fondos secuestrados para
abastecimiento de trigo a la población.
En la Edad Contemporánea no dejan de
seguir fluyendo episódicamente hacia Gran Canaria contingentes de trabajadores
que huyen de la miseria y el hambre en busca de una vida mejor. Multitud de
pequeñas embarcaciones traen a los majoreros hasta las costas orientales de la
Gran Canaria, isla en la que se integran fácilmente asumiendo labores agrarias
y pastoriles en cumbres y medianías sureñas, o trabajando en caleras y
pesquerías junto al mar y, ya en el siglo XX, incorporándose a la Ciudad de
Canaria como operarios en las pequeñas industrias de la salazón y tabaco, o
como estibadores y cambulloneros en las florecientes actividades portuarias.
Mientras tanto Fuerteventura se convierte por entonces, como signo de su máxima
degradación histórica, en el destino último de los desterrados de la España
peninsular.
Después de glosar al autor y su obra me
propongo romper los esquemas de lo que es un prólogo al uso, ejerciendo de
genealogista con la ayuda de mi apreciado colaborador Juan Ramón García Torres,
para estudiar la ascendencia majorera de Roberto y su familia hace trescientos
años.
Roberto Hernández Bautista, nacido en
Las Palmas en 1957, vive y trabaja como profesor en Fuerteventura desde mediados
de los años 80 y aquí funda su familia al unir su destino al de Fabiola Herrera
Melián, también profesora, nacida como él en Las Palmas, pero, como ahora
veremos, una y otro provienen de antiguas estirpes majoreras asentadas en torno
al 1700 en los pagos norteños de Tefía o la Roza de Zapata, o en aldehuelas
situadas al sur de la isla como Toto, Bárjada y La Florida. La sangre los ha
llamado y los ha traído hasta aquí, de
modo que hoy Roberto y Fabiola, establecidos en la isla, tienen ya casi
criados
a sus tres apuestos hijos majoreros, Rubén Idafe, Yaiza y Fayna, a los que este
libro está cariñosamente dedicado.
Tétir. Proveedora: Ana Rodríguez. |
Empezaremos hablando de la ascendencia
de su mujer, Fabiola Herrera Melián. El segundo apellido que porta, Melián, es
de indudable procedencia normanda como bien saben todos los aficionados a la
genealogía canaria. Este linaje Melián se inicia en Gran Canaria con el
conquistador de esta isla Diego Melián de Betancor, hijo de Juan Melián el
viejo y de Elvira de Betancor, quien, casado con María Mayor, la hija del
alguacil Juan Mayor, también por cierto hombre de las islas, deja en esta isla
notable descendencia. Un hermano de este, Juan Melián, puede estar asimismo en
el origen. El tal Juan Melián, casado con Mayor Álvarez, hija del alférez mayor
de la conquista Alonso Jáimez de Sotomayor, también dejó descendencia en la
isla, lo cual Cebrián Latasa parece desconocer.
La línea que conduce hasta Fabiola,
bien venga de uno u otro hermano o bien de otros familiares llegados tras la
conquista, como parece deducirse del hecho de que el Juan Melián, el casado con
Violante de los Reyes, consta en un documento como trabajador, es sin duda una línea fuerte, económica y
socialmente hablando, puesto que sus ancestros de este apellido enlazan con
Pinelos, Salvagos, Quintanas, Sarmientos y Balboas, y porque además tenemos
acreditado que contaron con amplias posesiones en medianías y cumbres a
barlovento de la isla.
El documento más antiguo con el que
contamos del linaje Melián que estamos trazando es, por el momento, el
matrimonio en 1601, en Santa María de Guía, de Francisca Melián, hija de Juan
Melián y Violante de los Reyes, con
Gaspar de Almeida, hijo de Bartolomé Rodríguez Collado y de Margarita de
Quintana, vecinos todos de La Vega.
Muy cerca de su origen majorero se
encuentra pues este linaje, una de cuyas líneas de descendencia se establece en
el pago de La Culata de Tejeda donde naciera, la muy apreciada por todos
cuantos la conocemos, Lita Melián Marrero, la madre de Fabiola.
Vayamos pues al linaje paterno de los
Herrera. Por esta línea, en tan solo dos generaciones podemos comprobar en el
cuadro adjunto que Alberto Herrera, el abuelo de Fabiola, fue bautizado en la
iglesia de Casillas del Ángel, aclarándose en la partida correspondiente que
sus padres eran vecinos del pago de Tefía. Subiendo la escala, observaremos que
durante algunas generaciones los Herrera de Tefía se dedican a la labranza y a
la ganadería por esos predios norteños si bien pronto accedemos al primero de
los Herrera de este linaje majorero que nada tiene que ver con el del Señor de
las islas en el siglo XV, don Diego de Herrera, sino con un humilde labrador
viudo procedente de la isla de La Palma, llamado Juan Herrera, nacido en
Garafía en 1770 (bautizado en la iglesia del Rosario de Barlovento), hijo de
los garafianos Salvador Herrera y Catalina Pérez, el cual en torno al año 1813,
año de lluvia y buenas cosechas, después de una grave sequía que se había
prolongado desde 1807 a 1811, se embarca hacia Fuerteventura para tomar parte
en las tareas de recolección del trigo. En esta isla conoce, bajo un tórrido
sol durante las tareas agrícolas de la siega, a Francisca Alonso, hija de los
vecinos de Tefía Antonio Pérez y Clementina Hernández, con la que casa ese
mismo año de 1813 en la parroquia de Casillas del Ángel.
Este linaje palmero entronca en origen
con colonos europeos de apellido Ferrera o Herrera establecidos en el norte de
La Palma en el siglo XVI. El documento
más antiguo que tenemos relacionado con el mismo es, en 1633, la partida de
matrimonio en la iglesia de Barlovento
de Juan Pérez Herrera (hijo de Sebastián Herrera y Ana Pérez) con Ana Rodríguez
(hija de Francisco Rodríguez y Ana Pérez), vecinos todos de dicho término. El
hijo de este matrimonio llamado Pedro Rodríguez Ferrera (sic) casará en
1674 en la iglesia de Ntra. Sra. de la
Luz de Garafía con Catalina Rodríguez, hija de Baltasar Rodríguez, difunto, y
de su mujer, Catalina Pérez, vecinos de dicho lugar en la Lomada de los
Franceses. Se aclara por otra parte en esta partida, que los padres del novio,
difuntos por entonces, habían sido vecinos del lugar de Barlovento en Los
Gallegos. Tenemos pues algunas pistas que nos acercan a un origen franco o
galaico para el Herrera o Ferrera del norte de la Palma que pasa a
Fuerteventura en el siglo XIX.
Juan Herrera García y familia |
Los estudios de ADN son de gran ayuda
para la genealogía. Puesto que se trata de un linaje masculino, trasmitido de
padres a hijos varones durante muchas generaciones, gracias a la colaboración
de un hermano varón de Fabiola hemos podido conocer algo más acerca del origen
remoto de los Herrera. El informe genético realizado a su hermano nos indica
que los varones de este linaje tienen un haplotipo masculino caracterizadamente
europeo, M-269, con una variante, R-L21, relacionada con el mundo céltico, que
es muy frecuente en las culturas gaélicas de Escocia, Gales e Irlanda hasta el
punto de que hoy lo porta entre el 25 y el 50 por ciento de la población
masculina de dichos territorios.
Continuaremos ahora nuestra tarea
tratando de husmear en los orígenes majoreros de esta familia Hernández-Herrera
a través de la ascendencia del propio Roberto, el autor de esta Breve Historia
de Fuerteventura.
En primer lugar estudiaremos un linaje
que nos lleva hasta lugares perdidos al sur de la isla a comienzos del siglo
XVIII. Bárjeda (o Bárjada) y Tetuy (o Toto) son pequeñas aldeas del actual
municipio de Pájara, próximas entre sí, que constan en los acuerdos del Cabildo
del siglo XVII como poblaciones de la parte de Ayose “en las que se ha
establecido vega de pan sembrar y en las que por tanto han de guardarse los ganados
que andan sueltos y que tanto daño hacen a los cultivos”. De Toto nos dice
Madoz en su Diccionario geográfico
que “su vega es fértil si hay lluvias, pero los vecinos adolecen todos del
mismo error: anteponen la cría de una cabra al más robusto árbol”. Trapero en
su Diccionario de Toponimia Canaria: Los
guanchismos tiene documentado en 1644 en los acuerdos del Cabido la
siguiente nota: “Se da comisión a Baltasar Dumpiérrez para que averigüe qué
personas han cortado árboles en la isla y en particular un aceituno que está
cortado arriba de Toto”.
Como puede seguirse en el cuadro
adjunto, Roberto es tataranieto de Micaela Montesdeoca, la cual fue bautizada
en la iglesia de Pájara en 1823 como
hija de Manuel Montesdeoca y Bárbara del Cristo, y la misma que contrae
matrimonio en 1846, a los 23 años, en Gran Canaria con José Vega Yánez, natural de Las Palmas.
Sus padres y abuelos eran vecinos del pago de Toto, si bien su bisabuelo
paterno, Manuel Montesdeoca, el primero de su apellido en Fuerteventura, había
nacido en Montaña Cardones de Arucas (Gran Canaria) en 1717 para venir a
casarse a esta isla en 1745, con 28 años, con la joven majorera Mª Concepción
Cabrera, hija de Casiano Betancor Cabrera y Magdalena Cabrera, vecinos del pago
de Bárjada. La irrupción de los Montesdeoca en Fuerteventura parece estar relacionada con la existencia de
antiguos lazos familiares pues el dicho Manuel era hijo de los vecinos de
Arucas José Montesdeoca y Francisca Cabrera, esta última de un más que
probable, aunque no probado, origen majorero.
Volviendo a los San Juan de Toto
diremos que durante varias generaciones todos sus ancestros tuvieron su
residencia en dicho pago. El documento más antiguo que conservamos para
atestiguarlo es la partida de matrimonio en 1698 (iglesia de la Concepción de
Betancuria) entre Diego de San Juan, viudo de María Diepa, con María del
Rosario, hija legítima de Silvestre Rodríguez y María del Rosario, todos
vecinos de Toto. Diego de San Juan había casado efectivamente en primeras
nupcias en 1680 con María Diepa, haciéndose constar en la partida que él era
hijo de Manuel de San Juan y María Marichal y ella, de Juan Diepa y Ana Liria.
Tenemos algunas sospechas, no probadas,
acerca del origen de este linaje. Consta en la obra de Manuel Lobo Los antiguos protocolos de Fuerteventura un acuerdo firmado en 1599 ante el sargento
Juan López Peña entre Juan Aljeves, prieto, vº de Lanzarote y estante en
Fuerteventura, en nombre de sus nietos Juan, Domingos, Miguel, Francisco y Ana
Perdomo, hijos de Pedro Saavedra, su yerno difunto, y de su hija Melchora de
San Juan, con Gonzalo de Viveros el mozo, como nuevo marido de su hija, para
que los menores nombrados puedan gozar de los frutos de la hacienda de su
padre. El arreglo se alcanza al poner Aljeves de su pecunio, para evitar la
continuidad del litigio, 30 cabras y un
camello.
De confirmarse nuestra hipótesis,
tendríamos que los Sanjuán majoreros son descendientes de un morisco llamado
Pedro de Saavedra y de Melchora de San Juan, una mulata lanzaroteña cuyos
hijos, una vez su madre ha vuelto a casarse, son puestos a soldada por el padre
de menores, el sargento Juan López Peña, para trabajar al servicio de distintos
labradores en los desolados campos sureños. Original linaje, sin duda, que
explica la color de alguno de mis hermanos… sin señalar a Roberto.
Hemos comprobado efectivamente en la
obra de Manuel Lobo Moriscos de Canarias
que Pedro de Saavedra es uno de los privilegiados moriscos majoreros que
consiguen una provisión de seguro real en 1588 por la que se consigue que ni él
ni sus convecinos de igual origen sean expulsados de la isla, como pretende el
conde de Lanzarote para apropiarse de sus posesiones, ni tampoco pudieran ser
molestados por los escasos cristianos viejos que en ella se mantienen. Poco le
duró la alegría a Pedro por cuanto nos consta su defunción en 1600, tan solo un año después de publicado el
edicto real.
LA ROZA DE ZAPATA EN EL 1700
En segundo lugar nos vamos a retrotraer
otra vez en el tiempo hasta el 1700 a través de otra línea que nos lleva en
esta ocasión hasta el centro-norte de la isla, hasta un lugar denominada la
Roza de Zapata, situado en el actual municipio de Antigua. Sabemos bien que una roza, en castellano, es
un terreno que ha sido limpiado de maleza para su aprovechamiento agrícola.
Para hacer dicha tarea, entre otros útiles se emplea la rozadera, una especie
de podona gruesa y ancha sujeta a un mango largo, según la definición que nos
aporta la Academia Canaria de la Lengua. En Fuerteventura el término roza se
escribe incorrectamente, con ese en vez de con zeta. Son ejemplos de ello: La
Rosa del Taro en Puerto del Rosario, La Rosa del Coronel en La Oliva y la Rosa
de Zapata en Antigua.
Tenemos documentado el origen preciso
de este último topónimo en el testamento de María Perdomo, viuda de Simón de
Umpiérrez, dictado en Las Palmas en 1557 ante Pedro de Escobar (legajo 765) que
viene a decir en una de sus cláusulas, cuando procede al reparto de la herencia
familiar entre sus hijos e hijas, que “Marina
Perdomo, mi hija, mujer de Francisco Zapata, si quiere tomar parte, que traiga
a colación doscientas doblas que le di en dote”.
El linaje majorero del que hablamos se
inicia en el peldaño VII del cuadro con
Domingo Antonio Mateo, bautizado en 1798 en la iglesia de Antigua y casado en
Las Palmas en 1821 con Teresa Gutiérrez Rivero que es una de las retatarabuelas
de Roberto. El tal Domingo Antonio era hijo natural de Antonia de la Cruz Mateo
quien era a su vez hija del matrimonio
formado por Ángel Mateo y Brígida Antonia de Serpa, casados en la iglesia de
Antigua en 1766, siendo él hijo de Juan Mateo y Ana Umpiérrez y ella, de
Antonia Melián y de Antonia de Serpa, todos vecinos de la Rosa de Zapata según
precisa la partida correspondiente.
Siguiendo ahora por el ilustre apellido
Umpiérrez observamos que Ana Umpiérrez (nacida en 1711 y casada en 1721 con
Nicolás de Torres, natural de Chasna en Tenerife) es hija de Lucas Gutiérrez
Mateo y de Isabel Ana, naturales de Tenerife
y por entonces vecinos en la Roza de Zapata, casados en Antigua en 1708.
De Lucas Umpiérrez Mateo, aunque nacido
en Tenerife, podemos asegurar que es de una indudable progenie majorera que de
seguro nos lleva tiempo atrás a su entronque con el matrimonio formado por
Simón Umpiérrez y su esposa María Perdomo, cuyo testamento de 1557 antes
citamos. No es necesario glosar que el apellido Umpiérrez tiene orígenes
betancurianos pues así se apellidaba uno de los aventureros de la mesnada del
normando Jean de Bethencourt que asolaron la isla a principios del siglo
XV. Según Cebrián Latasa el primero de tal nombre que está documentado en la
historia de Canarias fue Rubin Dumpierres, de la islas, natural y vecino de
Fuerteventura, casado con Isabel Sánchez
Morales, con quien tuvo amplia
descendencia que se avecinda en Tenerife.
Pájara, circa 1890. |
Hay muchas más líneas en el árbol familiar de Roberto que
provienen de Fuerteventura. Citaremos de
pasada, sin escalas genealógicas de respaldo, dos de ellas cuya presencia en Gran
Canaria se relaciona con la gran
hambruna de 1721-1723 pues son familias que se establecen por aquellas trágicas
fechas en las cuevas de La Atalaya de Santa Brígida. Por una parte la pareja
formada por Sebastián Pérez, (hijo de Diego Pérez Umpiérrez y Florencia Ruiz) y
Feliciana de León (hija de Luis de León y María Umpiérrez) que habían casado en
Pájara en 1717. Por otra, la pareja
casada en Betancuria en 1700 formada por Cristóbal Mirabal (hijo del majorero
Juan García Mirabal y de la herreña Ángela Pérez) y María Gutiérrez (hija de
Juan de Umpiérrez Espino y Beatriz de Aguiar),
vecinos estos de La Vega de Río Palmas.
Para indagar acerca de la presencia de
estas familias en las cuevas de La Atalaya acudimos a la opinión de Pedro
Socorro, cronista oficial de Santa Brígida, quien nos dice lo siguiente: “En
los archivos parroquiales se registra en el siglo XVIII un grupo destacado de
inmigrantes procedentes de Fuerteventura, especialmente de Pájara y Vega de Río
Palmas. Quizá muchos de ellos llegaron huyendo de las hambrunas que se suceden
en la isla majorera a comienzos de esa centuria, pero también otros llegaron
como siervos o esclavos para servir al que había sido canónigo de Fuerteventura
Luis Fernández Vega quien una vez establecido en Gran Canaria construyó entre
1733 y 1737 en la parte alta de la Atalaya la ermita de la Concepción”.
EL PAGO DE LA FLORIDA EN 1700
Pero concluyamos este repaso a las
raíces majoreras de Roberto en torno al año 1700 acudiendo a su ancestro más
relevante. Nos referimos a Pedro Domínguez, héroe de la primera batalla de
Tamasite, acaecida en octubre de 1740, personaje a quien Roberto dedicó un
memorable artículo histórico presentado en las XVI Jornadas de Estudios sobre
Lanzarote y Fuerteventura.
Como puede verse en el cuadro, Roberto
es tataranieto de Agustín Domínguez Perdomo, quien, bautizado en la iglesia de
Tuineje en 1856, emigró muy joven con su
madre viuda a Gran Canaria,
estableciéndose primero en La Isleta y más tarde en el barrio de San Roque una
vez se casa en 1879 con la vecina de
dicho barrio Teresa Socorro Mateo, de ascendencia grancanaria por la parte de
los Socorro (de San Mateo) y majorera (de Antigua) por la parte de los Mateo.
Agustín Domínguez y sus ancestros
fueron vecinos de La Florida durante muchas generaciones hasta que llegamos,
ascendiendo por la escala genealógica, en el peldaño XI, hasta Pedro Domínguez,
nuestro héroe familiar de Tamasite, nacido en 1675 en Chasna, Tenerife, hijo de
los también chasneros Pedro Domínguez el Viejo y María Trujillo, la cual resulta
ser pariente cercana del poderoso mayordomo y sargento mayor de Fuerteventura
don Sebastián Trujillo. Esto ayuda a explicar el motivo por el cual su familia
al completo, abrumada por la epidemia que asuela Tenerife a principios del
siglo XVIII, huye hacia Fuerteventura y se instala en unas tierras de pan
sembrar en el sur de la isla, cedidas por el sargento mayor, tierras a las que
bautizan con el nombre de La Florida en recuerdo de las así llamadas en las
cumbres de Tenerife de donde proceden. Pedro Domínguez el mozo casará al poco
de llegar a Fuerteventura en 1712 con María García de León, hija de Matías de
León y Catalina García, naturales y vecinos de Pájara, con la que tiene
numerosa descendencia. Entres sus hijos está Ginés Domínguez, nacido en 1723, que tenía 16 años cuando se produjo de
madrugada el asalto a su casa y es el muchacho al
que se llevan los ingleses como rehén y guía, habida cuenta de la avanzada edad de su padre quien, a pesar de contar con 65 años, luchará bravamente en las laderas del Cuchillete hasta conseguir, encuadrado en la milicia sureña que está al mando del Teniente Coronel Sánchez Umpiérrez, la derrota de los británicos y el rescate de su hijo.
que se llevan los ingleses como rehén y guía, habida cuenta de la avanzada edad de su padre quien, a pesar de contar con 65 años, luchará bravamente en las laderas del Cuchillete hasta conseguir, encuadrado en la milicia sureña que está al mando del Teniente Coronel Sánchez Umpiérrez, la derrota de los británicos y el rescate de su hijo.
Los Domínguez de Chasna tienen su
origen en asentamientos indígenas canarios en la zona de cumbres de Tenerife
durante el siglo XVI. El ancestro más antiguo que tenemos bien documentado por
esta línea es el capitán Antón Domínguez que casa en el último tercio del XVI
con Francisca Delgado de Frías, hija de Francisco Delgado y Lucía de Frías,
todos ellos descendientes de indígenas canarios que fueron conquistadores de
Tenerife. Estimamos, sin haber podido probarlo hasta el momento, que el dicho
Antón Domínguez es hijo de Hernán Domínguez y Bastiana Mayor, nieto por línea
materna de Pedro de Vega y Catalina Hernández y bisnieto por parte de madre de
Fernando Guadarteme y Juana Hernández, reyes que fueron de la isla de Canaria
hasta 1483, fecha en que la isla fue anexionada a la Corona de Castilla. Se
trata en todo caso de un linaje, el de los Domínguez, que se inicia en Gáldar,
al norte de Gran Canaria, a fines del siglo XV, que se traslada hacia Chasna en
los XVI y XVII para saltar a Fuerteventura (Tesejerague y La Florida) a
principios del XVIII y retornar por último a Gran Canaria (Las Palmas) en el
siglo XIX.
Tiene pues Roberto Hernández , el autor
de Breve
historia de Fuerteventura, el honor de ser parte inseparable del paisaje y
paisanaje de una isla del archipiélago que, después de tantos estragos y
sufrimientos, parece que empieza a ser, por fin, entrados en el siglo XXI,
verdaderamente venturosa. Del respeto a la idiosincrasia mestiza de sus
habitantes y del cuidado de su naturaleza depende ciertamente su futuro.