JOSÉ ANTONIO QUINTANA GARCÍA
Ponencia presentada en el XI ENCUENTRO DE GENEALOGÍA GRAN CANARIA, organizado por la Real Sociedad de Amigos del País de Gran Canaria y Genealogías Canarias, celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en noviembre de 2024.
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INTRODUCCIÓN
En febrero de este año ofrecí una charla en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria sobre el tema: El aporte cultural de los canarios en Cuba, mientras preparaba la ponencia constaté que varios intelectuales, periodistas, profesores, artistas y escritores tenían vínculos familiares, tema que merecía un estudio específico. Por eso, cuando Eugenio Egea amablemente me invitó a participar en este Encuentro de Genealogía, le propuse exponer resultados parciales de la investigación, unas notas que pretenden despertar el interés por una temática poco frecuentada por la historiografía.
Sobre el concepto de redes intelectuales existen diversos criterios. Resumiéndolos Adriana Rodríguez Alfonso nos dice que “puede definirse como las interrelaciones dadas entre un conjunto de personas abocadas a la producción y difusión del conocimiento, ya sea científico o cultural, las cuales se intercomunican a lo largo del tiempo”.[1]
En los estudios de las redes intelectuales, por lo general, han quedado fuera del foco los vínculos, la labor de personas que tienen también en común lazos familiares. Esto se evidencia, por ejemplo, en el caso de numerosas indagaciones acerca de procesos migratorios ocurridos en Canarias.
Estas redes familiares no solo se dieron entre emigrantes canarios, sino también con sus parejas sentimentales nacidas en los países donde se establecieron.
En estos apuntes, me referiré a algunos ejemplos de lo sucedido en Cuba.
La Habana, década de 1950. CNN. |
DESARROLLO
Caracterización de la comunidad canaria
Es conocido que la inmigración canaria en Cuba fue un proceso casi continuo desde la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del siglo XX. Según los censos, en 1846 residían en la isla caribeña 19.756 canarios, en 1862, 45.814. En 1916, nos dice el escritor Francisco González Díaz “Más de cien mil isleños de Canarias viven y labran aquí; aquí establecieron su hogar definitivo (…)”.[2]
Dentro de esas oleadas fue superior, en términos numéricos, la emigración masculina.
Hubo poblados fundados por ellos, por ejemplo, Matanzas, Bejucal, Sagua la Grande, Nuevitas, Manzanillo y Santiago de las Vegas. Entre los fundadores de la villa de San Cristóbal de La Habana, en 1514, se identificaron once canarios.
En esas oleadas predominaron los campesinos, quienes con sus saberes y extraordinaria capacidad de trabajo contribuyeron al desarrollo agropecuario, sobre todo en la producción de tabaco, leche y azúcar. En el comercio, a diferencia, de emigrantes de otras regiones de España, destacaron los isleños como vendedores ambulantes.
Sin embargo, como se ha develado en estudios contemporáneos, una minoría ilustrada también sobresalió como empresarios, en las ciencias y la cultura artística y literaria.
Un prontuario muy breve incluiría a figuras como Silvestre de Balboa (Las Palmas de Gran Canaria, 1563–Camagüey,1644), escritor y funcionario público, autor de la primera obra de la literatura cubana: el poema épico Espejo de paciencia, fechada en 1608. Manuel Pedro González (Breña Baja, La Palma, 1893–Estados Unidos,1974), quien cursó dos doctorados en Cuba, fue profesor universitario en Estados Unidos, editor, periodista, ensayista, autor de más de 20 libros y, sin dudas, el extranjero que más divulgó la obra de José Martí; el pintor y profesor Valentín Sanz Carta (Santa Cruz de Tenerife,1849–Nueva York,1896), maestro de paisajismo; Tomás Felipe Camacho (Santa Cruz de la Palma,1886-Santa Cruz de Tenerife,1961), poeta, narrador, periodista, orador, abogado, coleccionista de arte y empresario; José Hurtado de Mendoza Saénz,(Madrid,1885–La Habana, 1971), sobrino nieto de Benito Pérez Galdós, profesor, pintor, caricaturista, ilustrador, por cierto, fue docente de la Escuela Luján Pérez, antes de emigrar a Cuba y Jenaro Artiles (Gáldar, 1897-San Louis, Misuri,1976), historiador, archivero, paleógrafo, escritor, profesor y periodista.
Al fijar su residencia en la isla caribeña crearon redes intelectuales que se manifestaron en tertulias, empresas periodísticas, asociaciones benéficas y culturales y también en el ámbito familiar.
Matrimonios:
1. La Avellaneda y Domingo Verdugo
Una de las primeras parejas que se distinguió fue la integrada por Gertrudis Gómez de Avellaneda, (Puerto Príncipe,1814-Madrid,1873) novelista, dramaturga, periodista, editora y poetisa cubana descendiente de una antigua familia de Lanzarote y el poeta, militar y político tinerfeño Domingo Verdugo y Massieu (Santa Cruz de Tenerife,1819-Pinar del Río,1863).
Contrajeron matrimonio en Madrid, en 1855. Como testigos de la boda fungieron los reyes de España. El coronel cuando era diputado a Cortes por Canarias, en 1858, sufrió un atentado que puso su vida al borde de la muerte. Para intentar su restablecimiento, nunca logrado del todo, fue enviado a Cuba, donde se desempeñó como Gobernador de la villa de Cárdenas, provincia de Matanzas. Allí contribuyó al desarrollo urbanístico de la ciudad y fue mecenas de la cultura, gestionó la edificación de la primera estatua de Cristóbal Colón, erigida en América y creó un hospital, entre otras obras. La Avellanada colaboró estrechamente en su gestión.
Domingo pertenecía a una familia sobresaliente en las manifestaciones artísticas y literarias y en la vida castrense y religiosa de Canarias.
La Avellaneda es una de las personalidades más reconocidas en la historia literaria de Hispanoamérica, una de las figuras clave del Romanticismo. Su bibliografía activa incluye más de veinte volúmenes de teatro, novelas y poemas. Destacándose, entre otras, la novela Sab, de contenido antiesclavista y feminista.
Después de la muerte en Pinar del Río, Cuba, de Domingo Verdugo, la Avellanada se estableció en Madrid donde continuó dedicada a su obra literaria.
2. Dulce María Loynaz y Pablo Álvarez de Cañas
“Mi esposo era un admirador de su tierra y yo también porque es algo virgen, casi inapreciable. Y me decidí a hacerle este homenaje. Tenerife es algo diferente de cuanto yo había conocido. Tiene un paisaje viril como no se encuentra en parte alguna y sin embargo no deja de impresionar la suavidad que late en ese marco.” Estas palabras fueron escritas por la poetisa y periodista cubana Dulce María Loynaz (La Habana, 10 de diciembre de 1902–27 de abril de 1997) y se refieren a su esposo, el periodista y publicista tinerfeño Pablo Álvarez de Cañas (Santa Cruz de Tenerife, 28 de abril de 1893-La Habana, 3 de agosto de 1974).
Hija de Enrique Loynaz del Castillo general del Ejército Libertador en la última guerra independentista: “En la década de los 30 su casa de La Habana comienza a convertirse en centro de la vida cultural de la ciudad, acogiendo en las llamadas “juevinas” a diversos intelectuales y artistas, como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral o Alejo Carpentier.”[3]
Álvarez de Cañas emigró a Cuba en diciembre de 1918. “En un principio tuvo que trabajar como pesador de cañas en un ingenio de Camagüey, pero al poco tiempo se trasladó a La Habana y se inició como viajante de comercio. Más tarde ingresó en la redacción del diario El País y se hizo cargo de la crónica social. Durante varios años ocupó este puesto, que le valió amplia popularidad y adentrarse en la alta burguesía cubana. También colaboró en Excelsior y en El País Gráfico y fue redactor, alrededor del año 1926, del periódico El Siglo. En 1937 fundó y empezó a dirigir la excelente revista Selecta (…)”.[4]
La relación amorosa entre Pablo y Dulce tuvo que superar obstáculos que parecían imposibles. Se habían conocido en 1920. Confesaba la escritora: “(…) si bien Pablo Álvarez de Cañas fue mi primer amor y mi primer novio, no fue, sin embargo, mi primer esposo. Muchos años después de conocerle, de luchar en vano con la terrible oposición de mi familia que llegó en algunos momentos a adquirir reminiscencias moriscas o medievales; muchos años, en fin, después de despedirme de él —creía yo para siempre—, contraje matrimonio con mi primo Enrique de Quesada Loynaz”.[5]
Una vez divorciada, Dulce María superó los prejuicios de la época y casó con Pablo el 8 de diciembre de 1946. (…) mi fiel enamorado observaba una conducta nada absorbente, nada frecuente en los varones, por lo menos muy distinta a la que yo había conocido, incluso en mi propia familia. Hombre de muchos recursos y muchas relaciones dentro y fuera de Cuba, lejos de procurar una posesión exclusiva de todas mis acciones, pensamientos, y palabras, era él quien me abría todas las puertas, quien me empujaba hacia la luz. Era él quien me animaba a comunicarme con el mundo, y trataba de fortalecer por todos los medios la fe titubeante que hasta entonces era la única que había tenido en mí misma. Esto hizo Pablo Álvarez de Cañas (…)[6]”
La escritora es más conocida por su faceta de poetisa, es autora, entre otros, de los libros: Jardín, Un verano en Tenerife, Poemas sin nombre, Últimos días de una casa, Bestiarium y Fe de vida. Pero también cultivó el periodismo en las series de artículos Crónicas de ayer y Entre dos primaveras. Colaboró con El País y Excelsior. Su libro Yo fui feliz en Cuba, los días cubanos de la Infanta Eulalia, compilan una muestra de su labor creadora como cronista. Por cierto, muchas de sus crónicas estaban firmadas por Pablo, el motivo no ha sido esclarecido del todo. La pareja viajó por medio mundo y las impresiones y emociones estimularon sus obras. Además de facilitarle a la tímida cubana la relación con otros intelectuales.
Por su trayectoria, Dulce María integró la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, la Academia Cubana de la Lengua y la Real Academia Española de la Lengua. Recibió, además, el Premio Cervantes de Literatura, la Orden Isabel la Católica y el Premio Federico García Lorca.
Pablo fue en Cuba uno de los más encumbrados cronistas sociales y editor literario con fines publicitarios sobre la sociedad cubana. En 1961 decidió abandonar el país, pues no estaba conforme con el carácter socialista de la Revolución, regresó a La Habana en 1972. Relató Dulce María sobre aquellos tiempos aciagos: “(…) en realidad nuestro reinado no duró mucho ni duró nuestra felicidad. Tampoco tuvimos hijos, de lo cual no sé ya si alegrarme o entristecerme. De todas maneras, a aquellas soledades antiguas, habría de venir a sumarse una última soledad. Al advenimiento de la Revolución, mi esposo ofuscado, sin verdadero motivo para ello, tomó el camino del exilio. Esta tercera, cuarta, quinta separación duró once años y al cabo de ellos regresó destruido en cuerpo y alma, otro ser enteramente distinto al que se fue.”[7]
Pablo falleció en 1974.
Dulce María y Pablo |
3. Dalia Íñiguez Ramos y Juan Pulido Rodríguez
Dalia Íñiguez Ramos (1901-1995), estudió magisterio y música. Destacó en una primera etapa de su trayectoria artística como recitadora y pianista, luego se consagró en el cine y la televisión de México, donde actuó en 41 películas y 11 telenovelas, entre ellas Senda prohibida (1958) la primera realizada en ese país.
Juan Pulido Rodríguez (Las Palmas de Gran Canaria,1891- México,1972) es considerado el Emperador de la canción en América. Grabó más de 100 discos. Inició sus estudios musicales en su ciudad natal, en la Academia de la Sociedad Filarmónica con el maestro Bernardino Valle. Participó como cantante en algunos eventos culturales, pero la movilización para cumplir con el servicio militar durante tres años interrumpió su carrera. A principios de 1920 volvió a los escenarios, ofreció recitales en Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria. El 18 de noviembre de ese año partió hacia Cuba. Coincidió en La Habana con su paisano Néstor de la Torre y matriculó en la academia que había creado el barítono y profesor grancanario.
Vinculado al ambiente artístico fue alentado por compositores y músicos cubanos, también conoció al cineasta Ramón Peón, con quien colaboraría después en varios de sus filmes. Peón lo convenció para que viajara a Estados Unidos, en 1923. Establecido en Nueva York se ganaba el sustento como contador en una empresa, pero prosiguió su carrera al cantar en teatros de esa ciudad, de Tampa, California y Chicago; además, grabó sus primeros discos con la afamada RCA Víctor.
Así que, cuando regresó en enero de 1928 a La Habana, Pulido ya disfrutaba de un amplio reconocimiento por el público y la crítica especializada. Su éxito fue rotundo, a tal punto que tuvo que prolongar la estancia, luego de cumplir el contrato de tres recitales en el Teatro Nacional. Cantó en el Riviera y el Rialto y participó en una gala en el Palacio Presidencial de homenaje a los delegados al Congreso Panamericano. Se dice que en este viaje conoció a Dalia Íñiguez. Y aunque regresó a Nueva York donde grabó discos, actuó en películas, ofreció conciertos radiofónicos, a mi juicio, ya el idilio con la cubana le removía el piso. El 12 de febrero de 1929 arribaba, nuevamente, a La Habana, en esta temporada que se extendió hasta el 5 de mayo, cantó en los teatros Rialto, Neptuno, Encanto, Payret, entre otros, en una misa dedicada a la Virgen de la Caridad del Cobre, en la iglesia El Salvador, de la barriada aristocrática del Cerro, donde era párroco su paisano José Viera Martín, famoso orador y periodista, nacido en Carrizal. Pulido también cantó en celebraciones privadas y en otras ciudades de Cuba.
Después de pasar una temporada en Las Palmas de Gran Canaria, desde noviembre de 1929 hasta principios de marzo de 1930, volvió a Cuba, donde se casó con Dalia Íñiguez, quien lo acompañó como pianista en las presentaciones efectuadas en el Teatro Nacional. Por compromisos profesionales la pareja se estableció en Nueva York. Juntos realizaron diversas giras internacionales por América Latina y Europa, y también actuaron en escenarios cubanos. En Canarias estuvieron varios meses en 1934. Realizaron conciertos en el Teatro Leal, de La Laguna, Tenerife, el Benito Pérez Galdós, de Las Palmas de Gran Canaria, en los cines Cuyas, Wood, entre otros espacios culturales, además de estrechar vínculos con artistas y escritores de la talla de Saulo Torón. El apoyo de la Sociedad Amigos del Arte Néstor de la Torre, de Las Palmas de Gran Canaria, contribuyó al éxito de los espectáculos.[8]
Dalia recitaba en estos eventos y acompañaba al piano a Pulido cuando él cantaba. En el repertorio Dalia incluyó poesías de los autores canarios: Josefina de la Torre, Tomás Morales, Luis Doreste y Saulo Torón. Luego, en otros países, continuó recitando la obra de ellos, aportaba así al conocimiento internacional de la literatura canaria.
Juan Pulido y Dalia Íñiguez tuvieron un hijo al que nombraron Juan Carlos. En 1944 fijaron su residencia en México. A Pulido el reencuentro con el cineasta cubano Ramón Peón le abrió las puertas del séptimo arte, actuó en más de setenta películas en la época de oro del cine mexicano, entre otras, los largometrajes: Ustedes los ricos (1948), Dicen que soy mujeriego (1949), Necesito dinero (1951), protagonizados por Pedro Infante.
En México se divorciaron. Pero Dalia mantuvo sus nexos con Canarias, en especial mediante su amistad con Saulo Torón y su esposa Isabel Macario. Da fe de ello, su epistolario. Ellos conservaron este retrato que hizo el pintor tinerfeño Alfredo de Torres Edwards a la cubana.
Padre-hijo: Luis Felipe Gómez Wangüemert, (1862-1942) y Luis Gómez Wangüemert
Luis Felipe natural de Los Llanos de Aridane. Fue periodista, escritor maestro, agricultor y político. Abogaba por la autonomía de la isla. Dada su fecunda trayectoria ha sido objeto de múltiples investigaciones. Establecido en Pinar del Río, provincia del occidente cubano, durante la etapa colonial se dedicó a los negocios, al magisterio, a la política y participó en la guerra contra los insurrectos, a fines de la década de 1890. En 1899 regresó a La Palma y el 19 de abril de 1900 se casó con María de los Dolores Lorenzo Martín. En su labor intelectual se destacó como editor y colaborador de las revistas impresas por los emigrados: El Guanche, vocero del Partido Nacionalista Canario, del cual él fue uno de sus fundadores, Islas Canarias, Patria Isleña, El Eco de Canarias, Las Afortunadas, Las Canarias. Asimismo, fue notable conferencista, entre sus charlas se recuerda «Galdós anticlerical en algunas de sus obras y las consecuencias negativas para su vida, por las represiones que sufrió»[9], patrocinada por el Círculo Republicano Español en la Habana, en 1933. Otra esfera de su influencia se dio en el fortalecimiento de la Asociación Canaria y en la masonería; todo esto sin perder el vínculo con la tierra natal, pues colaboró asiduamente con el periódico El Tiempo, entre otros, y hasta fomentó la producción del tabaco en La Palma donde fundó dos fábricas: La Africana (en sociedad con Juan Cabrera Martín) y Flor de La Palma, organizó, además, exposiciones para promocionar ese cultivo y editó la revista El Tabaco.
A su hijo Luis Gómez-Wangüemert Lorenzo se le considera “una leyenda del periodismo cubano. Una leyenda olvidada”, como ha dicho el colega Ciro Bianchi. Nació en Santa Cruz de la Palma el 15 de abril de 1901 y falleció en La Habana, el 12 de septiembre de 1980.
Cuando tenía 16 años se estableció en La Habana, Cuba donde se graduó de Bachiller en el Instituto de Segunda Enseñanza y realizó estudios de Derecho en esa ciudad, sin llegar a graduarse porque su verdadera vocación era dedicarse al periodismo, profesión en la que laboró durante más de seis décadas. Al igual que su padre también se distinguiría como editor.
El caso de Luis es un poco atípico. Fue muy versátil. Lo mismo escribía sobre temas de la farándula, entrevistaba a figuras renombradas del teatro y la música que abordaba asuntos políticos nacionales e internacionales de actualidad, con el tiempo estos últimos predominaron en su obra, hasta convertirse en un reconocido experto que participó como conferencista en eventos en Cuba y el extranjero.
Escribió para Mundial, Cuba, Carteles, Bohemia, El Mundo, Social, El Crisol y en la televisión, de la cual fue uno de sus fundadores, era presentador y comentarista. Marcos Aguilera, realizador de audiovisuales tuvo el privilegio de conocerlo y me contó hace unos meses que Luis “con 80 años poseía todavía, una de las voces radiofónicas más completas que una podía escuchar.”
Desarrolló su faceta de editor en importantes revistas y periódicos. Fundó con Pedro Cavia la revista Talía. En 1925 sustituyó al escritor Alejo Carpentier, como jefe de redacción de la revista Carteles, antes había sido director de El Magazine de la Raza y jefe de redacción del Heraldo de Cuba. Luego fue editor dos veces del diario El Mundo y jefe de información de Carteles, además de integrar en 1945 el consejo de dirección de la revista Cuba y la URSS.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Luis contribuyó con sus conocimientos a la orientación adecuada de los lectores desde las páginas de Bohemia, la revista de mayor circulación en la Isla, y desde Carteles; divulgó reportajes y artículos de opinión donde reflejaba el desarrollo del conflicto, convirtiéndose en la voz más autorizada en el tema dentro del gremio periodístico de la isla caribeña.
Por su fecunda trayectoria representó a Cuba en las Conferencias de la UNESCO en Florencia (1950 y en París (1951), la República Española lo
condecoró con la Cruz de la República y la Cruz Roja Cubana con la Medalla de Oro. En 1980, año en que fallece, era miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos y Vicepresidente de la Asociación de Amistad Cubano-Soviética.
Los hermanos Bethencourt Apolinario
En Cuba, ha expresado el investigador Valentín Medina: “La labor llevada a cabo por las sociedades canarias abarca todas las actividades características de las asociaciones llamadas de "tiempo libre", según la terminología sociológica al uso. Desde las iniciativas benéficas (sanitarias, pasajes de repatriación y socorros de todo tipo), culturales, de instrucción, hasta las recreativas y las de fomento de la inmigración y protección al trabajo de los inmigrantes.” [10]
Las asociaciones fueron diversas y tuvieron algunas de ellas una red que abarcó todas las poblaciones cubanas. Entre otras, podemos mencionar la Asociación Canaria de Beneficencia y Protección Agrícola (1872), la Asociación de Naturales y Oriundos de Canarias (1878), y el Centro Canario de Instrucción y Recreo (1887), Beneficencia canaria, Club Benito Pérez Galdós, el Liceo canario de Zaza del Medio y el Ateneo Canario de Cuba o de La Habana.
Algunas de estas asociaciones editaron revistas, en las que colaboraron redes de familiares. Tal es el caso de los hermanos Francisco y Cayetano Bethencourt Apolinario, naturales de las Palmas de Gran Canaria, hijos de Federico y Ana, originarios de una familia bien conocida. En una misiva de Cayetano Bethencourt a Benito Pérez Galdós, fechada en La Habana el 23 de agosto de 1913, le decía: “Los Sres. Dr. Joaquín Apolinario, abogado, Interventor General de Hacienda, muy amigo suyo; el Dr. Bartolomé Apolinario, médico-cirujano, Director del Hospital de San José de Las Palmas, y D. Francisco Bethencourt, uno de los jefes de la política liberal de Gran Canaria, son tíos carnales míos (…)”[11]
Desconozco cuándo se establecieron en Cuba estos hermanos. Francisco (Las Palmas de Gran Canaria, 1880- La Habana, 1957) emigró muy joven a Venezuela antes de radicarse en la capital cubana. Desarrolló su labor como redactor en La Libertad, En Marcha, La Prensa, Mercurio, El Mundo, Diario de la Marina, Regeneración, Habano y El Triunfo. Dirigió la revista quincenal Heraldo del Agricultor, a partir de noviembre de 1915 y dirigió la Beneficencia Canaria en Cuba, al igual que su hermano Cayetano.
Francisco fundó, dirigió y administró la revista Islas Canarias que comenzó a circular en 1908 en La Habana y se imprimió probablemente hasta 1919. “La publicación surgió, de hecho, como un nuevo fruto del impulso protagonizado por un nutrido grupo de inmigrantes isleños que, durante aquella época, acometieron la tarea de reinstalar (1906), la fenecida Asociación Canaria que, poco después, vio coronado su esfuerzo con la realización de una interesante labor cultural y benéfica que cristalizó en la erección de la Quinta Canaria de Salud y en una destacada labor de protección a los inmigrantes isleños que se prolongó, con bastante solidez, al menos hasta la década de 1930.[12] ” De Francisco se conoce que en 1908 era presidente de la Unión internacional de Dependientes. En 1912 se casó con María González, natural de Tenerife. Junto con su hermano Cayetano promovió la fundación del Ateneo Canario en 1922. Dos años más tarde crearon también en La Habana la sociedad Canarias, Cayetano fue su presidente y Francisco dirigió la Sección de Fomento del Turismo.
Cayetano en 1912 fue uno de los gestores de la creación del Club Pérez Galdós, institución en la que desempeñó el cargo de vicepresidente. En 1913 era administrador del diario La Opinión, órgano oficial del Partido Liberal cubano, editado en La Habana que divulgó obras de autores canarios.
En 1917 fundó la asociación Beneficencia Canaria. “Sus fines primordiales giraron en torno al auxilio y pasajes de repatriación, la información y protección al inmigrante; y todo tipo de servicios donde la gratuidad fue la nota distintiva. Así, se vieron beneficiados con su amplia actuación: ancianos, niños, familias enteras indigentes, emigrantes sin fortuna...; que pudieron obtener, gracias a la entidad benéfica; asistencia médica, vivienda, alimentos, obtención de pasaportes, de cartas de nacionalidad o un ansiado pasaje para retomar a las Islas e intentar olvidarse de la pesadilla del fracaso, en una sociedad como la canaria donde éste se tenía muy en cuenta, ya que la emigración constituía un medio eficaz para elevar el status socioeconómico”[13] .
La importante agrupación, liderada por Cayetano Bethencourt, “ocupó el segundo lugar por sus realizaciones y prestigio en la valoración global de todas las entidades isleñas; por detrás de la Asociación Canaria”[14], según los académicos Inmaculada Martínez Gálvez y Valentín Medina Rodríguez.
Cabe destacar que Cayetano adquirió la nacionalidad cubana el 6 de diciembre de 1913, mantuvo una posición cívica digna de elogiar, pues denunció con valor en 1926 los atropellos y asesinatos que sufrieron sus paisanos bajo la dictadura de Gerardo Machado. En 1927 criticó en una carta a las autoridades de Tenerife, divulgada por El Progreso y otros periódicos, la salida de inmigrantes de Tenerife, de forma irresponsable, cuando la isla caribeña estaba en profunda crisis económica. El Gobierno de Cuba consideró que el contenido de la misiva ofendía al país, lo detuvo y desterró el 29 de mayo de mayo de ese año. En realidad, era un ajuste de cuentas por su actitud, en 1926.
CONCLUSIONES
A las redes de intelectuales y artistas en Cuba pertenecieron inmigrantes canarios con vínculos familiares sanguíneos o por relaciones conyugales con cubanas, fundamentalmente.
Estas redes aportaron al desarrollo cultural de la sociedad y de ellos personalmente, además de favorecer el sosteniendo de la canariedad e influir en el país receptor con sus saberes y costumbres.
Las redes también contribuyeron a la creación y sostenimiento de asociaciones de instrucción y recreo y de beneficencia y ayuda mutua, de suma importancia para la inserción en Cuba.
[1] Adriana Rodríguez-Afonso (2022) La estructura del cenáculo: Las redes intelectuales ante la literatura latinoamericana. Cambridge University Press.
[2] Francisco González Diaz. Un canario en Cuba. La Habana, 1916, p. 171.
[3] Dulce María Loynaz. Biografía Biblioteca Cervantes.
[5] Aldo Martínez Malo: Confesiones de Dulce María Loinaz, Editorial José Martí, La Habana,1999, p. 60.
[6] Aldo Martínez Malo: Confesiones de Dulce María Loinaz. Editorial José Martí, La Habana,1999, p. 63.
[7] Aldo Martínez Malo: Confesiones de Dulce María Loinaz. Editorial José Martí, La Habana,1999, p. 78.
[8] Isidoro Santana Gil (2000). Juan Pulido y Dalia Íñiguez, en la vida y en el arte a ambos lados del Atlántico. XIV Coloquio de Historia Canario-Americana.
[9] Manuel de Paz: Wangüemert y Cuba. Centro de la Cultura Popular Canaria, tomo 1, 1991.
[10] Valentín Medina Rodríguez e Inmaculada Martínez Gálvez (1992). Las asociaciones canarias en Cuba durante el primer tercio del siglo XX. X Coloquio de Historia Canario-Americana.
[11] Carta de Cayetano Bethencourt Apolinario a Benito Pérez Galdós (23 de agosto de 1913, Cuba). Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico.
[12] Manuel de Paz
Sánchez (1997). La imagen de
sí mismos. los isleños en la revista Islas Canarias de La Habana. Stud,
hist., H.a cont., 15, pp. 85-92. Edic. Universidad de Salamanca.
[13] Inmaculada Martínez Gálvez y Valentín Medina Rodríguez (2008). Beneficencia Canaria en Cuba (1917-1930), una aproximación a su estudio. Anroart Ediciones.