Ponencia presentada en el IV Encuentro de Genealogía Gran Canaria, organizado por Genealogías Canarias, celebrado en la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el 15 de noviembre de 201
1. Introducción
La
presente comunicación, aun no siendo legítimamente una investigación
genealógica, quiere ser una herramienta
que cumpla una funcionalidad en dos de las múltiples vías que puede
tener cualquier investigación histórico- genealógica.
Evidentemente nuestro principal objetivo es dar a conocer cuál fue el papel
que las
asociaciones pías jugaron en
la conformación de la sociedad grancanaria
durante la Edad Moderna, sus sistemas de organización, mantenimiento y
proyección social, así como la materialización en su seno de lo que se
desarrollaba en el plano mental.
Procesión cofrade. En http://lastunicas.blogspot. |
La
segunda vía que queremos abarcar con esta publicación, mediante la muestra de ejemplos claros y definitorios,
es la utilidad de la ciencia genealógica, mal llamada ciencia auxiliar, para la consecución de fines óptimos en las
investigaciones que en las distintas ramas
de la Historia se hacen en las Universidades.
Tradicionalmente,
se ha tenido los trabajos genealógicos como trabajos menores, que no llegan a
tener la calificación de académicos
debido al recelo que algunos
autores tienen con respecto a la recopilación e interpretación de datos, sin
embargo hoy por hoy el método de investigación en Genealogía es algo que está más que demostrado, el
cúmulo de conocimientos legales, históricos, de tradiciones o mentales que el
genealogista debe tener antes de
afirmar con rotundidad la filiación
o pertenencia de un individuo a un clan es tal, que convierte el trabajo
en algo para los que muy pocos están preparados.
Por
otro lado, hemos querido utilizar este
artículo, para mostrar tanto a genealogistas como a
historiadores, que ya desde hace algunos
años existe un apasionante campo de investigación histórica muy poco explotado
en las islas, denominado Historias de las Mentalidades. En este marco se ha encuadrado la tesis defendida por un servidor y de la cual desgajamos esta comunicación valiéndonos de los datos
obtenidos y de la experiencia investigadora
para su confección.
Tanto
a unos como a otros queremos animar a comenzar a ver y analizar la
Historia y la genealogía con otra perspectiva, una perspectiva más
humana y no nos equivoquemos, pues ello no implica perder método o rigor
investigador. La tarea simplemente consiste en trasladar el enfoque desde el dato histórico o desde la partida sacramental a la esencia
mental. Los hombres de hace cuatro siglos, no distaban mucho a los del presente, se movían por
intereses, por necesidades y por ciertas limitaciones. Teniendo en cuenta las directrices sociales y religiosas de la
época podemos sumergirnos en un
apasionante mundo de enlaces interesados, de adscripciones, de viajes, muerte,
compras o decisiones políticas que puede
explicarnos el hecho y al sujeto histórico y que a la inversa puede resultar
casi imposible en algunos de los casos.
Con
estas sencillas pretensiones, y de abrir aún más el campo de colaboración entre
ambas disciplinas, así como la de expandir el conocimiento sobre la historia
apasionante de estas asociaciones y sus
fuentes de investigación, deseamos que la siguiente comunicación, sirva
al lector para abrir su curiosidad
investigadora.
A
menudo oímos conceptos como cofradía, hermandad, monte pío o asociaciones pías
que se utilizan para llamar
indistintamente a agrupaciones con un marcado carácter religioso llegando a la
creencia de que realmente las
variaciones existentes son exiguas y que tal abundancia de nombres
se deben únicamente a la combinación de los marcos temporales y espaciales, con lo que podemos terminar por caer en el error de utilizar indistintamente cualquier término, presa de tal
desconocimiento.
Es
que, como todo, los nombres no son más que grandes mensajeros de los conceptos que representan. Es en este
punto donde tenemos que tener en cuenta
el factor mental del “hombre moderno” pues
hace cuatro siglos, en los
cánones mentales no cabía la polisemia
en casos que implicara la representación
de ideas y emociones.
Podemos
comenzar por argumentar que el concepto de “asociación pía” es un
concepto actual que nada tiene que ver con el auto concepto que los participantes en esas asociaciones tenían sobre sí mismos. Por
regla general el concepto de “asociación” no aparece en los estatutos de ninguna de las
cofradías o hermandades estudiadas, pues
no se tenía la idea de que aquello fuese una unión de socios o de iguales, clara muestra que la promoción y la diferencia de clase ya
estaba presente desde el momento de la
constitución de los organismos. Por
otro lado, el concepto de “pío” como
devocional o concerniente al servicio divino, aparece más acentuado en las hermandades que en las
cofradías, donde en la mayor parte de las adscripciones buscaban un fin social
o material.
Procesión cofradía penitentes blancos de Avignon. Pierre Grivolas |
Sin
relegar a lo expuesto anteriormente, nosotros seguiremos utilizando dicho concepto por ser
ampliamente utilizado en la comunidad científica como elemento
integrador y entendiendo que es la forma mas cómoda para referirse a estas agrupaciones modernas
que fueron las abuelas de las modernas formas asociativas. Para desentrañar las diferencias específicas de cada una de ellas pasamos a definirlas por
separado:
Cofradía:
Asociación
de fieles de ambos sexos, de diversa condición social y capacidad económica, que
se creaban con fines devocionales, penitenciales, gremiales o como herramienta de ascenso social en torno a una devoción religiosa.
Se
caracterizaron por la utilización del espacio público como escenario de la
profesión, difusión y catequización de la fe, así como de tener una fuerte
participación en la vida cotidiana de las comunidades en las que se enclavaban.
Su
organización, tuvo una transformación importante a mediados del siglo XVII,
siendo, por tanto esta centuria, un momento de transformación en los esquemas
organizativos y mentales de sus asociados. Con anterioridad a tal modificación,
las cofradías se organizaban mediantes cabildos de hermanos y tuvieron una
organización colegiada. Tras la misma, se adopta la designación episcopal y
asistimos a un mando unipersonal.
Las
fundaciones de las mismas fueron diversas, encontrándose a patronos privados,
comunidades de fieles, eclesiásticos o grupos de trabajadores, como origen de
la instauración. Debido a la finalidad y naturaleza que se imprime en sus
estatutos, las cofradías pueden ser
clasificadas en cuatro grupos:
- Devocionales:
Engloba a todas las dedicadas a santos, Virgen y Ánimas.
- Sacramentales:
Lo componen las asociaciones del Santísimo Sacramento, que defendían la
necesidad de ejercitar los sacramentos de la comunión y la confesión.
- Gremiales:
Entendiéndose cuando la cofradía tenía algún efecto sobre la actividad
mayoritaria de las personas que a ella se asociaban, teniendo en cuenta la
estrecha relación de dicha actividad con la devoción ostentada. Único ejemplo
para Gran Canaria: cofradía de mareantes de San Telmo.
- Penitenciales:
Sin dejar de ser devocionales, y a menudo con estrecha relación con algún
sector productivo, éste tipo de cofradías se caracterizan por tener su
aparición pública en la Semana Santa y por tanto en las estaciones de
penitentes. Su culto gira en torno a las distintas escenas de la pasión de
Cristo (Cristo Nazareno, en la columna, en la Cruz, en el Huerto…)
Hermandades:
Asociación
de fieles generalmente masculina con fuertes restricciones de pertenencia,
generalmente económicas y sociales, teniendo una finalidad devocional y
moralizante. Las hermandades lejos de propagar la fe en los espacios públicos, se caracterizaron por la defensa
del cumplimiento devocional en los espacios sacros. La caracterización de la
hermandad se basó en una fuerte moralización y dirección de las acciones
públicas de los asociados, siendo bastante puntillosas en las permisiones y
restricciones que pudieran ejecutar sus componentes. El alto coste de entrada,
así como el sostenimiento de las anualidades, son un claro indicio de la
restricción expuesta con anterioridad y la formación de una élite devocional,
que a menudo coinciden con la burguesía
rural, en torno a una devoción
Generalmente,
las hermandades participan de dos naturalezas, la sacramental y la devocional.
La primera aparece auspiciada en todas las parroquias por el clero secular así
como en las iglesias conventuales. Las segundas aparecen asociadas a los
conventos dominicos y franciscanos, identificándose la promoción con esos
centros de cultura y promoción del momento.
Es
necesario crear cuanto antes, al igual que se ha hecho con las cofradías, una
división clara y concisa sobre los tipos de hermandades existentes. Suponemos
que pueden ser tantas como los tipos de cofradía, si partimos del hecho en que
toda hermandad es una cofradía que no procesiona públicamente. Pero debemos
tener en cuenta que de la misma forma que ocurre con aquellas, las hermandades
tendrán distintos patrones de comportamiento, naturaleza asociativa y
modelos de fundación.
3. Importancia de
las asociaciones pías en la conformación social
En
el plano social la configuración de las asociaciones pías como un elemento
aglutinante, no es desconocida. Haciendo comparando las distancias temporales,
podemos afirmar que en el plano social, aquellas se configuraron como las
actuales asociaciones de vecinos, políticas o deportivas.
La
ostentación de cargos y responsabilidades dirigidas al bien común, no sólo engendra reconocimiento entre la
comunidad, sino que además promociona e identifica a los individuos con los
logros conseguidos y la calidad de la administración
llevada a cabo. En el caso de las hermandades y cofradías, debemos tener
en cuenta que además de todo lo anterior, su existencia tenía un valor
estratificante en torno a un tema único, la religión. Desde los primeros
momentos, estos entes necesitaron organizarse para su pervivencia, siendo
evidente que en torno a ellas se fueran creando puestos de privilegio deseados
por muchos.
Una
de las mayores aportaciones fue la facultad de organizarse en torno a un ideal,
prescindiendo de los clanes familiares y de los poderes tradicionales,
generando el reconocimiento de estos últimos y conformando lo que en palabras de
Aznar Vallejo son “de grupos de presión”[1]
En
conclusión tras su creación en la Baja Edad Media aparece un ente de organización
social independiente que rompen los límites municipales, parroquiales o
estamentales, produciéndose una evolución en el proceso asociativo europeo. En
el caso canario, estas asociaciones llegan evolucionadas, a lo que al
particular se refiere siendo beneficioso para poder aglutinar a una sociedad
que se formaba desde un sincretismo cultural, elemento que influye en su
mantenimiento y evolución.
Para
poder generar un análisis social sólido que debemos tener en cuenta la amplia
franja
temporal en las que se sitúa las asociaciones analizadas. Desde los momentos posteriores a la conquista, hasta la
aparición de las desamortizaciones liberales transcurren aproximadamente unos 350
años, en los que no sólo se produce un relevo generacional evidente, además de
una fuerte evolución en el sistema mental que innegablemente tiene una fuerte
repercusión en el proceso piadoso y asociativo de los canarios en general y de los grancanarios en
particular.
Representación de almoneda. enotenerife.com |
En
lo concerniente a tal aseveración, debemos tener en cuenta que la sociedad insular
evolucionó entre procesos de cambio mental. Para comenzar debemos tener
en cuenta que las islas se constituyeran, como una sociedad frontera, en la que
no sólo se mezclaban formas de pensamiento opuestos como (conquistador /
aborigen), sino que comienzan a llegar a las islas tradiciones culturales y
sistemas mentales procedentes de toda Europa. Bajo esta
mezcolanza, encontramos como a las tradiciones asociativas europeas se unieron
los aborígenes basados en una agrupación piramidal de grandes grupos o clanes,
lo que facilitó la integración de este segmento poblacional en el sistema. El
ideario judeocristiano fue el marco sobre el que se situaría la acción pública
de los asociados, confundiéndose moralidad, religión, legislación y civismo en
unas reglas de comportamiento social y espiritual que confluirían en el seno de
las escansiones pías.
Todo
este entramado cumplía la función de configurar
organismos de arraigo entre una
población procedente de innumerables pueblos europeos y que habían roto los
entramados familiares en el momento del embarque hacia la colonización de las
islas recién conquistadas. Éstas
características aparecieron sazonadas con una serie de elementos externos y
“endémicos” que son precisos indicar para entender la base social sobre la que
se constituyó el entramado asociativo
que nos ocupa.
Primeramente,
es evidente que tras la conquista se
produce en la isla un cambio de sistema organizativo que trastoca todo lo anterior. Por otro lado la
práctica desaparición de la población masculina en una guerra que se había alargado más de lo previsto, hizo que en muchos de los casos el
reconocimiento legitimario pivotara en el segmento femenino restante.
Este
aspecto es crucial en las adscripciones de familias enteras, de origen
aborigen, cuyas estas, en las que las
mujeres aparecen entrando con sus hijos e hijas. Si bien estos casos son
los menos, no debemos desdeñarlos al ser un claro ejemplo de cómo se fue
sincretizando las tradiciones de la primera población colona de Gran Canaria.
En
el caso de los conquistadores, la llegada a la isla de nobles segundones y
soldada en busca de fortuna y por tanto desarraigo exponencial con respecto a
tierras, orden y familia, hizo necesaria
la pronta creación de sistemas y leyes de convivencia.
Las
primeras disposiciones del obispo
Muros en sus sinodales de 1496 y 1504 estaban encaminadas
a tal efecto. La búsqueda de un punto
intermedio entre la legislación de la educación y la moralidad de los fieles
que comenzaban a asentarse, fue un problema que debía ser resuelto desde los
primeros momentos.
Entendiéndolo
bien, en la del siglo XVI, Gran Canaria, muchas cosas quedaban por hacer en lo
referente a la creación de una sociedad estable. Tras la fundación del Real se
hacía necesario la creación de entes que
sirvieran como órganos aglutinantes de una población heterogénea que
tenía como única referencia, el servicio a la monarquía y la pertenencia a la
misma religión que garantizaba los límites morales y espirituales sobre los que
la sociedad debía configurarse. A este conglomerado social, debemos sumar los de
criados y esclavos que aún ocupando una posición social inferior, tratar de
integrarse en el tejido social mediante la asimilación de las costumbres de sus
amos y señores así como en la
participación pública con la celebración de cultos y tradiciones.
En
este influye, la población de Gran Canaria en los comienzos de su “Historia
Hispánica” no pasaba por ser más que el modelo social establecido en la corona
de Castilla, con fuertes modificaciones que lo hacían especial en cuanto a la formación
de un ideario. A diferencia de los territorios peninsulares, la población canaria
debía comenzar de cero. La insularidad fue a ser un condicionante importante
.No queremos utilizar este factor como una causa negativa en el desarrollo de
nuestro discurso, si podemos apreciar como bien esta circunstancia determinó
que la visión del espacio y del desarrollo de las costumbres fuese mucho conservadora
que lo que pudiera ser en otros
territorios de la corona.
Este
condicionante físico provocó que la limitación del territorio, la tierra y el
agua fuera el centro del económico sistema y que por tanto condicionasen la
relación los individuos. Por otro lado, este mismo factor regulaba el comportamiento demográfico de
la población. Los intercambios
comerciales entre las parroquiales que conformaban la administración insular, fueron continuos y
lejos de lo que se pueda pensar el volumen de migraciones internas es
apreciable, apareciendo una fuerte predisposición a homogeneizar el territorio
a la vez que se difundía a los lugares más alejados de la capital, las líneas
básicas de cómo se esperaba que fuese dicha convivencia. Este carácter insular,
y el posterior descubrimiento americano
conferirán a las islas un grado mayor en la evolución mental. La arribada de
navíos procedentes de todas partes de Europa, con ideas, relaciones comerciales
y objetivos diversos harán a mella muy pronto en la mental
insular. Frente a la idea tratarán de que una
sociedad aislada es sinónimo de sociedad cerrada encontramos que en el caso canario
el trasiego de personas y a naturaleza de su poblamiento convirtió a su tejido
social en unos de los más heterogéneos de la corona castellana.
La
ostentación de cargos por conversos o la importancia de moriscos en sus
instituciones, hasta muestras de cómo las prohibiciones que emanaban de la
corona no eran del todo cumplidas en estos terruños, facilitando una cierta
“paz social”. Este sistema no dejaba de ser frágil frente a los embates
ideológicos exteriores siendo algunos momentos especialmente controvertidos.
Debido a que ciertas disposiciones
chocaban directamente con la naturaleza social de las islas.
Un
ejemplo claro lo encontramos en los años posteriores a la Contrarreforma, en
los existe especial interés en vigilar los puertos isleños de la entrada de ideario protestante así como en la vigilancia de las colonias de
extranjeros que residían en las islas.
Desde
el momento que la Iglesia como institución comenzó a intentar controlar la
administración de las cofradías y hermandades, se denotó un cierto repliegue de
las adscripciones de los fieles. Este comportamiento indica que la importancia
de las asociaciones pías como plataforma de promoción social fue grande al
menos hasta el momento en que la
adscripción que se hacía bajo ese objetivo dejó de tener razón de ser.
La
llegada del siglo XVIII, trajo un cambio radical en el sistema mental y en el
comportamiento de los asociados. Por un
lado con la llegada de la Ilustración y de su ideario renovador las asociaciones
canarias tuvieron un repliegue de las clases mejor posicionadas, siendo cada
vez más difícil encontrar las nóminas de las de burgueses o señores. Este comportamiento
fue derivado de dos causas principales. La primera es la ya mencionada intervención
eclesiástica que en la centuria anterior rompió la utilización de las
asociaciones como herramientas de representación social. La segunda fue debida a
la fuerte influencia negativa que las ideas ilustradas fundaron en sobre la
asociaciones que eran identificadas con las formas medievales del culto y
fanatismo religioso. Los distintos gobiernos de la monarquía intentaron mediante
la promulgación de normativas recortar su número y legitimar o cercar sus
acciones extendiendo el control civil sobre ellas. Ambas causas tuvieron
consecuencias diferentes. Aparece una cierta “laicidad” entre las clases más
pudientes así como un alejamiento de la administración de toda aquella persona
que otrora ocupaba cargos rectores.
La
política adversa hacia ella, la mala administración de las arcas y la poca
promoción que las asociaciones permitían, fueron suficientes para desmotivar a
dicho sector. Si a ello sumamos la decadencia económica, comprensible la negativa
de los mismos a ocupar esos puestos intentando promocionar en otras
esferas sociales.
Los
libros de cuentas y de entradas no dejan lugar a dudas. A medida que avanzan la
mencionada centuria las asociaciones invierten más en ornamentos y funciones
públicas, a medida que las entradas comenzaban a disminuir. Desde las distintas
mayordomías se intentó contrarrestar la propaganda contraria al sistema
asociativo cofrade, utilizando la presencia pública como elemento sustentación y
propaganda.
En
consecuencia con ello aparece rasgos encaminados a la búsqueda de una mayor
entrada de cofrades/hermanos, sin embargo a finales de la centuria la realidad
se comenzaba a imponer, descendiendo el número de postulantes, aumentando la
deuda y caracterizándose el sistema mental por un alejamiento de la práctica
pública del culto. La aparición del liberalismo en la centuria siguiente
terminó de conformar la mentalidad asociativa de los grancanarios, desviándose
todo el sistema promocional a los colectivos políticos que se fueron
instaurando en el suelo isleño así como a los hospitales y centros caritativos
que se crean para tal fin. Debido a ello, las asociaciones pías comenzaron a
ser consideradas como elementos destinados
única y exclusivamente al culto
4. La promoción social en las
asociaciones pías, la genealogía como
ciencia conductora
Tras
considerar todo lo anterior no debemos perder de vista la pertenencia a estas
asociaciones por parte de personas interesadas, que ganaban una cierta
consideración par parte de la comunidad, atesorando reconocimiento y logrando
en las mayorías de las veces establecer una sucesión en los cargos que
terminaban originando auténticas dinastías.
En
este comportamiento, de promoción existieron diferentes etapas según el sistema
de elección. Hasta el siglo XVII el nombramiento de mayordomo era un honor que
otorgaba el cabildo de cofrades/hermanos a la antigüedad, actos o devoción de
un asociado. Rara vez, se podía prever el nombramiento de un mayordomo pues a
diferencia de las hermandades, los empleos se otorgaban de forma electiva entre
los asociados que componían el cabildo.
Esta
concepción del empleo implicaba que se vigilara con especial atención la
administración de los cargos así, como la duración de los mismos. Esta
consideración fue la que proporcionó lustre al empleo, sirviendo incluso para
datar los actos o reformas hechos en el interior de la cofradía al ser periodos
cortos que se sucedían de manera regular. Desde el momento que la designación
eclesiástica comenzó a surtir efectos sobre la forma de ordenar las
asociaciones pías, empezó la polarización del empleo. La mayordomía siguió
siendo un honor, pero ya no se conceptualizaba en el cabildo de cofrades como
un título entre iguales, ni tan siquiera como un derecho asociativo, sino como
un mérito que adquiría su valor por venir impuesto de una jerarquía superior.
En
el siglo XVII, cambió el concepto que sobre el particular se tenía,
entendiéndose la asignación del mayordomo como el producto de unos intereses
foráneos a la asociación. Con ello sólo se portaba con el honor invariable de
servir a la imagen, y el de haber sido elegido por el obispo o sus provisores.
El mantenimiento del cargo durante un número indeterminado de años, y en muchas
ocasiones la creación de una línea sucesoria refrendada por el episcopado,
implicó que poco a poco se fuera perdiendo el interés por ejercer el empleo e
incluso por la pertenencia. Con todo, el respeto jerárquico entre cofrades se
mantuvo. No encontramos rebeldías frente a este sistema más que en las
hermandades, que como ya hemos relatado se configuraron como las defensoras de
la tradición legislativa.
Al
supuesto honor de ocupar estos órganos de representación pública, comenzó a unirse la categoría del individuo que
ostentaba el empleo. Así pues el reconocimiento comenzaba a ser doble. Esta
modificación que concierne a la forma de elegir se mantuvo hasta el momento de
la desamortización, sin embargo fue a partir del siglo XVIII cuando se modificó
la concepción del empleo.
El
cambio ideológico, político y social que se produjo en los territorios
españoles desde la entrada de los Borbones así como con la posterior llegada de
los influjos de la Ilustración hizo que la clase burguesa y nobiliaria asentada
en las islas mirasen hacia otros tipos de asociacionismo y de promoción ligados
a esferas culturales. En este preciso momento, encontramos un fuerte número de
renuncias de mayordomos que ejercían sus cargos o que fueron designados y no
llegaron a ostentar el empleo pidiendo
que se les exonerara. Debido a ello, encontramos como existió un desfase entre
la devoción que aún se mantenía entre los vaivenes ideológicos y la profesión
de fe.
La
puesta en marcha de un programa donde las representaciones públicas de fe, fue
el elemento clave poco seguido por la burguesía ilustrada que veía en él, un intento
desesperado de perpetuar la tradición frente a la razón científica, aunque
seguían participando de la creencia y la devoción mediante la costumbre y el
sistema cultural.
Debido
a este doble comportamiento, apreciamos la existencia de comerciantes y
burgueses que ocuparon esos huecos,[2]
polarizando las mayordomías en aquel sector. Este hecho provocó a la larga dos
grandes tópicos sobre estas asociaciones que han llegado hasta en nuestros
días. Por un lado la idea de que estas asociaciones sirvieron de “neveras” en
las que se congelaron, mantuvieron defendieron y difundieron ideas retrógradas
de organización social o del mantenimiento de la superstición. Por otro, el ser
el caballo de batalla ente los dos grandes poderes del momento. Y es que ni uno
ni otro tópico, tuvieron fundamentos reales, pues hemos asistido a las
fundaciones de asociaciones ilustradas como la de Santiago o el Pilar en Gáldar
a la vez que estas asociaciones sirvieron para la renovación de la costumbre
social, sirviendo de utilidad pública y haciendo funciones como las de
financiación del arte y la renovación de las formas de relación social.
Debido
a ello, debemos considerar como el empleo de mayordomo, no fue un simple cargo
administrativo, sino que confluyeron en él una serie de intereses y de factores
sociales que hicieron de tal ocupación una forma sólida de representación que
fue variando a lo largo de los siglos, pero en la que perduró el ideal de
liderazgo social y de promoción lo que nos sirve de indicador para el análisis del
poder en las parroquiales.
Dos
ejemplos fundamentales de todo lo
expuesto y como el poder fue creciendo
en el seno de una familia y de sus acólitos fueron las fundaciones de
Nuestra Señora de la Soledad de la Portería
en la Ciudad de Las Palmas y las de San Sebastián, La Esperanza y Las Nieves en Agüimes
En la
primera, cofradía enclavada en el cenobio franciscano de la ciudad, encontramos
como en el momento de su refundación, año
de 1761, se tomaron muchas medidas
para dejar claro que no todos los cofrades serán iguales en un futuro
próximo. Veamos cómo se hace la justificación de tal desigualdad:
Coronación de Ntra. Sra. de la Portería por el obispo de Canarias |
“Item que ha de haber dos
libros para escribir los cofrades, en el uno los de número y en el otro los que
no los son y aquellos no han de tener oficio bajo en la república ni tener nota
alguna los que no han de exceder de 72 en reverencia a los 72 discípulos de
nuestro señor Jesucristo...”[3]
Este artículo es vital para
entender la mentalidad de los fundadores de la cofradía. Por un lado
encontramos como se quiso diferenciar el estatus social de los componentes en
una asociación que partía de unas bases de pertenencia igualitarias, máxime que
nacieron en el seno de una orden que predicaba la sencillez y la predicación de
la humildad. Muchas cosas habían cambiado desde que se fundara la primera
cofradía adscrita a la portería del convento.
El artículo es concreto,
los cofrades de número, es decir los 72,
no debían tener “oficio bajo en la república” existiendo un
límite para entrar en esta primera categoría. Con tal requisito sólo podían
pertenecer a ella los individuos de condición noble o la burguesía de la ciudad,
con lo que podemos afirmar viendo las firmas de los fundadores, que las
constituciones fueron hechas a su medida. Por si ésta división en el seno de la
cofradía fuera poco, los fundadores se
encargan de adueñarse permanentemente del poder ejecutivo de la misma
cuando afirman:
“...los que [los 72] en
cada un año han de elegir hermano mayor, consiliario, secretario y mayordomo y
solo estos oficiales puedan recibir cualquier hermano del número juntamente con
el reverendo padre comisionado que fuera servido señalar N.M.R.P Provincial a
quien se ha de supliar que pudiendo ser uno de los reverendos. padres lectores
jubilados actuales de teología sin el cual no pueda hacer junta ni
determinación alguna pues ha de tener no solo lo consultivo y efectivo sino
también decisivo.”[4]
Es en este punto donde la
genealogía, ha venido a desentrañar las relaciones comerciales, sanguíneas y espirituales entre las personas que fueron ocupando los cargos de este pequeño consejo que terminaría
siendo pleno dominio de Canos, Meneses, Millares, de la Cruz, Melo, Coronados,
Alvarados o Lezcanos. La relación entre
estas familias pueden verse en los libros de cuentas de la misma. Algo
similar ocurriría con el reparto de cargos a los que hacía referencia el artículo
anterior, pues el nepotismo en a
elección de los mismos es más que
evidente
Sin embargo, el ejemplo más
sonoro de esta cofradía, lo tenemos en
la ruptura de toda regla existente con anterioridad, al convertirse progresivamente
la cofradía en una asociación privada.
Y es que, desde 1587 hasta 1599 parece
que la asociación funcionó al estilo de cualquier fundación franciscana,
sin embargo tras el ataque de Van der
Does, ésta cayó en poder de la familia Sánchez
para no salir de ella al menos en
una centuria. La explicación de éste
comportamiento puede venir, de la decadencia o pérdida de capital que estaría sufriendo la misma. Lo cierto es que la familia Sánchez,
invertiría grandes cantidades de dinero
para reflotarla, pero al elevado precio de agenciarse la mayordomía
perpetúa como contrapartida, este hecho queda reflejado en la refundación realizada en 1661:
“… que no obstante la
familia de los Sánchez por su devoción tan especial que tenían a estas santas imágenes
haciéndoles muchos donativos como consta en el libro de la cofradía siempre
estuvo a cargo de esta el gobernar la procesión del viernes santo dar y
distribuir los oficios que para este fin se requieren las nombrar quien les
pidiese desde el martes santo para lo que había antes su junta que esto
mismo se observe.”[5]
Con este mandato, la
gubernatura de las procesiones, pasó a
consolidar la mayordomía de la misma, quedando dibujada la sucesión en la
cofradía de la manera siguiente y dejando la curiosa anécdota de contar con una de las pocas mujeres que
ejercieron la mayordomía de una asociación cofrade en la isla:
Tras la muerte de D.
Marcos Sánchez de Orellana y la toma de cuentas a su hermana Ana, la cofradía
pasaría por un periodo de inactividad
hasta 1761, año de la refundación a la que hacíamos referencia al
comienzo, dejando claro la importancia del clan familiar en la vida diaria
de este tipo de asociaciones.
El otro ejemplo que podemos
aportar de ascenso de poder en la escala
social se sitúa en el Antiguo Señorío Episcopal de Agüimes, donde la importancia social del clan Espino Pelós y sus ramas colaterales se hizo patente en la mayoría de las
fundaciones religiosas del señorío a la
vez que ocupaban los cargos civiles que
el Obispo y el Rey dispensaban para la
buena administración del Señorío.
De
las cinco asociaciones, sólo las de San Sebastián y La Esperanza pertenecieron
a fundaciones privadas que dirigidas por las dos ramas principales de la
familia Pelos, fueron organizadas, dirigidas y administradas según la necesidad
y devoción del clan. Esta
confluencia de parentela se aprecia con individuos
que interactúan en ambas asociaciones, caso de Sebastián Espino Pelos, Juan
Sánchez de Herrera o el fundador, el capitán Matías Espino.
Agüimes, 1880, tercera y cuarta iglesia de S. Sebastián. FEDAC |
En
el momento de las fundaciones Juan Álvarez aparece como fundador conjunto de
ambas y beneficiado de la parroquial. De su familia saldría una serie de
beneficiados que se mantendrán en la sede hasta 1632,[6]
momento en que ostentaba la alcaldía real del municipio hasta el año de 1672[7],
implicando una hegemonía de más de cincuenta años, utilizando ambas
concreciones del poder en la administración cofrade para el beneficio familiar.
La
primera fue la Esperanza, que comenzó dicho proceso en 1692 con la llegada a la
mayordomía de Juan Bautista Sánchez Espino Pelos, presbítero, acabando en el
año de 1776 con Francisco Suárez Romero titular retirado de la parroquial.
Justamente el año antes, la administración de la cofradía hermana de San
Sebastián adquiría la mayordomía eclesiástica con el ascenso de Don Francisco
Antonio Falcón Caballero terminando con D. José Urquía y Romero en el año de
1800. Coincide el ascenso del presbítero agüimense con el proceso inicial de
las modificaciones legales iniciadas por la corona para la modificación de las
estructuras legales concernientes a la erección, mantenimiento y administración
de las mismas.
Algo
parecido ocurrió con las cofradías “eclesiásticas” del Santísimo y Ánimas. En
cuanto a la primera, se aprecia en la tabla como la familia Espino, apareció
ligada puntualmente a su administración en 1601,1700 y 1704 encontrándonos en
el último año a D. Francisco de Alvarado Espino y Pelos. Sin embargo, en la
presente asociación se suceden otras relaciones entre los mayordomos que la
ocupan. Una primera “dinastía” la sitúa en la primera década tras el acenso del
terrateniente Juan González y su hijo y el alcalde Lorente Pérez y su vástago.
Esta línea sucesoria se interrumpió con la llegada del presbítero Juan Álvarez,
con lo que en una misma cronología encontramos cuatro asociaciones regidas por
su autoridad eclesiástica. Tras la irrupción de la familia León Montañés
1682/1704, aparece las mayordomías eclesiásticas bajo la influencia de la
familia Espino y sus ramas menores de Cabeza de Vaca y Alvarado llegando hasta
1760, momento en que la familia desiste de la administración para ser regidas
por los beneficiados de la parroquial, existiendo noticias de la administración
hasta el año de 1840. La cofradía de Ánimas, erigida dentro de la parroquia de
San Sebastián, al igual que las anteriores, contuvo en sus listas
administradores que a lo largo del tiempo conformaron una serie de sucesiones
que aseguraron la preponderancia en torno a dos familias. El primer clan fue el
del presbítero D. Francisco Alvarado Espino Pelos que usando de su rango
beneficial nombró a su cuñado Alonso Gómez Castrillo como mayordomo de las
Ánimas, cargo del que el interesado renuncia por ser hombre ocupado,
otorgándose el oficio a Domingo Ribera. Sin embargo el nombramiento fue
revocado por el visitador obligando de nuevo al mayordomo anterior a ocupar su
puesto.
Tras
la muerte de Alonso Gómez se abrió un segundo periodo de administración en que
la mayordomía que quedó en manos de oficiales del Rey y del Obispado hasta la
llegada de D. Andrés Sánchez Romero en 1760, iniciándose una hegemonía de la
familia bajo los apellidos Romero y Artiles que terminó en 1831. Coincidiendo
con el periodo desamortizador apareció la mayordomía eclesiástica, integrándose
en la fábrica parroquial como única forma de mantener su existencia en los
primeros años del proceso desamortizador. La única asociación que parece no
seguir las líneas sucesorias de las anteriores, es la dedicada a San Antonio Abad,
pues siendo un santo asociado principalmente a la actividad agrícola, no es de
extrañar que la mayoría de los mayordomos fuese terratenientes o labradores de
menor fortuna pero con una cierta representatividad entre la comunidad que los
acogía. En ella se repite de manera puntual nombres como los de Matías Espino o
Gregorio de León Espino, sin embargo al encontrarse fuera del templo
parroquial, la independencia de su administración con respecto a los poderes
existentes alrededor del beneficio fue patente, llegando a confrontaciones con
los beneficiados que se negaba celebrar misas en la pequeña ermita. Una muestra
es la inexistencia de mayordomos de carácter eclesiástico, con la única
excepción de D. Francisco Suarez Romero (1771/1793), renunciando cuando el
proceso modificador de las bases legales que comenzaba a dar sus frutos con los
primeros cambios fundamentales en las constituciones de asociaciones pías. Como
podemos apreciar, el enlace inter-familiar hizo que se produjese en torno al
núcleo eclesiástico un sistema de intercambios de poderes entre los oficios
eclesiásticos, militares, burocráticos y cofrades. En consecuencia, las
diferentes ramas del núcleo principal de la familia Espino, terminaron haciendo
suya la hegemonía política y representativa del municipio ocupando todas las
facetas posibles de poder y permitiéndole fundar dos cofradías que se convertiría en la cristalización
pública de su capacidad de representación.
Conclusiones
Tras
una evaluación de lo anterior, queremos
concluir la presente comunicación con las siguientes evaluaciones:
Primeramente
afirmar que en el estado actual en que
se encuentran las Ciencias Humanísticas en Canarias en particular, y en España
en general, debe ir desapareciendo las
barreras ficticias que
durante largo tiempo se han
creado para separar las a las mal
llamadas Ciencias Auxiliares de la ciencia Histórica. Los genealogistas deben
emprender el camino de la genealogía encuadrada en la Historia, y
no sólo la acumulación de datos de filiación o interrelación de linajes. Por
otro lado los historiadores debemos perder el miedo a utilizar la genealogía para explicar o
aseverar en nuestras investigaciones ciertas conductas, hechos o procesos que
terminan formulando el hecho histórico, pues a día de hoy nos encontramos con una Ciencia seria con método con siglos
de investigaciones y que
se encuentra apoyada en la
actualidad, por un campo de investigación
como es la Historia de las Mentalidades.
En
segundo lugar, debemos ser conscientes y conocedores de la época histórica que estudiamos, pues así sabremos sobre qué
comportamientos y marcos legales se pudo desarrollar un hecho o pudo celebrarse
una unión. ¿Cuántas veces no se entró en guerra durante la Edad Moderna por
problemas de familia? ¿Por herencias? ¿Por ambición? Es en estas valoraciones
donde tenemos que darnos cuenta que a excepción de la concepción que el hombre moderno tenía del sentido de la
Vida y por ende de la Religión, en muy
poco ha cambiado las relaciones con
respecto al Hombre actual.
La
búsqueda de poder, el ascenso, la promoción y el nepotismo son conductas
que se han desarrollado a lo largo de la Historia y que han marcado el devenir histórico de muchas comunidades.
Es en los registros que el hombre ha
dejado en ese camino de promoción, donde podemos constatar esa otra Historia, libre de apellidos y de familias, cargada objetivos, búsqueda de superación o simplemente de poder.
Es
la mirada bajo este prisma, la que nos lleva a una tercera conclusión, que pasa
simplemente por buscar el único camino
que nos pudiese desentrañar como podría ser el comportamiento y el
ascenso social en una época donde los
medios de comunicación masivos no existían.
Es en este punto donde hallamos a las asociaciones pías como elementos
aglutinador y socializante entre dos esferas de poder (Iglesia y Estado)
donde los individuos acudían no sólo
como forma de consolidar sus creencias, sino como manera de vertebrar sus relaciones
sociales, económicas y familiares en una
sociedad creada ex novo.
Si
tenemos en cuenta la diferencia sustancial entre cofradía y hermandad explicada más arriba, mucho más
fácil nos resultará desentrañar las
motivaciones e intereses de los individuos
o comunidades en estudio, pudiendo enriquecer aún más los estudios
familiares y de linajes o entender, de
manera inversa como la actuación de un clan pudo influenciar en un hecho
histórico según sus aspiraciones o intereses particulares.
Con
estas nuevas fuentes, la investigación genealógica e histórica se irá
completando mutuamente pudiendo entender
mejor a las comunidades que nos precedieron.
[1] AZNAR VALLEJO, E. Población
y Sociedad en la Época
Realenga. Historia de Canarias Vol I, pg
189 1991.
[2] Claro
ejemplo de este comportamiento es la
refundación de la cofradía de Nuestra
Señora de la Soledad en 1761. Hasta
el momento, ésta había
estado en manos de la
familia Sanchez de Orellana. A la muerte de doña Ana, la cofradía
entra en un periodo de decadencia
coincidiendo con el periodo de
convulsiones relatado y que nos ocupa. En 1761 burgueses
de Triana se reúnen para
refundar la cofradía
como hermandad. Con ello se
conseguía dos objetivos
en un sólo movimiento. Por un
lado se sacaba la asociación del patronazgo de la mentada familia.
Por el otro al convertirla en hermandad,
no se acogían a una dirección de mayordomía
clásica al uso, sino que apelaban a la dirección colegiada de las
hermandades que hasta
el momento habían resistido bien
los embates modificadores
del episcopado. Con ello se garantizaba
una cuota de participación de los
representantes de las familias
principales del barrio trianero en la
dirección de una de las
asociaciones más vetustas de la capital.
[3] AHDLP Sección Cofradías. Cofradía de la Soledad convento de San Francisco sig. X Cajón 2. folio 6 recto Artículo 2º
[4] AHDLP Sección Cofradías. Cofradía de la Soledad convento de San Francisco sig. X Cajón 2. folio 6 recto Artículo 2º
[5] AHDLP Sección Cofradías. Cofradía de la Soledad Convento de San Francisco sig.
X Cajón 2. folio 7 vuelto Artículo 12
[6] Ver tabla de párrocos en el anexo.
[7] Ver tabla de
alcaldes reales en el anexo, sacada de Historia de
la Villa de Agüimes pg 356 tomo I