martes, 9 de diciembre de 2014

LA GENEALOGÍA HOY

MIGUEL RODRÍGUEZ DÍAZ DE QUINTANA

Ponencia presentada en el I Encuentro de Genealogía Gran Canaria, 
en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria,
el 19 de noviembre de 2014.
Publicada en Ponencias del I Encuentro de Genealogía Gran Canaria, nº 1 (2015), 
p 13-17. Edit. RSEAPGC y Genealogías Canarias. 
Depósito Legal: GC 368-2015

Aunque en líneas generales todos conocemos la transcendencia de la genealogía, no estaría de más repasar en estas oportunas jornadas, que desde aquí hacemos votos para que puedan convocarse cada año, estos apasionantes estudios en nuestro tiempo.
No vamos a entrar en aquellos inicios y mitos históricos, babilonios e hindúes, cuando estas sociedades crearon arquetipos humanos y ejemplares, a veces fantasiosos, para identificarse con ellos. O cuando muchos emperadores romanos al ser adoptados por sus antecesores, heredaron los antepasados fisiológicos y míticos de los adoptantes y los incorporaron a las genealogías de su familia.
A estos respectos, recordar que los mitos bíblicos del Diluvio Universal, de la Torre de Babel, de las desventuras de Job, son calcos literales de los mitos babilónicos y han teorizado que la unidad histórica no la constituyen los individuos o los estados, sino los grupos sociales homogéneos, de los que son producto los protagonistas de la historia.
En este sentido familiar, es una realidad que vemos actuar a menudo en todas partes: los miembros de tal familia tienen que militar en tal profesión, cofradía o escuela política, porque así viene impuesto por sus tradiciones familiares. Se me ocurre poner como ejemplo el paradigma del ex teniente general Miláns del Bosch, cuyos siete abuelos por rigurosa varonía fueron todos generales y cuyos hijos son igualmente militares. La deserción de algún miembro aislado nada supone, sino que confirma la regla por el escándalo público que produce.
Fue en el siglo XIX cuando nuevos valores rompieron los cuadros antiguos e hicieron de cualquiera, procediera de donde procediera, un privilegio en potencia, sin que importase su nacimiento. Se quebrantaba la tradición familiar. Un ejemplo claro lo tenemos en nuestras Islas, en donde la formación de la clase mercantil en los puertos isleños, en el siglo XVIII, cuando la navegación entró en el dominio de las actividades libres, no caló bastante hondo en la vida del Archipiélago para alterar la antigua relación entre señores y campesinos de la estructura social canaria.
La transformación más honda vino en el pasado siglo. En el siglo XX, el capitalismo moderno, con todo lo que tiene de igualitario en cuanto al origen de las gentes, ha barrido toda distinción de sangre entre los hombres. Pero creemos que solo al parecer. Porque los actuales estudios e interés por la ciencia genealógica demuestra que sigue floreciendo el sentido familiar. Recordemos las viejas familias norteamericanas de Boston, o la preocupación por su origen vasco de algunos prestigiosos linajes porteños o chilenos. Sin ir más lejos, en España basta con hojear el Boletín Oficial del Estado para comprobar que nunca antes había habido tanto interés por rehabilitar títulos nobiliarios, algunos remotísimos, concedidos a quienes se distinguieron por sus servicios. Es, sin duda, una reacción defensiva de las minorías, frente a la absorción por el ambiente nivelador.
Como hemos dicho, la preocupación genealógica es, fundamentalmente, una idea semítica. En la Grecia clásica la practicaban los Reyes y la Nobleza. En Roma, los Patricios se agrupaban y al igual que los eupátridas griegos tenían sus árboles genealógicos, a los que añadían elementos que los hacías descender de las divinidades. Un ejemplo de este tipo de genealogía lo tenemos hoy en la familia imperial japonesa, descendientes del dios Amaterasa, realidad ritual que ha funcionado más de dos mil años. Los árabes reconocen, todavía hoy, la primacía de los linajes descendientes del Profeta, y muchos soberanos árabes deben su trono a esta cualidad. Pero es sobre todo en el pueblo hebreo donde la Genealogía alcanza mayor importancia, ya que su Mesías había de nacer del propio pueblo.
Será en Europa donde las cuestiones genealógicas han tenido mucha importancia, y a partir del siglo XV, con la invención de la imprenta, se comenzaron a publicar los primeros libros de genealogía. Con anterioridad las genealogías constaban en crónicas
manuscritas. Los especialista consideran al francés Pierre d’Hozier el verdadero fundador de la Genealogía científica.
En el antiguo régimen fue indispensable para entrar en la Universidad, en la Iglesia, en las Milicias, en la Marina de Guerra y en la mayoría de los cargos administrativos. En el caso canario, para ser regidor de los antiguos cabildos o desempeñar cargos honoríficos como castellanos, familiares del santo oficio, de ciertos gremios y de ciertas cofradías, era necesario probar que se pertenecía a familias hidalgas.
Historiar estos hechos del Antiguo Régimen tiene su sentido. Modernamente algunos historiadores se burlan de la preocupación de nuestros abuelos por demostrar la buena calidad de sus antepasados. Pero se olvidan de enmarcar los hechos en su ambiente, donde, más que por ostentación de vanidad, lo hacían por la necesidad práctica de poder acceder a los cargos sociales, políticos, o administrativos a los que legítimamente tenían derecho. Es como hoy, que para acceder al profesorado universitario es condición estar en posesión de algún titulo de doctor dado por una Facultad.
Tampoco podemos dejar de comentar el desprestigio de la Genealogía en el siglo XVIII, sobre todo después de la Revolución Francesa y una vez establecida la igualdad social en derecho y abolida la Nobleza en Francia, en que fue detractada, especialmente en su formulación tradicional. Así fue como para satisfacer esta apetencia surgió en el siglo XIX la actual casta de genealogistas y reyes de armas que, también hay que decirlo, en muchos de los casos, por unas monedas, le fabricaban a cualquiera unos antecedentes ilustres que nunca tuvo. Casos en Canarias hay varios, como el del palmero Matías Rodríguez Felipe y Montero, alias el Damo, de muy humilde extracción, pero quien, por su talento y meritos militares, el cronista y rey de armas Juan Antonio de Hoces y Sarmiento le expidió certificación de su Nobleza y Blasones, en virtud de las cuales, don Matías, descendía, no ya de los reyes godos, sino hasta de uno de los Reyes Magos del Evangelio.
A pesar de este descrédito la Genealogía nunca decayó. Precisamente en el siglo XIX España tuvo a representantes tan eximios como nuestro paisano Francisco Fernández de Bethencourt, el príncipe de los genealogistas españoles, a quien su monumental obra genealógica y su manera de expresarla le elevaron a la categoría de Académico de las Reales de la Historia y de La Lengua
Y no digamos en las dos Américas, en cuyos países es donde se encuentran el mayor número de asociaciones, institutos y centros genealógicos. En Estados Unidos, por ejemplo, se cultiva la genealogía de manera fundamental. Los mormones, movimiento cristiano milenarista, poseen las más ricas bibliotecas y archivos de investigaciones genealógicas de todo universo.
Los estudios genealógicos de Canarias tienen en nuestra época dos clases de fuentes: las documentales y las bibliográficas. Entre las documentales sobresalen hoy las reunidas por el general Francisco de Quintana y León, Marques de Acialcazar, acrecentadas por su hijo don Gonzalo y su yerno don José María Pinto de la Rosa, cuyo archivo, siempre abierto a la investigación por la generosidad de sus responsables, es hoy uno de los aportes fundamentales para el desarrollo genealógico en las islas. A este rico acervo hay que añadir los interesantes fondos de El Museo Canario, entre ellos el del Santo oficio de la Inquisición, el llamado de las capellanías legado por el magistral Marrero y el donado por el hijo del General Bravo, amén de los archivos parroquiales de todas las islas, de los archivos históricos provinciales de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, del archivo Avecilla de la iglesia de la Concepción de Santa cruz de Tenerife, los archivos municipales de La Laguna y
Casa Marquesa de Arucas
de Santa Cruz de La Palma, el que guarda legado de Rodríguez Moure, y el acrecentado por otros donativos, el de la real Sociedad Económica de Amigos del país de Tenerife, con sede en la ciudad de La Laguna. A esta serie de archivos se podrían añadir otros muchos privados y menos conocidos, como, por ejemplo, el de la casa marquesal de Arucas, condal de la Vega Grande, el de los herederos de Emilio Hardisson Pizarroso en Tenerife, el de Gerardo Morales Martinón y Alfredo Matallana Cabrera, en Lanzarote, el de Carlos Gaviño de Franchy, también en Tenerife, y los de la familia Blandy y el del Instituto Canario de Estudios Históricos y Rey Fernando Guanarteme en nuestra ciudad. Hoy, con el avance imparable de las nuevas tecnologías, ya existen archivos genealógicos solamente informatizados. A este respecto debemos de señalar el que a través de 30 años ha ido formando el genealogista asturiano afincado en nuestra isla, Juan Ramón García del Campo de Ucedo Rodríguez, en cuyas memorias informatizadas se encuentran más de 30.000 registros genealógicos relativos a todas las familias del Archipiélago desde sus inicios hasta las postrimerías del siglo XVIII.
Por lo que toca a las fuentes bibliográficas, además de los clásicos de Juan Nuez de la Peña, de Juan Antonio de Anchieta, en gran parte inéditos, y de Antonio Ramos, con su libro Descripciones genealógicas de las Casas de Mesa y Ponce publicado en Sevilla en 1792, nuestras islas han dado ejemplos únicos de amor a la Genealogía con la fundación en 1924 de Revista de Historia por Dacio Victoriano Darías Padrón, José Peraza de Ayala Rodrigo-Vallabriga y Manuel de Ossuna-Saviñón Benítez de Lugo. Esta revista se había pensado como un periódico genealógico, aunque con marcos mucho más amplios. Es más, hasta el titulo fue una imitación de la Revista de Historia y Genealogía Española, de Madrid, que había dejado de aparecer en 1920. La de La Laguna, que siguió la misma dirección que su epónima madrileña, se subtituló “Publicaciones de asuntos canarios, históricos, genealógicos, biográficos y arqueológicos, pero con predominio neto de la especialidad genealógica.
Se dice que la pasión genealógica isleña tuvo su más acusado revulsivo en aquellos tiempos del llamado pleito insular, entonces sin apenas solución de continuidad. También se dice que gracias a la influencia de Miguel de Unamuno, al describirnos en su libro Por tierras de Portugal y de España estas palabras: “una vida de singular lentitud, de marcha de gaviota, ceremoniosa por fuera, más no sin pasiones por dentro. Porque la vida de rutina conventual y señorial no doma las pasiones, sino más bien las azuza. Sobre todo la envidia. Las pequeñas rivalidades se exacerban y las discusiones por un punto de erudición, por una minucia, adquieren una especial y especifica venenosidad”. Así estaba convencido el eminente profesor y erudito genealogista hoy desaparecido, don Juan Regulo Pérez.
El cultivo de la Genealogía continuó después que la revista de Historia pasó a ser órgano científico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La laguna y a ser dirigida
Elías Serra Ráfols
por el doctor Elías Serra Ráfols, quien quiso, que la nueva orientación a que la obliga ser una publicación universitaria, no aboliera las concepciones antiguas, entre ellas la Genealogía, primera razón de ser de la revista. Esta tendencia continua bajo la dirección de nuestro admirado historiador don Antonio de Bethencourt y Massieu, pero al ser el ilustre paisano trasladado a una universidad madrileña, la revista de Historia canaria tomó otros rumbos.
La contribución genealógica de esta revista resaltaba por la interminable colaboración de Tomás Tabares de Nava, que de 1928 a 1960 publicó alrededor de sesenta árboles genealógicos de costado de miembros de las familias históricas canarias más conocidas. Estos árboles de costados aparecieron después impresos como apéndice al libro Abuelos de Abuelos del mismo autor.
En estas jornadas que hoy celebramos no podemos ni queremos silenciar la gran labor genealógica que hicieron los mencionados José Peraza de Ayala, Dacio Darías Padrón, Manuel de Ossuna, Luis Fernández Pérez, Ramón de Ascanio, Leopoldo de la Rosa, Jaime Pérez García, Melchor de Zarate y Juan Regulo, entre otros muchos que posiblemente ahora se me escapan. Aquellas publicaciones en la Revista de Historia marcaron un lugar entre los estudiosos canarios, con una tradición, una continuidad, un ejemplo de perseverancia, cuyo resultado los vemos fluir cada día y cuyo exponente más real es el que nos ha convocado a reunirnos en estas oportunas jornadas genealógicas
Porque Gracias a este gran ambiente genealógico en Canarias se han podido poner en marcha en estos últimos 80 años ambiciosos proyectos. Posiblemente el más grandioso ha sido la reedición y puesto al día del Nobiliario y Blasón de Canarias del citado conejero Francisco Fernández de Bethencourt, ahora bajo el titulo simplificado de Nobiliario de Canarias. Los cuatro volúmenes que forman la edición, con más de 4.500 páginas, es hoy la obra genealógica más conocida y valorada en el mundo occidental. No existe biblioteca, ni centro genealógico de Europa y América que no cuente en sus estantes con estos imprescindibles libros de consulta.
Para la reedición y actualización de tan magna obra coadyuvaron todos los genealogistas que entonces había en el Archipiélago. A los nombres anteriormente citados tenemos que añadir los de Sergio Fernando Bonnet, Pedro Cullen del Castillo, Andrés de Lorenzo-Cáceres, Alfonso Manrique de Lara y Fierro, Guillermo Camacho Pérez-Galdós y Félix Poggio.
Como hemos reiterado, la Genealogía es una ciencia de la Historia –hay quien no quiere aceptar que se denomine ciencia auxiliar,porque hoy toda cuestión social tiene aspectos genealógicos. Y, además, muchas cuestiones de la Historia apenas pueden comprenderse sin conocer la genealogía de sus actores. Esta realidad, por citar un ejemplo, la hemos contemplado después de las pruebas poco satisfactorias de la llamada revolución de Octubre y el periodo subsiguiente en la Unión Soviética, y después de las experiencias de la Revolución Cultural China, porque hemos visto que ha vuelto el concepto tradicional de la familia como unidad social.
Y es que la genealogía es indispensable para comprender la Historia social, política y religiosa de todos los tiempos, ya que todas las clases que componen la sociedad están, más o menos, emparentadas entre sí. Para los cristianos, porque sin ella no se podría conocer la cronología hasta el mismo Adán. Sin ella, dejaríamos sin sentido a las generaciones anteriores. En medicina cada vez cobra más interés porque a base de estudios genealógicos se llega a la información genética de la célula, ya que las unidades de ADN, llamadas genes,
son las responsables de las características estructurales y de la transmisión de una célula a otra en la división celular. Y porque comprenderemos mejor nuestros cambios evolutivos. En este campo la genealogía sirve para profundizar y conocer la transmisión hereditaria de las enfermedades. También hoy la genealogía esta cobrando un gran interés en el mundo de la industria.
Todo estudio genealógico de una familia, sea cual fuera su clase social, enriquece la Historia de la Sociedad a la que pertenecemos. No hay familias antiguas y familias nuevas. La familia de un príncipe, por ejemplo, tiene la misma antigüedad que la de un bracero, de un pescador o de un barrendero. Solamente hay familias de antigüedad más o menos conocida, de mayor o menor riqueza, de mayor o menor vitalidad, o de características dominantes o recesivos más o menos acusados. Pero todas, sin excepción, han contribuido y contribuyen, a la formación del país al que pertenecen.
Si aparentemente los estudios genealógicos que se desarrollaron en las islas en pasadas centurias estaban mayormente encaminados a historiar los linajes de las grandes familias. En las últimas décadas del pasado siglo nació un sorprendente interés por desentrañar los árboles genealógicos de todo tipo de estirpe. Las visitas a los archivos parroquiales proliferaron. De este interés nació el 2 de junio de 1986 el Centro de Estudios Genealógicos de Canarias “Marqués de Acialcázar”, denominado con esta filiación como homenaje al actor que gracias a su labor, perseverancia y visión de futuro creó el más importante archivo genealógico del Archipiélago, y si acaso del país
Aprovechando esta cita, la cita de, no quiero silenciar los nombres de aquellos fundadores y pléyades de genealogistas de la nueva época que con tanta ilusión materializaron el proyecto y que desgraciadamente hoy no están con nosotros. Me refiero a su presidente Juan López-Viota Cabrera, Salvador Cabrera Aduaín de Zumalave, Juan Esteva Arozena, José Hernández-Franco Moran, Alfredo Matallana Cabrera, Gerardo Morales Martinón, Antonio de la Nuez Caballero y el varias veces citado y entrañable amigo Juan Régulo Pérez. Afortunadamente, en plena actividad, actualmente, aquí, la nómina es extensísima e imposible de relacionarla, pero que de igual modo contribuyen eficazmente hoy al desarrollo genealógico de las islas canarias.
Como anécdota, recuerdo ahora el estudio que el eminente genealogista citado Juan Régulo Pérez dedicó a la ascendencia del I Marqués de la Regalía, el palmero Antonio José Álvarez de Abréu, prócer canario a quien Viera y Clavijo llamó el oráculo de la Real Cámara de Indias, Consultor que fue de la Real Cámara de Estado para todos los asuntos de Derecho Público. Después de documentar todos estos méritos, alguien había afirmado lo contrario, que los antepasados de este marqués habían sido humildes marineros de Santa Cruz de La Palma y simples campesinos de Puntallana, San Andrés y Sauces, algunos de los cuales ni siquiera habían sido hijos de matrimonios, por lo que fue necesario establecer una verdadera genealogía oficial a base de documentación falsa, por así exigirlo –dicen los autores de la falsificación- las circunstancias de quien había que insertar en los más altos estamentos de dirección y gobierno. Sobre este engaño genealógico se llegó a preguntar el propio profesor Régulo Pérez: ¿Tiene esto importancia trascendente? La respuesta, como todos imaginarán, es muy discutida.
Como discutidos fueron el vertiginoso ascenso de los mariscales de Napoleón, que de herreros y de otros oficios manuales, y de campesinos con orígenes oscuros e infelices, llegaron a príncipes y a ocupar tronos y sus descendientes a emparentar con la realeza europea, como aquel simple soldado voluntario apellidado Bernadotte que se convirtió en el fundador de la actual dinastía reinante en Suecia.
Para concluir diremos que de todo esto sólo hay una verdad: la verdad de la fuerza, poderosa y extraña, a veces incluso en medio de las mas adversas circunstancias, de ese ser portentoso que es el hombre, de quien, hace más de dos mil años, dijo Sófocles, en uno de los segundo de su tragedia Antígona, algo así como “Muchos son los arcanos insondables, pero nada hay tan tremendamente misterioso como el hombre”
Si como se ha dicho, la familia es el componente básico de la sociedad, la ciencia que se ocupa de su estudio, la Genealogía, tiene cumplidamente justificada su razón de ser. Razón de ser a la que hay que añadir el interés, siempre legítimo y siempre vivo, de cada individuo por conocer quiénes fueron sus ascendentes y cuáles son sus parientes.