jueves, 18 de abril de 2013

ASCENDENCIA GUANCHE: LOS MENA DE TENERIFE Y GRAN CANARIA

FANEQUE HERNÁNDEZ BAUTISTA, profesor de Historia
Documentación genealógica a cargo de JUAN RAMÓN GARCÍA TORRES.



A.     MENCEYES DE TAORO
Mencey Bentor. José C. Gracia en eldia.es
Leopoldo de la Rosa en un excelente artículo publicado en AEA en 1977, La familia del rey Bentor, investiga la descendencia del último Mencey de Taoro. Bentor se inmola en los riscos de Tigaiga de la misma forma que lo hiciera Bentejuí, el último guadarteme de Canaria, en los riscos del Ansite, despeñándose voluntariamente para no entregarse a los conquistadores castellanos que lo cercan un mes después de la estrepitosa derrota en La Laguna en la que fallece su padre. Bencomo, como es sabido, murió a manos de Pablo Martín Buendía un soldado de la compañía canaria de Maninidra que intervino decisivamente, al final de la batalla, para decantar la victoria del lado castellano.
Nos descubre este autor con certeros razonamientos la identidad de una de sus hijas que aparecía enmascarada bajo el nombre bautismal de Ana Gutiérrez. A través de distintos documentos de fines del XVI referidos a dos de sus descendientes llamados Ana Bentor de Mena y Antón de Mena Benchorne, que dicen ser primos hermanos entre sí, el preclaro investigador, atando cabos, entresaca de la lectura de los mismos que Ana Bentor, hija de Pedro de Mena, y Antón de Mena, hijo de Sebastián de Mena, tienen respectivamente como padre y abuelo, a Martín de Mena, el marido de la ya mentada Ana Gutiérrez. El que dos de sus nietos ostenten el apelativo indígena le parece a De la Rosa una prueba concluyente para proceder a identificarla como la hija del inmolado Mencey Bentor de Taoro, aserto que, modestamente, compartimos dado el peso de sus argumentos a los que deseamos añadir algún otro.
El ilustre genealogista, culminando sus pesquisas, localiza el testamento de Ana Gutiérrez, dictado en La Laguna en 1522 ante Alonso Gutiérrez, presumiendo que este se dicta poco antes de su muerte. A pesar de su pésimo estado de conservación, nos dice, su lectura confirma su matrimonio con Martín de Mena y la descendencia con él habida, pues Ana, la moribunda, nombra como herederos a sus hijos Pedro, Juan y Bastián, a partes iguales. Cita además una deuda de dos reales con un tía suya, llamada doña Mencía, a quien identifica el investigador como una hermana del mencey de Abona. El trato de doña asignado a dicha señora, reservado en aquellos tiempos para las personas de alto rango nobiliario (es el caso de doña Catalina de Guzmán en Gran Canaria) confirma la estirpe real guanche de la señora y refuerza su presunción de que Bentor debió estar casado con una hermana de la tal doña Mencía, la cual, según sus referencias, era infanta del reino o menceyato de Abona. Finalmente, en el testamento, Ana nombra como albaceas para hacer cumplir sus voluntades a su marido, Martín de Mena, y a Gaspar Hernández, uno de los guanches más premiados en los repartimientos por su eficaz colaboración en la conquista de la isla, probablemente porque pertenece a la realeza de alguno de los bandos de paces.
Como nuevo argumento a favor de la estirpe real guanche de Ana Gutiérrez, destacamos de nuestra lectura del documento que los testigos que la acompañan “en las casas de su morada” son toda una representación de la sociedad indígena guanche. Hemos podido constatar, analizando los protocolos notariales de esos años, que al menos tres de los citados (Diego de Ibaute, Juan Mayor y Alonso Rodríguez) son reconocidamente naturales, es decir, guanches, a pesar de sus ibéricos nombres y apellidos con la vernácula excepción del apellido Ibaute. La dignidad real de la Señora explicarían el ceremonioso agrupamiento en torno a ella de la más alta nobleza indígena de la isla.
Acerca de Martín de Mena, el esposo de Ana Gutiérrez, sabemos que pertenecía a una acomodada familia de mercaderes con presencia en Gran Canaria desde antes del 1500. Su procedencia nos es desconocida aunque podríamos presumir en función de su apellido que tiene un origen más o menos remoto en el Valle de Mena. Serían en ese caso los Mena oriundos de las merindades de Burgos. Nos confunde sin embargo un protocolo de 1526 ante Justiniano, en el que un tal Juan de Mena, “portugués”, estante, da un poder general a cierto procurador para cobrar deudas.
Consta en las escribanías que un tal Pedro de Mena, fallecido en Gran Canaria antes de 1507, había sido estante en dicha isla. Quizá este personaje fuera su padre. Otro Pedro de Mena, probable hijo del anterior, hermano en tal supuesto de Martín, bautiza a una hija en Telde el 16 de febrero de 1511, fruto de su matrimonio con Catalina Perdomo. En Tenerife, en 1515 se tiene constancia de otro mercader llamado Juan de Mena, posible hermano de los citados, que reside en El Realejo, que da cuenta en un protocolo de haber obtenido repartimientos en Abona.
Un documento protocolado en 1508 ante Juan Ruiz de Berlanga (folio 253 vto.) refiere un poder otorgado por Juan de Bérriz a otro mercader vizcaíno para que cobre determinadas cantidades a ciertos deudores, entre ellos, a los herederos de Pedro de Mena, mercader estante que fue de Gran Canaria, que le deben 55.000 mrs. de buena moneda de Castilla.
Concluimos de todo lo expuesto que los Mena son una gran familia de mercaderes, probablemente portugueses, que establecidos inicialmente en Gran Canaria pasan a Tenerife a comienzos del siglo XVI. Las mercaderías con las que trabajan por las cuales adeudan tales cantidades al mercader vizcaíno son, según consta en un protocolo relacionado, paños, lienzos, hierro, herraje y otras cosas.
De la presencia de Martín de Mena en Tenerife se tienen referencias documentales desde la primera década del siglo. Casado en primeras nupcias con Teresa Gómez no se conoce descendencia de dicho primer matrimonio pero sí del segundo, el establecido con la indígena de estirpe real guanche Ana Gutiérrez, a la que le aporta su apellido.
Un protocolo de 1527 dictado ante Justiniano, en el que se realza la preeminencia de la esposa, nos vuelve a confirmar la existencia de dicho enlace y nos da la buena nueva de que Ana Gutiérrez no falleció en 1522 como conjeturaba De La Rosa por lo que seguramente pudo incrementar su descendencia:
“Ana Gutiérrez, vecina, mujer de Martín de Mena, con su licencia, da poder general a Francisco de Lucena, procurador de causas, vecino, para resolver querellas y cobrar sus deudas. Martín de Mena, presente, consiente en todo lo que su mujer en esta carta hace. Testigos: Pedro de Sobranis, Alonso de Jerez, Gaspar Justiniano, vecinos. Por no saber, Gaspar Justiniano”.
De los hijos que conocemos de este ilustre matrimonio nos referiremos en primer lugar al primogénito, Pedro de Mena, alguacil de campo de la isla a mediados del siglo XVI, quien tiene como hija, con su esposa Polonia de Lugo, a la ya citada Ana Bentor de Mena. Polonia, según declarará su descendiente, era hija natural de Catalina Infante y del herreño Alonso de Lugo aunque este parece que se negó reiteradamente a reconocerla.
Acerca de Juan de Mena, el segundo de los hijos conocidos, De la Rosa, al no encontrar huellas documentales, presume que debió morir joven. Nosotros, sin embargo, les vamos a mostrar un documento que acredita su existencia adulta, un poder que pensamos que pudo pasar desapercibido al historiador por estar protocolado en la escribanía de la Ciudad de Canaria ante el escribano Cristóbal de San Clemente :
1531/VII/4 Las Palmas Escribano. Protocolo 740. 1500-1533 F 132
“Juan de Mena, vecino de la isla de Tenerife, otorga poder a Juan Gómez de Fregenal, su suegro, vecino de la isla de Tenerife, para que tome posesión de un casa pajiza que linda con casa de Juan López y por arriba con tierras del Señor Adelantado, la cual le dio Marcos Hernández en pago in solidum de un cahíz de trigo. Testigos: Marcos Hernández, Andrés de Vesga y Juan Vizcaíno. Por no saber, (firma) Juan Vizcaíno, vecinos y estantes”
Cualquier aficionado a la genealogía canaria sabe que, de confirmarse dicha identidad, nos encontraríamos ante una joya documental pues se colige de ella la posibilidad de un consorcio matrimonial entre un descendiente directo del Mencey de Taoro, Juan de Mena, con una hija de Juan Gómez de Fregenal, de quien sabemos que fue el esposo de María Doramas, la hija del conquistador de Tenerife Juan Doramas, probable nieta por tanto del Guayre de anchas narices y de su esposa de la estirpe de los Semidán. Juan Gómez de Fregenal, repoblador procedente de Extremadura, fue efectivamente el segundo esposo de María Doramas con quien casa en 1514. En su testamento, dictado en 1541, declara ser vecino del Realejo de Abajo y señala como herederos, por este orden, a Leonor Márquez, Juan Serrano, Ángela Hernández, María Hernández, Alonso Gómez, Mencía Gómez, Inés Hernández, Francisco Duramas y Pedro Gómez. Pero ¿cuál de las hijas citadas pudo ser la esposa de Juan de Mena?
En la publicación Historia, leyenda y genealogía del apellido Oramas, obra de José Antonio Oramas Luis, se realiza una prolija descripción de la descendencia de Juan Doramas, a quien nosotros identificamos como Meteimba, pero en ningún momento se habla de un Juan de Mena como esposo de ninguna de las hijas de Juan Gómez de Fregenal y María Doramas. Considerando las fechas que están en liza y reconociendo que no contamos con información ad hoc, conjeturamos que Juan de Mena pudo ser el primer marido de la primogénita Leonor Márquez con quien no habría tenido descendencia pues esta, en su testamento, solo declara que estuvo casada con Juan de Cuenca. Además de las fechas, nos sirve como indicio el hecho de que no conste en las escribanías que Leonor hubiese sido dotada, como sí lo fueron sus hermanas.
Hemos realizado esta extensa digresión por un motivo que no escondemos: algunos genealogistas, entre los que no me encuentro, opinan que Leopoldo de la Rosa Olivera pudo haber errado al defender que Sebastián de Mena es el padre de Juan de Mena el viejo, el quinto peldaño de nuestra escala. De hecho, este autor reconoce en su trabajo que se trata de una simple conjetura pero, una vez establecido que Juan de Mena Gutiérrez llegó a la edad adulta y que casó con una hija del canario Juan Gómez de Fregenal, podría ciertamente pensarse que Juan de Mena el viejo puede ser hijo de su homónimo, quien portaría en ese supuesto sangre indígena tanto guanche como canaria.
De Sebastián de Mena, el tercero de los hijos de Martín de Mena y Ana Gutiérrez, nos dice el ilustre genealogista, que casó con Leonor de Ayllón, hija del prestamista Miguel Ayllón y de su esposa Leonor Vélez. Hijos contrastados de esta pareja son el ya citado Antón de Mena Benchorne, Ana Vélez y otro Pedro de Mena, dando De la Rosa como hijos probables a otro Sebastián de Mena, vecino de Vilaflor, quien estuvo casado con Margarita Hernández, y a Juan de Mena el viejo, nuestro ascendiente, por quien sigue la línea.

B.     DE TAUCHO (TENERIFE) A GUADALDA (GRAN CANARIA)
Con Juan de Mena el viejo se inicia una fase en el cuadro genealógico adjunto caracterizada por la fiabilidad de los entronques pues a partir de ahora estos quedan sólidamente documentados tanto en las líneas tinerfeñas que estudia De la Rosa como las grancanarias que son objeto de este artículo.
Sin duda Juan fue un personaje muy relevante entre los naturales de Tenerife (descendientes de los guanches) por cuanto en unión de tres de sus hijos y de un hermano, suscriben el 16 de marzo de 1601 un poder ante el escribano de Daute por el que, en unión de otros guanches de apellido Asensio, Ibaute y Betancor, se suman al recurso presentado días antes en varias escribanías de la isla por los naturales guanches para mantener el privilegio de portar a la Virgen de Candelaria cuando esta es sacada en procesión, con el argumento de que eran descendientes directos de los que adoraron a la imagen antes de la conquista.
Aunque en dicho documento Juan de Mena se dice vecino de Daute, su casa y hacienda principal estaba en Taucho, en el antiguo reino de Adeje. En los testamentos que dicta, el último es de 1622, un siglo después que el de su abuela Ana, declara haber estado casado con Melchora Verde de Betancor, hija del herreño Alonso de Lugo (sí, es la misma persona que el padre de Polonia, la esposa de su hermano Pedro de Mena) y de Águeda Pérez de Munguía quien enlaza con el alto linaje de los Betancor hasta llegar a Teguise. Los hijos de Juan y Melchora son, por orden de edad, Juan de Mena el mozo, por quien sigue la línea, Martín de Mena (casado con Isabel Martínez), Águeda Pérez de Munguía (casada con Pedro García del Castillo), Melchora Verde (casada con Hernán García del Castillo), Mateo de Betancor y Diego de Mena. De todos ellos, no señala De la Rosa, se tiene constancia de la continuidad de la estirpe excepto para Mateo de Betancor cuyas circunstancias vitales desconoce.
Si bien esta es una línea colateral, podemos desvelar a los interesados en la genealogía canaria que Mateo de Betancor, junto con su esposa Juana González y sus hijas, nacidas en Tenerife, pasaron a Gran Canaria a fines del siglo XVI. Una de sus hijas, llamada Melchora Verde como su abuela, declara en el testamento que dicta en 1652 ante Juan Báez Golfos en la Ciudad de Canaria que es vecina de esta isla y que en ella posee, además de las propiedades que le correspondieron por dote (tierras en La Culata de Tejeda y seis reses vacunas), las siguientes propiedades:
“…después que falleció mi padre (Mateo de Betancor) me tocó de su legítima 200 ovejas y 60 borregos y 14 colmenas y un esclavo de color negro llamado Sebastián y dos vacas y una yegua y un pedazo de huerta y parral en el término de Tejeda y 50 cabras y diez o doce carneros
Algo más adelante nos da detalles acerca de su familia grancanaria y tinerfeña que tienen indudable interés genealógico:
“…mi hermana María Verde y yo dimos poder a mi marido Lázaro de Betancor y a Gregorio Pérez mi cuñado y a Francisco González, primo mío, para que cobrasen en la isla de Tenerife la legítima que le pertenecía al dicho mi padre… de la legítima de sus padres y mis abuelos Juan de Mena y Melchora Verde, vecinos que fueron del lugar de Taucho…y fianzaron la dicha pretensión con Juan de Mena mi tío…”
Esta referencia final a su tío, Juan de Mena, por quien sigue la línea, nos va a servir de ayuda para no irnos más por las ramas y volver al tronco principal de este árbol genealógico.
Juan de Mena el mozo, que fue junto a su padre uno de los demandantes de mantenimiento del privilegio de porteo de la virgen por parte de los naturales guanches de Daute, casa en Icod en 1604 con Francisca de Carminatis, una bien dotada doncella, cuyos abuelos maternos habían sido el mercader italiano Juan Jacome de Carminatis y Juana Joven, hija esta del conquistador de Tenerife, el barcelonés Jaime Joven.
El testamento de Juan de Mena Betancor dictado ante el escribano Díaz de la Guardia en 1653 nos informa de las extensas propiedades de las que era poseedor en Taucho sobre las que funda una capellanía perpetua y también, entre otros aspectos, acerca de su prolija descendencia masculina pues reconoce en el mismo que tiene como hijos legítimos de su matrimonio a Luis, Gonzalo, Dionisio y Juan de Mena, Francisco de Betancor y Alonso de Lugo.
El segundo de los hijos citados, Gonzalo de Mena, por quien sigue la línea, también se traslada, como ya lo hiciera su tío Mateo Betancor a finales del siglo anterior, hasta la isla que queda al oriente, para casarse en el Valle de los Nueve, en 1618, con Catalina Gutiérrez. He aquí la partida que lo atestigua:
Iglesia de San Juan Bautista Libro 1 Folio 203 Vto. Nº 579 Año 1638
"Estando en el Valle de los Nueve término desta Ciudad de Telde lunes dos de Agosto de mil y seiscientos treinta y ocho años, case in facie Eclesie segun orden del Santo Concilio de Trento a Gonzalo de Betancor hijo de Juan de Mena y de Francisca Carmenates, vecinos de Tenerife, y a Catalina Gutierrez hija de Pedro Lorenzo y Marcelina Gutierrez vecinos desta Ciudad lo qual hice con licencia del Doctor Francisco de Cubas Beneficiado y por fe y verdad de lo qual lo firmo; testigos Sebastian Rodríguez y Gregorio de Vera y Tomás Hernandez mozo de coro y otras personas vecinos desta Ciudad de Telde. Luis Aguiar Toledo.”.
Acerca de este topónimo me van a permitir una breve digresión toponímica como acostumbro hacer en mis artículos. El siguiente texto extraído de Wikipedia, cuyo contenido comparto enteramente, nos habla del origen del término:
En época precolonial, la zona del Valle de Los Nueve se encontraba dentro del Faycanato de Telde y recibía la denominación de Guadalda, que, según el historiador Buenaventura Bonnet y Reverón, es la raíz etimológica de la actual nombre (Uad-arroyo, alda-nueve). Existen versiones populares sobre el origen del topónimo que son erróneas y que indicarían que este proviene del número de los primeros pobladores castellanos, y que son desmentidos por la documentación histórica, ya que fueron diez (y no nueve) los beneficiarios de los primeros repartos (como demuestra el historiador Vicente Suárez Grimón en su obra "La propiedad pública, vinculada y eclesiástica de Gran Canaria en el Antiguo Régimen") y por el hecho de que el topónimo ya aparece antes de la finalización de la conquista de Gran Canaria (1483).
Pues bien, en este “valle de los nueve arroyos” los descendientes de Gonzalo de Mena o de Betancor, como también es llamado, proseguirán su existencia a lo largo de varias generaciones manteniendo el apellido Mena por tratarse de varones hasta llegar a María de Mena casada con José Rodríguez Fleitas, hijo este de Juan Rodríguez de Fleitas, natural de la Orotava, y de Mª Ángeles Torres, natural de La Vega, con cuyo hijo Juan se perderá definitivamente el apellido.
Juan Antonio Fleitas, nacido en Telde, casa en la Iglesia de San Juan Bautista con Mª Antonia de Sosa, cuyos padres, dice la partida correspondiente, son vecinos de la ciudad de Canaria en el pago de Marzagán. Este matrimonio, cuyos apellidos por partida doble son de indudable origen luso tendrá una hija, de nombre Juana Fleitas de Sosa que aunque casa también en Telde culminará su existencia en La Atalaya de Santa Brígida, lugar en el que fallecerá en 1835, ya bien entrado el siglo XIX.

C.    LAS CUEVAS DE LOCEROS
Los eventos sacramentales de las personas que siguen el linaje estudiado se ofician por tanto a partir de ahora en la Iglesia de La Vega de Santa Brígida. La partida de bautismo de Mª del Pino Benítez, uno de sus descendientes, por quien sigue la línea hasta llegar a mi tatarabuela, nos da fe del nuevo y troglodítico lugar de residencia en el que se asientan:
Iglesia de Santa Brígida (La Vega), Libro 12 - Folio 352 Vto. - Año 1794.
"En la Parroquia de este lugar de la Vega a 4 de Enero de 1794 años yo, Gregorio Alberto de Medina, presbitero theniente de cura de dicho lugar, baptisé puse óleo y chrisma a María del Pino Brígida Antonia hija lexitima de Joseph Benítes y Juana Fleitas; abuelos paternos: Christobal Benites y Juliana Rodrigues; maternos: Juan Antonio Fleitas y Maria de Sosa. Nació a 28 de Diciembre próximo pasado, fue su padrino Gaspar Antonio Torres, fuele advertido el parentesco espiritual. Son vesinos de este lugar de la Atalaya y lo firme. Gregorio Alberto de Medina."
Curiosamente, nos dice el cronista de la localidad, Fleitas, Sosa y Torres son, entre otros, apellidos muy frecuentes entre los actuales vecinos del barrio de La Atalaya. El enigma sin embargo, que por ahora no hemos podido resolver, es encontrar el motivo concreto por el cual el matrimonio formado por José Antonio Benítez, nacido en El Tabaibal de Jinámar, y Juana Fleitas, en Marzagán, empobrece hasta el punto de irse a vivir a finales del siglo XVIII al lugar más deprimido de la comarca: las casas cueva de La Atalaya donde
La Atalaya 1893. FEDAC

viven aisladas unas gentes que, al decir de un visitante inglés, Alfred Samler, “por alguna extraña razón no están bien vistas por sus vecinos, quienes raramente se casan con ellos”. Quizá una huída de la justicia por parte de su marido o un grave infortunio económico puedan explicar el grutesco paradero de nuestros ascendientes con el más que probable añadido de contar con familiares muy cercanos viviendo en el pago.
Los motivos de la aversión comarcal hacia los vecinos de La Atalaya está necesitada de un estudio en profundidad. Pedro Socorro, el apreciado cronista de la Villa de Santa Brígida, nos adelanta unas líneas de aproximación al problema que agradecemos grandemente:
“A partir del siglo XVIII las viviendas en cuevas en el barrio de La Atalaya experimentaron una notable expansión como habitación de los grupos sociales desfavorecidos, tales como los pobres de solemnidad, las viudas y, en general, los marginados. En los archivos parroquiales se registran, además, un grupo destacado de inmigrantes procedentes de Fuerteventura, especialmente de Pájara y de la Vega de Río Palma. Quizás muchos de ellos llegaron huyendo de las hambrunas que se suceden en la isla majorera a comienzos de esa centuria, pero también otros como siervos y esclavos para servir al que fuera canónigo de Fuerteventura, Luis Fernández Vega, quien una vez establecido en Gran Canaria construyó entre 1733 y 1737 en la parte alta de La Atalaya la Ermita de La Concepción, una edificación declarada Monumento Histórico Artístico, que aún hoy se conserva, y que tiene la particularidad de contar con siete lápidas en el exterior que se corresponden con enterramientos de la época del cólera morbo (1851)”.
La descripción de otro viajero inglés, Alfred Burton Ellis, nos confirma la dureza de las condiciones de vida en La Atalaya en 1885:
“Descendiendo por una brusca pendiente llegué al nivel superior del poblado en el que los cubiles tenían las fachadas encaladas. Las cuevas estaban en su mayoría divididas con esteras, en el frente y en el fondo. Montones de ollas con formas anticuadas, …, mostraban el comercio que se daba en el lugar y los montones de papas el sustento vital. Había huecos en las paredes a modo de estanterías y la decoración la formaban varias estampas de la Virgen y otros temas sagrados. Completaban el mobiliario bancos y mesas rudimentarias y muchas tenían esas gigantescas camas que tanto gustan a los aldeanos canarios y a las que hay que subir de un salto tras coger carrerilla. Las aves rapaces, gitanos y demás, bajaban en bandadas desde sus nidos pidiendo a gritos cuartillos sin aceptar un no por respuesta”.
En el drago de familia, que con paciencia de jardinero estamos cultivando, son muchos los ancestros que nacen, viven y mueren en Las Cuevas de Loceros, hoy conocidas con el nombre de La Atalaya, donde no hay constancia, a pesar de las racistas palabras del visitante, de que hubiese población alguna de la respetable etnia gitana. Además de las pervivencias indígenas, acreditadas por las técnicas alfareras sin empleo de torno que han llegado hasta nuestros días, el lugar fue, efectivamente, siguiendo las pistas de nuestro propio árbol, un centro de acogida para inmigrantes majoreros como los Miraval, y mucho antes los De León; también para descendientes de esclavos y gentes diversas que presumiblemente allí encontraron refugio. En todo caso, la miseria de sus moradores, la promiscuidad y el abandono en que estaba sumido el poblado troglodita en aquellos tiempos difíciles debieron constituir por sí mismo un caldo de cultivo para la marginalidad.
Algunos de los descendientes de Mª del Pino Benítez, nacida en La Atalaya, se extendieron por los pagos vecinos ubicándose a la vera del camino que enlaza la Atalaya con Tasaute en unas cuevas del pago del Exmonte (sic) en el lugar que hoy se denomina San José, muy próximo a la Villa de Santa Brígida. El nombre de dicho pago tal y como se recoge en las partidas de sucesivas generaciones de tasauteños nos informa del proceso de deforestación del bosque de lentiscos que imperaba en aquellas lomas pues este paraje recibió primero el nombre del Monte, luego, tras la roturación, del Exmonte, y por último el de San José de las Vegas tras su conversión en fértiles tierras de cultivo.
En la fotografía adjunta les presento a mis tatarabuelos Mª del Pino Estévez Troya y
Antonio González Pérez en compañía de una de sus hijas, Concepción González, y de un nieto en las inmediaciones de la casa cueva donde vivían. En torno a sus apellidos les diré, como curiosidad genealógica, en relación con los de mi tatarabuela, que los Estévez más antiguos de este linaje proceden de Firgas: son el matrimonio formado por Juan Estévez García y Catalina Rodríguez que casan en El Sagrario (Las Palmas) en 1627, aunque sus descendientes vivirán en el Pago de las Cuevas durante centurias. Por la parte de los Troya, llegamos, también en el siglo XVII, hasta el matrimonio formado por Sebastián de Troya y María Lorenzo, vecinos de La Vega, no sabemos bien de qué parte del valle aunque presumimos que son igualmente talayeros.
En cuanto a los apellidos de mi tatarabuelo solo puedo decirles que los González son sencillos labradores a jornal que viven en La Vega al menos desde el 1600, mientras que los Pérez, emparentados con los de León, proceden de Fuerteventura, siendo los más antiguos del linaje, por ahora, Sebastián Pérez Umpiérrez y Feliciana de León que casan en Pájara en 1717. Estos inmigrantes majoreros, también vecinos de la Atalaya, son probablemente servidores del Luis Fernández de Vega que cita el cronista, el que fuera
Manuel Glez. Estévez y Agustina Domínguez
con dos de sus hijas. Cuba 1907
canónigo de Fuerteventura, quien, como pueden comprobar en la partida adjunta, aparece oficiando la ceremonia de bautismo de un sobrino, hijo de su hermano Martín, que es también nuestro ascendiente por la parte ya estudiada
de los Vega.
Iglesia de Santa Brígida (La Vega), Libro 4 - Folio 101 - Año 1675
"En el lugar de la Vega quinse dias de febrero de 1675 yo Luis Fernandes de Vega de la gloriosa Santa Virgida deste lugar de la Vega, Baptise puse olio y chrisma a Luis, hijo lexitimo de Martin Fernandes de Vega y de Maria Nabarra, su lexitima mujer, vesinos deste dicho lugar; fue su padrino Bartholome Fernandes de Vega; vino a la pila de seis dias nasido de que doy fe y lo firmé.”
La miseria de aquellas gentes se trasluce en la vestimenta y en la tristeza de la mirada de mi tatarabuela, hasta el punto de que María del Pino fallece en 1899, a los 54 años, ahogada en el estanque cuando fue a lavar a la acequia. Así lo señala su hijo Manuel en una especie de anales familiares que llamamos el libro rojo, donde el viejo Manuel González recogía todas las incidencias de la familia, pero me van a permitir que la glosa de estas entrañables figuras pueda hacerla al itálico modo a través de unos versos que forman parte de mi epopeya familiar, El Árbol de las Octavas, publicada en parte, en Cantos de Mestizaje :
Míseros labradores de La Vega,
perdida la memoria de otros tiempos,
que, por no tener, no tienen ni tierra
en la que dar descanso a los muertos,
requiriendo del obispo dispensa
para casarse muchas veces entre ellos.
Gentes ahítas de hambre y de amargura
de por vida enterradas en las grutas.
 En las blancas casas de su morada
en un hermoso patio al descubierto
con olor a tomillo y a hortelana
entreveo en infantiles recuerdos
viejas manos acariciando una talla;
son mis tías bisabuelas que de negro
van cubiertas de los pies a la cabeza
aguardando a que alguien las requiera.
María Estévez, mi tatarabuela,
fue a parar al fondo de un estanque;
resbaló cuando lavaba en la acequia
y acabó con su vida en ese lance.
Triste sino el de la vieja locera
que parió tantos hijos sin percance.
De una mozuela del risco, prendado,
uno de ellos, corrió barranco abajo.
A su vera, la mujer de extraños ojos
se convierte en blasón de la familia:
adorado femenino tesoro
cuyo nombre sagrado es Agustina,
madre del alma de los hijos todos
que pueblan los rincones de esta isla.
Venerada seas, vieja matriarca,
 indígena diosa, Venus de Tara.
Como tantos isleños valerosos,
desertando del hambre y la miseria
cruzó el charco hacia Cuba con su esposo.
Allí dio a luz a mi abuela América
para emprender un obligado retorno
cuando a Manuel las fiebres lo laceran.
Al atracar el vapor en el puerto
vuela el alcaraván a su encuentro.
Concluiremos este artículo con un toque de humor, recurriendo a una noticia publicada en La Gaceta de Tenerife de 11 de abril de 1930 bajo el título “Corrida de toros improvisada” en la que, con cierta sorna, se describe un suceso acaecido en la Vega en el que resultó ser infeliz protagonista un hermano de nuestra tatarabuela.
A las 11 de la mañana del domingo último, el vecino de la Atalaya (en la vecina isla) Francisco Estévez Troya, de 64 años de edad, casado y de oficio labrador, transitaba por una parcela de tierra que lleva en arrendamiento conduciendo unas vacas de su propiedad a pastar cuando, al pasar por la linde que separa su finca de la de doña Pino Navarro Suárez, fue embestido inopinadamente por un novillo, propiedad de dicha señora que se hallaba por aquellas inmediaciones pastando, dándole los consiguientes revolcones en el suelo e hiriéndole. Unos labradores que presenciaron el hecho recogieron al herido y en un auto lo trasladaron con toda urgencia a la Casa de Socorro de Vegueta de Las Palmas. El infortunado presentaba una fractura de tibia y peroné izquierdo, de pronóstico reservado, quedando hospitalizado, por orden facultativa, en San Martín.



(N: nacimiento D: defunción) (En rojo la línea de sangre)