viernes, 16 de septiembre de 2016

LAS FAMILIAS TERORENSES EN EL NOBILIARIO DE CANARIAS


MIGUEL RODRÍGUEZ DÍAZ DE QUINTANA
Ponencia impartida en la villa de Teror, el 12 de septiembre de 2016, entre los actos de la fiestas del Pino, enmarcada en la conmemoración del Año Genealógico Francisco Fernández de Bethencourt. Organizado por el Iltre. Ayuntamiento de la Villa de Teror y la colaboración del Instituto Canario de Estudios Históricos Rey Fernando Guanarteme y Genealogías Canarias.


En 1977 tuve la satisfacción de obtener el galardón convocado entonces por el ilustre Ayuntamiento de esta villa, que se conocía por premio literario “González Díaz”. Regía el municipio el alcalde don Antonio Peña Rivero. Más que la prudente aportación económica del concurso, el atractivo estribaba en que el trabajo galardonado iba a ser editado por la docta corporación. Iba a ser mi primer libro publicado, un logro que prácticamente me llenaba de suma complacencia.  
Pero la alegría se transformaría con el tiempo en un amargo sinsabor, porque el
Teror desde Zamora, Valleseco. Foto: E.Egea
manuscrito se extravió después de que doctos intelectuales de esta villa pudieran consultarlo, como se acredita al ser reiteradamente citado en obras posteriores.   
El trabajo presentado llevaba el título “Los primeros repartimientos de Teror y otras noticias”. Se dividía en dos partes. En la primera, dábamos por primera vez la serie de datas otorgadas en esta villa y sus contornos. Aún no se había publicado el libro que se guarda en El Museo Canario debido al trabajo de transcripción de Manuela Ronquillo y Eduardo Aznar Vallejo.  Fernando Inglott Navarro, depositario de fondos del Ayuntamiento de Las Palmas, en cuyas dependencias estaba entonces instalado el referido museo, extractó en 1905 aquellos repartimientos. Por vericuetos del destino el manuscrito llegó a mis manos, y durante largo tiempo estuve en disposición de poseer tan atractiva y única documentación.
La segunda parte del trabajo galardonado era relativa a las principales y más populares familias terorenses. Era, sin proponérmelo, un elenco o repertorio nobiliario que, de manera modestísima, seguía el método trazado por el insigne maestro y llamado príncipe de la genealogía española, el consagrado lanzaroteño, Francisco Fernández de Béthencourt, a quien, con toda justicia, seguimos homenajeando al cumplirse el siglo de su fallecimiento. 
La siempre querida villa mariana de Teror sigue siendo la cuna de todas las familias del Archipiélago. Esto lo saben bien los genealogistas canarios, quienes, en sus búsquedas de ascendientes, siempre encuentran una línea, una rama, un entronque procedente, de los Arbejales, del Palmar, o del barranco de las Monagas. Otro signo digno de tener en cuenta fue que aunque no fueran nativos ni pilongos de este lugar, la gran mayoría de familias
Antigua pila bautismal. Foto: E.Egea
isleñas tenían en estos contornos heredades, una finiquita, una casa, unas huertas que les permitían mantener con decencia su estatus, sus familias  y sus haciendas.
Volviendo al Nobiliario de Canarias, la obra maestra  de Fernández de Béthencourt, principalmente la editada a mediados del siglo pasado por una junta de especialistas, que la pusieron al día, aumentándola, corrigiéndola e ilustrándola, las familias entroncadas en esta villa de Teror tienen, en los cuatro monumentales volúmenes, numerosas referencias. Como casas solariegas principales sobresalen la de  Quintana y Falcón. En los textos se complementan con otras tantas de raigambre, como los Díaz del Río, que engloba a más de las tres cuartas partes de la población actual; los Pérez de Villanueva, del Toro y un largo etcétera. Al figurar en aquella serie de textos de la magistral obra la escueta nómina de títulos nobiliarios de Castilla agraciados en nuestras Islas, las familias de la villa de Teror vuelven a ser resaltadas en el Nobiliario de Fernández de Béthencourt. Los Marqueses del Buen Suceso y del Toro, y vizconde previos de San Bernardo, así como la ascendencia de la mujer del Libertador bolivariano, merecieron siempre que se reforzaran los entronques con las numerosas estirpes del patriciado de esta villa que hoy dan su sangre, como dije al principio, a todas las familias de las Islas. Hace años, hicimos un árbol genealógico situando como tronco a una modesta familia de aquí. Y resultó que de ella proceden hoy todos los principales títulos nobiliarios del Archipiélago y las familias del más alto raigambre insular.
Para los genealogistas serios, en sus repertorios genealógicos no existen ricos y pobres, nobles y plebeyos, altos ni bajos; lo que en realidad nos interesa es el aclarar de dónde venimos y cómo se han ido formando todas nuestras generaciones.
Por otro lado, hay que mantener que entre todos nosotros existen lazos muy afines de parentesco. Estoy seguro que si se conociese la genealogía de todos los que hoy nos honran aquí con su presencia, nos encontraríamos con un altísimo porcentaje de consanguinidad. Un ejemplo lo comprobé con el libro que escribí el año pasado sobre los Patronos de la Virgen de Teror. En él biografiaba a una serie de personajes vinculados a la efemérides. El tronco inicial de la historia arrancaba, como era lógico, de los Pérez de Villanueva, pues de ellos, y por la rama Quintana, posiblemente la familia más señera de esta comarca, emparenté, a Matías Vega Guerra con don Antonio Socorro Antigua; a monseñor, conmigo mismo; a todos ellos con los propios patronos y camareras de la Virgen: los Manrique de Lara, del Castillo y Escudero, y así con otros tantos linajes de alto y bajo relieve, que para no aburrirles, no menciono. Pero lo que acabo de referir lo aclararé exponiendo, que la madre de don Matías, la aruquense  doña Lucía Guerra Marrero de Quintana, procedía de Teror. La bisabuela de don Antonio Socorro, por la rama
Familia en Teror, finales siglo XIX. Foto: FEDAC
de Lantigua, era Paula Díaz de Quintana, hermana de mi tatarabuelo. Y si enfilamos la ascendencia de los Manrique de Lara encontraremos varias veces la misma  afinidad de consanguinidad.
Estoy seguro que muchos de los que nos escuchan no han quedado demasiados convencidos con mis afirmaciones. Suelo, por ello, darles unos datos para ayudarles a comprender la información. De nuestros dos padres, tenemos cuatro abuelos, ocho bisabuelos y dieciséis tatarabuelos cuya suma final nos dan 32 ascendientes. Cuando lleguemos a mil, la siguiente generación la dobla, y así, al llegar, por ejemplo, a la conquista, descendemos de miles y miles de personas, muchísimas más de las que en realidad poblaban en aquel momento el territorio, deduciéndose por ello que al llegar a ese lejano punto todos tenemos por fuerza que poseer un mismo entronque y muchos nexos familiares.
Para hacerlo aún más difícil, les comentaré la anécdota siguiente: Cuando el arquitecto lanzaroteño Carlos Morales Quintana, de los Quintana de aquí, de Teror, de toda la vida, de donde procedió su bisabuelo, contrajo matrimonio con una princesa griega, un tío del novio, gran genealogista y buen amigo, hoy desaparecido, Gerardo Morales Martinón, quiso obsequiar a la pareja con un cuadro genealógico acreditando la consanguinidad de ambos. Hubo, nada más ni nada menos, que siete entronques positivos, que, por gentileza, previamente el pariente los envió a los novios para que eligieran la rama que preferían. Si el hallar esta consanguinidad en personas de tan lejanas procedencias no resultó difícil, como era la de encontrar las existentes entre un conejero dela isla de Lanzarote y una alteza real europea, comprenderán que sin salir del terruño este parentesco, como diría un iletrado, está chupado.
Pues bien, mis queridos primos, para no cansarles con mis averiguaciones, pasemos a la segunda parte de aquel premio González Díaz ganado en 1977 y relativo a las más generalizadas familias de esta villa de Teror. Lógicamente no están todas. Pretendíamos incluir en aquella ocasión a las más antiguas e históricas. Empezábamos en aquellos ya lejanos años a reseñarlas por orden alfabético. Se inicia con los Acosta, de procedencia portuguesa y de eminente actividad mercantil. En el transcurso de los siglos dieron los Acosta terorenses hijos ilustres a la comarca, como alcaldes, magistrados, relatores y fiscales. Miembros de esta estirpe mariana tienen calles rotuladas en Granada. Hoy nos honra con su presencia descendientes de esta ilustre saga. Siguen en nuestra exposición los Álvarez, muy extendidos y también, la mayoría, de origen portugués. La letra A de nuestro diccionario se ilustraba con la gran familia Arencibia, que por nuestra peculiar manera canaria de hablar, desvirtuamos el apellido, trastocando su verdadera fonética de Arancibia por la actual denominación. Miguel de Arancibia fue un escribano vasco por aquí establecido. Una montaña de estos contornos lleva su apellido. Uno de sus hijos, Baltasar, fue un héroe con motivo de la invasión del holandés van de Does y murió, junto con el cura terorense,  Juan Rivero, en los arenales de Santa Catalina de nuestra ciudad.
En la letra B nos deteníamos fugazmente en los apellidos Bayón y Boza, que tuvieron aquí singularidad en épocas pasadas. El primero es asturianos y el segundo portugués.
Seguíamos con los Cabrera, otra de las grandes familias que han merecido que Fernández de Bethencourt la destacara en su Nobiliario de Canarias. El apellido es el linaje español más antiguo de las Islas Canarias, razón por lo que está extendido prolificamente en todas ellas. Alonso de Cabrera Solier, nuestro más antiguo ascendiente, era, por línea ilegitima, descendientes de los reyes de Castilla y de León y pariente cercano de Fernando el Católico. Con este entronque, los canarios nos podemos vincular con muchos los santos y reyes de Europa.
Lugar del Pino Santo. Foto: C. López-Trejo
Los Cárdenes, pertenecen a otra de las familias populares de estos contornos. Complicadísima en sus orígenes, dicho sea de paso. Procedió de Sevilla, y al igual que los Arencibia, los isleños transformamos su original de Cárdenas, por la actual denominación. Por ello solo existen en estas Islas, y de la que dije antes que proceden la mayoría de la familias que ostentan títulos nobiliarios en nuestro Archipiélago,  a más de doctos clérigos y altos dignatarios de la Iglesia. Los orígenes terorenses de los Cárdenes se mezclan con aborígenes de las dos islas principales e inteligentes y emprendedores sujetos de color del vecino continente africano.
Seguimos con los Déniz, de gran solera aquí. Su origen, como tantos otros de la comarca, es portugués, y traduciéndolo a lengua española se refiere a que es el nombre propio de Dionisio.
El apellido Díaz, patronímico también de numerosas procedencias, tienen los de Teror alta representatividad que engloba a los del Río y Domínguez por aquellas antiguas leyes matriarcales isleñas. El salmantino Bartolomé Díaz del Río contrae matrimonio con Juana Domínguez, una terorense de origen portugués. El matrimonio tuvo catorce hijos, la mayoría de partos dobles, y entre cuyos vástagos se repartieron los apellidos de padres y abuelos. De ellos descienden numerosa población insular, y uno de sus sucesores es el que aquí les habla. Se destacaron como médicos curanderos, espabilados para las labores de la tierra y para sacar el mejor rendimiento de sus ganados.
Entroncados estos Díaz con los Domínguez, también de origen lusitano y llamados así por provenir del nombre propio de Domingo, hoy figura este apellido como uno de los más singulares y extendidos de nuestra Isla, especialmente en esta villa mariana.
Los apellidados Falcón llegaron de Montehermoso, localidad cerca de Coria, en  Cáceres. En el siglo XVI hubo una gran corriente extremeña en nuestras islas y un gran número de ella se asentó aquí, en Teror. Los Falcón de Teror fueron los que dieron el origen de este linaje al resto  del Archipiélago. En sus inicios fue una familia importante, fundaron mayorazgos, vínculos y ermitas y rotularon con su nombre referencias geográficas. Varios Falcones ostentaron en numerosas ocasiones la alcaldía real de la villa.
Prosiguiendo con  la G llegamos a los González,  Grimón y Guerra. Los primeros proceden del nombre propio de Gonzalo y la mayoría son también de origen portugués, mientras que Grimón llegó de Namur, en Bélgica, apellido famoso en su historia por contar con un ilustrado abad que fue enviado por el emperador de Alemania al papa San Gregorio para entregarle las llaves del sepulcro de San Pedro. En Canarias proceden del flamenco Jorge Grimón, conquistador de Tenerife. Desciende de este ilustre linaje  nuestro amigo y compañero en múltiples tareas históricas,  el versado y documentado doctor, Vicente Suárez Grimón, que nos honra esta tarde con su presencia. De las familias apellidadas Guerra hay varios orígenes, sobresaliendo los que nos llegó de las Montañas de Santander.          
De los Hernández y Henríquez, ambos asimismo de Portugal y derivadas sus filiaciones de los nombres propios de Hernando y Enrique. De los dos existe hoy numerosa descendencia. Curiosamente, muchos de nuestros apellidos autóctonos traían por varonía el citado linaje de Hernández, pero con el tiempo se fueron conociendo por el distintivo, bien familiar, mote o procedencia. Así vemos, por ejemplo, como los Hernández, establecidos en el
Barranco de Lezcano. Foto: E.Egea
pago de las Monagas, fueron luego Monagas; los Hernández, alias apolinarios, fueron luego Apolinario a secas; los Hernández Socorro, llegaron a ser sólo Socorro; los Hernández Penichet se significarían posteriormente por Penichet, y los Hernández, moteados por los chiles, fueron luego Chil, de donde procedió el culto y desprendido doctor, don Gregorio Chil Naranjo, fundador de El Museo Canario. Los Henríquez terorenses pueden presumir de haber ingresado en la orden de Carlos III y acreditar una buena limpieza de sangre, como se desprende de las certificaciones expedidas por aquel temido tribunal del Santo Oficio de la Inquisición.
Refiriéndonos a la letra M, encontramos entre las familias más singulares de esta villa a los Marrero, los citados Monagas y los  Montes de Oca. El primero procedió  de Portugal, pero en la vecina nación prácticamente no existe como apellido, pues aquí se originó del cargo profesional de pobladores. Traduciendo Marrero a nuestro idioma expresa decir algo así como medidor de arias, marcador de límites en los terrenos o agrimensor.
Sobre los Monagas ya hemos referido que se trataba de una familia Hernández avecindada en Valleseco, en el caserío del término que respondía por este topónimo geográfico que colinda con los del Sobradillo y Zamora. El origen de su significado no queda debidamente aclarado. Se llegó a decir que era una especie de hierba salvaje que abundaba en el barranco que da su nombre y de ahí la denominación. De este singular apellido nacido en la isla proceden los marqueses del Buen Suceso y dos presidentes de la República de Venezuela, que abolieron en esta parte de América la esclavitud y en donde, además, existe el llamado estado de Monagas, con quien el municipio de Valleseco se llegó a hermanar en la década de 1980. Destacó también esta familia en los anales terorenses por ser sus miembros quienes dieron las primeras noticias de la caída del famoso pino donde apareció la Virgen y, además, por protagonizar uno de los episodios más novelescos y conmovedores de su historia, en donde se mezclan abordajes, raptos, embarazos en la africana Argel, mazmorras, huidas, rescates y reclamaciones de paternidad. Los Montes de Oca, llegados de Villafranca de Burgos, destacaron como maestros de buques y agricultores, emparentados a su llegada con la población indígena por medio de sus mujeres, y luego se repartieron  por el norte y medianías de Gran Canaria.     
Los Naranjo figuraron en los primeros tiempos como otro de los grandes linajes del patriarcado insular, muy vinculados sus miembros varones a la Inquisición canaria. Procedieron de Huelva, y al igual que otros pobladores, el andaluz se enlazó a su llegada con una canaria nativa. La importancia de este apellido hizo que se adoptara tanto por línea masculina como femenina. De ahí que es otra de las estirpes que engloban a más de las tres cuartas partes de la población del Archipiélago. Un trabajo en dos tomos realizado hace más de 20 años sobre esta familia,  es una de las obras más solicitadas y fotocopiadas en El Museo Canario por sus visitantes, demostrando, su frecuente consulta, la enorme vinculación de los isleños con esta singular saga que procedió de Andalucía.
Los Navarro, montañeses, y muy enlazados desde antiguo con los Naranjo, también forman parte de los apellidos más señeros de esta comarca. Su vinculación con el Tribunal inquisitorial  fue, de igual modo, muy señalado. Ambos linajes dieron muchos clérigos a la Iglesia canaria y aquí Teror destacó un Manuel Navarro del Castillo, que dejó a finales del siglo XVIII bienes para la enseñanza e ilustración de sus vecinos.
Mientras que los de la Nuez, últimos de la letra que llevamos mencionando, llegaron a Canarias procedentes de Génova, aunque parece que a su vez eran de procedencia española, establecidos durante la Edad Media en aquella región con motivo de la participación en las Cruzadas y asentarse en la república las bases de su potencia comercial en el Mediterráneo.
Los Pérez forman parte de la larga nómina de apellidos patronímicos y por tanto de muy difícil generalización. Los de aquí llevaron compuesto el de Villanueva, por su lugar andaluza de procedencia. Los textos históricos terorenses hablan extensamente de Juan Pérez de Villanueva, a quien se señala de fundador de la villa y autor de la donación a la iglesia de la actual Virgen del Pino para sustituir a la primitiva de la milagrosa aparición. Por este Juan Pérez de Villanueva, muchísimos de los que hoy estamos aquí podemos emparentarnos. De él, y como dije antes, proceden Matías Vega, monseñor Socorro Lantigua, todos los Manrique de Lara, del Castillo, Egea, López-Trejo y el que aquí les habla, no incluyendo a otros muchos conocidos de todos ustedes para no alarga la extensa nómina.
Los Pulido son de origen castellano, aunque hubo una familia de Las Palmas, de origen inclusero, que destacaba por ir siempre aseada y pulida, dándole el vecindario a sus miembros el mote de los pulidos, por lo que, según me refirió personalmente uno de ellos, el nombrete lo adoptaron luego por apellido. Mientras que los Peñate, son de un arranque canario. Se formó aquí. No existe en ninguno otro lugar la referencia onomástica, salvo que se trasladara de Canarias. Se cree que es una deformación del linaje Peña, y que se moteara luego con el actual apelativo.
Quevedo y Quintana, los dos castellanos. El segundo tantas veces citado hoy aquí, procedió de Burgos. A la conquista vinieron dos hermanos, Juan y Bartolomé de Quintana, de 14 y 15 años de edad, respectivamente. A Bartolomé lo mató una pedrada que le asestó con puntería un guanche en la boca, en las inmediaciones del barranco de Tirajana, que de inmediato lo dejó sin dentadura. De Juan descendemos todos los Quintana del Archipiélago. Mujeriego empedernido, tuvo numerosos hijos con dos doncellas nativas. Su inteligencia y buena hacienda hizo que su prole destacará en los medios sociales y económicos de nuestra Isla. Un nieto de Juan, llamado Blas, fue el que se establece en Teror, casado con una de las hijas de Juan Pérez de Villanueva, Isabel, que será la primera camarera de Nuestra Señora la Virgen del Pino y nuestra entrañable antepasada. El apellido era tan apreciado, porque además el que se timbraba Quintana estaba exento de pagar tributo a la hacienda pública al presumir de hidalguía, por eso tanto hombres como mujeres del linaje se acogían a él. De ahí la proliferación tan enorme de los Quintana en Canarias. Como anécdota referir que  una quinta se refiere a una casa. Quintana, por tanto, expresa decir toda una manzana edificada. Solo en Canarias se dice Quintana. En la península se suele decir  fulanito de la Quintana.
Para ir concluyendo nos detenemos ahora en Río y Rivero. Del primero ya hablamos porque procedió unido al de Díaz. Simplificado se generalizó más en la Vega de Santa Brígida y en la ciudad de Las Palmas. Aquí destacaron los Domínguez del Río, cofundadores luego del pueblo de Ingenio por establecerse allí fuerzas locales procedentes de esta villa (el primer cura párroco y el primer jefe del destacamento militar). Mientras que los Rivero también procedieron de Portugal, concretamente de un lugar conocido por Arifana de Santa María. Su aureola histórica se destaca con la muerte heroica del sacerdote de la iglesia, Juan Rivero, quien enarbolando una bandera con la efigie de la Virgen del Pino encabezó el batallón de milicias que acudió a socorrer a la ciudad cuando en julio de 1599 fue asaltada por los holandeses al mando del almirante Piter van de Does. Los canarios vencieron a los invasores en los Arenales de Santa Catalina, justo donde está, curiosamente, la iglesia de Santa María del Pino, a espaldas del Corte Ingles. Sin embargo, Juan Rivero murió durante la refriega. Por cierto, se dice que antes de ausentarse de la villa el cura escondió los libros sacramentales de la parroquia para evitar su perdida, y luego acabaron por desaparecer.
Sánchez, Sarmiento, Socorro y Suárez, son los apellidos de esta letra generalizados en la comarca desde viejos tiempos. Los Sánchez de Teror y Telde son, mayormente, andaluces. Sarmiento es gallego y su origen está aromado de reyes, ricohombres y poseedores de derechos de conquista. La línea de Canarias que es la establecida posteriormente en Teror, arranca del señorío insular y de los hijos de los señores propietarios de las Islas, doña Inés Peraza de Ayala y su marido Diego García de Herrera. La más joven de sus vástagos fue doña Constanza Sarmiento, ofrecida en matrimonio a Pedro Fernández de Saavedra, otro de los poderosos de la primera población establecido en Lanzarote. La rica hembra, doña Fabiana Sarmiento, será la progenitora de este noble apellido en la comarca terorense y del vecino municipio de Valleseco. Mientras que Socorro forma parte de la serie de linajes autóctonos y devocionarios de nuestra isla. Ya dijimos que era una familia apellida Hernández, de Tirajana, que bautizaron a uno de sus hijos en Tejeda, imponiéndole en las aguas del Jordán la filiación de la Virgen del lugar. Así es como Sebastián del Socorro Hernández fue el autor de dejar su segundo nombre como apellido, del que procede, no hace falta recordarlo, la gran figura de monseñor, el celoso y fiel guardián de Nuestra Señora del Pino, don Antonio Socorro.
Refiriéndonos a los Suárez, el nuestro procedió de Albaida, en Andalucía, y cuenta en nuestras islas con gran arraigo, especialmente cuando durante siglos exhibió  unidas la referencias Suárez-Carreño.     
Llegamos, finalizando la lista de los linajes, a  Toro, Travieso y Troya. El del Toro, también de singular apreciación en los medios históricos de este lugar, procedió de Castilla. Su insigne progenitor fue el capitán Sebastián del Toro, un viudo que ya se encuentra establecido con dos hijos en la isla en 1544, fecha en que se le concede la merced de 30 fanegadas de tierra para plantar en Teror, lindando la merced con las de Villanueva, y junto al lugar de la llamada Laguna “donde queman las cabras de Escobedo” -dice el documento. La descendencia femenina de estos del Toro tenían el privilegio de limpiar la iglesia de Teror, un requisito que entonces era una distinción y estaba controlado y autorizado por la Diócesis.
Plaza Teresa de Bolívar. Foto: E.Egea
Los apellidados Traviesos llegaron de Portugal y su arraigo con Teror en los primeros tiempos fue de igual modo notable. Lo mismo ocurrió con los Troya, de singular procedencia sevillana, ya que arrancan del fogoso clérigo Juan de Troya, a quien el Cabildo Catedral le encomendó la anexión de la entonces pequeña ermita de Santa María de Terore  a la iglesia de Santa Ana allá por la década de 1510, y siendo obispo don Fernando de Arce. Las troyanas deben su nombre a esta singular familia de exuberantes y sensuales damas que gracias a los estímulos dispensados por las féminas cambiaron en muchas ocasiones el rumbo de los acontecimientos de la comarca.
Terminaremos nuestro elenco ilustre reseñando a los linajes Vergara y Yánez, últimos de nuestro abreviado abecedario señorial. Los primeros, hoy desaparecidos, de noble y arraigada procedencia vasca, llenaron con sus hechos y virtudes las crónicas de esta villa durante los siglos XVI y XVII, y aunque su filiación haya desaparecido, esta familia dio origen a las emblemáticas propiedades de Osorio y al patrimonio que hoy disfrutan los Manrique de Lara. El blasón de los Vergara campea en todas las labras nobiliarias de la citada estirpe.
Yánez es asimismo portugués. La ascendencia lusitana en nuestra islas es posiblemente más numerosa que la castellana. Los ingenios azucareros de la primitiva industria y la cercanía con los archipiélagos y nación portuguesa propiciaron el masivo avecindamiento en nuestras costas de tantos hijos del vecino país. De aquel lejano labrador portugués, llamado en su lengua Alonsianes, procede gran parte de la dilatada descendencia terorense que ha llegado hasta nuestros días, aunque existe otra rama muy numerosa que se asentó en Teror procedente del valle de La Orotava. Por cierto, los primitivos Yánes se oponían a que la terminación de su apellido concluyera con zeta.
No podía cerrar nuestro modesto nobiliario si no mencionáramos que en Argentina, Cuba y Venezuela existe el apellido Teror. También el de Arucas, que aquí no existen, pero que fueron extendiéndose en aquellas repúblicas por hijos de estas localidades que iban siendo más conocidos por sus respectivo lugares de origen que por sus verdaderas identidades. De igual modo, conocí en Uruguay a un taxista que llevaba de apellido el de canario, Diego Canario Sierra. Al dialogar, me dijo que estaba convencido que era descendiente de los isleños fundadores de aquel país. Así ha ocurrido con otra serie de linajes de procedencia extranjera, que en sus localidades no tienen significación, pero sí mucha en Canarias a raíz del establecimiento, como lo acreditan, por ejemplo, las filiaciones de Artiles (diminutivo del nombre propio de Arnoldo, en Flandes), Dorta, Curbelo (relativo a la familia de los cuervos en lengua portuguesa) Armas, Negrín, Penichet (nombre de una ciudad costera de la región centro de Portugal), y otros tanto que ahora no nos llegan a la memoria, pero que en las comarcas de las que procedieron no suelen contar  con estas referencias.
Esto ha sido, queridos amigos, o parientes, a grosso modo, lo que posiblemente don Francisco Fernández de Béthencourt podía incluir en sus célebres reseñas genealógicas. Que este breve repaso sirva para seguir manteniendo su memoria y el afecto y consideración que todos los genealogistas del Archipiélago le debemos
Muchas gracias.

Teror, 12 de septiembre del Año Genealógico Francisco Fernández de Bethencourt