miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL APELLIDO DE LA PEÑA, EL LINAJE MATERNAL DE MI ABUELA PATERNA

FANEQUE HERNÁNDEZ BAUTISTA

El análisis genético realizado a mi padre determina, como ya indicamos en la primera de las comunicaciones, un haplotipo paterno R1b1b2a1a2 que nos conduce cinco siglos atrás hasta el judeoconverso Vicente de Montesdeoca y un haplotipo materno I que nos lleva, de hija a madre, en dieciséis generaciones, como pueden comprobar en el cuadro anexo, hasta Leonor de la Peña casada con Melchor Hernández. Nos vamos a centrar en este artículo en dicho linaje con algunas curiosidades genealógicas en torno al mismo.
Barranco de Aguatona. Foto: Cristina López
Pero antes de hacer ese recorrido debemos precisar que el haplotipo I, originario de Próximo Oriente, se extiende parejo al desarrollo de la agricultura por las costas del Mediterráneo sur concentrándose en torno a enclaves de la colonización fenicia como Cartago (Túnez) y Gades (Cádiz). Creemos que el primer poblamiento de las islas Canarias, en época histórica (primer milenio a.C.), pudo estar relacionado con el mundo fenicio y el traslado hasta el archipiélago de contingentes de población asentados en torno a los enclaves citados.
En la actualidad los mapas del ADN mitocondrial con localizaciones de hace 500 años (antes de la expansión atlántica europea) señalan una bolsa de efectivos humanos con el haplotipo I en Túnez que coincide como hemos señalado con la gran Cartago y un foco secundario en el sur de Portugal y España que coincide con la antigua Gades. En uno y otro lugar pueden estar los orígenes de las poblaciones que colonizaron las islas en la segunda mitad del primer milenio a.C. arribando a bordo de la armada fenicia grupos humanos que portaban en su ADN algunos de los haplotipos maternos que se encuentran en las momias indígenas CRS, H, HVR, V, J, T3, L3 y U en sus múltiples variantes, incluidas las autóctonas U6b y U6c.
El haplotipo I no aparece sin embargo en la serie de las 65 momias indígenas analizadas y en los estudios actuales es raro (1% del a población canaria actual). ¿Es su procedencia Iberia sur o el más lejano Túnez? ¿Arribó a la isla antes o después de la incorporación de Gran Canaria a la corona castellana? ¿Las mujeres como Leonor de la Peña que lo portan en Agüimes a principios del siglo XVI era indígenas, esclavas moriscas o pobladoras europeas? Son enigmas que pueden desvelarse si las ciencias genética e histórica aproximan posiciones. Trataremos, reconociendo nuestras limitaciones, de ayudar en esa dirección.
Lo que es evidente para los científicos de una y otra disciplina es que los apellidos no contribuyen para nada a dilucidar el origen de nuestros ancestros pues se tiene sobrada constancia de bautismos forzosos de los nativos, como la ceremonia colectiva oficiada en Gáldar por el Obispo Juan de Frías a mediados de 1483 en que centenares de guerreros y sus familias son cristianados. Buena prueba de ello es la relación que hace Viana de los soldados de la compañía de Maninidra que participaron en la conquista de Tenerife en la década siguiente, en la que los nombres y apellidos son, con pocas excepciones, caracterizadamente castellanos, a pesar de ser nobles nativos de la estirpe de los Semidanes.
Por cierto, y solo como curiosidad, debemos señalar que uno de los indígenas canarios que aparecen en dicha lista de conquistadores se llamaba Hernando de la Peña, precisamente el apellido que encabeza el cuadro del linaje que comentamos a principios del siglo XVI.
Carlos Platero nos habla de otro personaje homónimo que es escribano público en Gran Canaria en 1527 con el que seguramente no puede relacionarse el anterior, habida cuenta del dominio de la lengua castellana que poseen estos funcionarios.
Morales Padrón en su artículo en A.E.A.“Canarias en el archivo de protocolos de Sevilla” reseña que Francisco Peña es un conquistador de la isla que recibe tierras en Gáldar en los primeros repartimientos que hace Pedro de Vera. Pero nuestros ancestros con el apellido De la Peña son vecinos de Agüimes a mediados del XVI lo que hace difícil la conexión.
Nos propusimos pues buscar noticias concretas acerca de este apellido en la escribanía de Agüimes. Los datos más antiguos con que contamos acerca de Leonor de la Peña han sido recabados en una milagrosa carpeta de protocolos existentes en el Archivo Diocesano:
- Francisco Yánez DOTE a su hija María Ortiz, doncella, y de su mujer Isabel Perdoma para casarla con Bartolomé Cazorla, hijo de Melchor Hernández y Leonor de la Peña. Agüimes 31 de diciembre de 1570
- Francisco Díaz de Bullón DOTE a su hija Anastasia de la Cruz y de su mujer Ana Hernandez para casarla con Alonso Casado, hijo de Melchor Hernández y Leonor de la Peña. Aguimes a 22 de Julio de 1573
- Alonso Casado, curador de María Arteaga, hija de María de Arteaga, su hermana, y de su marido Juan López, DOTE para casar con Lope Franco, hijo de Blas Franco e Isabel Díaz. Agüimes, 5 de octubre de 1589
Tenemos pues tres hijos de Leonor de la Peña y Melchor Hernández con tres apellidos diferentes (Cazorla, Arteaga y Casado), lo cual era frecuente en la época, que viven y trabajan en Agüimes en los primeros tiempos del señorío episcopal. Con las fechas que están en liza podemos deducir que Leonor casó en torno a 1540 pudiendo haber nacido en torno a 1520.
De su marido Melchor Hernández tenemos más información en los protocolos del escribano Francisco Díaz Peloz. Aparece con frecuencia como testigo de la firma de distintos documentos desde mediados del siglo hasta 1589 en que aparece por última vez en un reconocimiento de deuda de una viuda, indicándose al pie de la misma que Melchor Hernández, el viejo, era vecino de la villa. Debió vivir muchos años pues son sus hijos varones, Alonso Casado y Bartolomé Cazorla, quienes desde los años 50 ejercen en la Heredad de Aguatona como cofirmantes de los contratos de los acequieros.
El matrimonio de su hija mayor, María de Arteaga, que debió fallecer tempranamente después de dar a luz a su hija homónima, con Juan López el mozo, hijo del Regidor Pedro de Burgos, parece atestiguar que procede de una familia de renombre sin que podamos probarlo por el momento. Lo cierto es que Melchor Hernández era un respetado propietario agrícola y miembro de la selecta Heredad de Aguatona lo que en aquel tiempo significaba ser un potentado.
Lo que realmente nos interesa es conocer la identidad de Leonor que es quien porta el haplotipo I citado y cuyo origen tratamos de dilucidar. El asunto es importante para la genealogía canaria pues no en vano del matrimonio de Leonor de la Peña con Melchor Hernández proceden linajes relevantes en la historia de las islas como Cazorla, Casado y Arteaga. Es por eso que nos planteamos, sin éxito, rastrear dónde y cuándo ejerció de escribano el tal Hernando de la Peña y si tuvo o no descendencia. Lo mismo nos propusimos infructuosamente con el conquistador Francisco de la Peña afincado en Gáldar en los primeros tiempos de la conquista de quien pudimos saber que vendió sus tierras al genovés Bautista de Riberol por lo que dedujimos que debió abandonar la isla, como tantos otros conquistadores. Conjeturamos posteriormente que el apellido de la Peña en la villa de Agüimes pudiera tener un origen autóctono de manera que pudo ser impuesto a nativos de las islas en función del lugar peñascoso donde vivían. Nos dio pie a dicha elucubración el curioso contrato ante el escribano de Agüimes que a continuación extractamos:
Juan Rodríguez Cubas, Cristóbal Hernández, Bartolomé Cazorla y Juan López el mozo, como criadores y vecinos de la villa deben pagar a Juan de la Peña, vecino de la villa, 12 dbs. para que acabe con tres perros que matan el ganado salvaje y andan en el barranco de Guayadeque. Agüimes 26 de abril de 1572
Mural sobre la vida cotidiana en Ingenio. Foto: C. López
Comprobamos que al menos dos de los contratantes citados son familiares, más concretamente cuñados, y que el contratado ha de ser un familiar directo de Leonor de la Peña, madre y suegra de los anteriormente señalados, quien sin duda tenía que ser un experto conocedor de los riscos del Guayadeque para recibir tal encargo que había de cumplirse entregando las cabezas, con las orejas (sic), de los perros.
Un último repaso a los protocolos de la escribanía de Agüimes del siglo XVI recogidos en el libro “Génesis y desarrollo de Ingenio…” de mis buenos amigos Rafael Sánchez Valerón y F. Enrique Martín Santiago nos aporta, creemos, las claves para resolver el enigma del origen de este linaje.
Además de Juan de La Peña, el cazador de perros salvajes, aparece como testigo en distintos oficios un tal Luis de la Peña, a quien se identifica como vecino de la isla. El documento fechado en 18 de marzo de 1575 ante Fco Díaz Peloz (pr 2485 s/f) es la prueba definitiva: en él se encomiendan determinadas suertes para el cultivo de caña a ciertos labradores. Lo firma un representante del doctor Ángel Lercaro teniendo como testigos a Juan Delgado, maestre de azúcar, y a Luis de la Peña, portugués, vecinos de la isla .
Se constata de este modo que el apellido de la Peña en Agüimes en el siglo XVI es oriundo de Portugal traído por especialistas en el cultivo de caña en y la producción de azúcar en los ingenios que darán nombre a la población que surge al otro lado del Guayadeque. Este aserto genealógico es perfectamente coherente con el mapa de la distribución del haplotipo I (23 and me.com) que comentábamos al principio de este artículo. Nos enorgullecemos pues de contar con laboriosa sangre portuguesa en nuestras venas.
Este descubrimiento vale la pena celebrarlo con uno de las octavas de mi poema histórico El drago milenario referido a este influjo identitario, aunque tengamos que autocorregirnos pues la llegada masiva de portugueses se produjo con anterioridad, como estamos comprobando con los de la Peña de Agüimes, a la integración de Portugal en el reino de España.
También el portugués es recio roble
en nuestra intrincada arboleda humana.
Venidos cuando eran españoles
de la Corona Unida de los Austrias,
dirigen con ingenio plantaciones
de oro blanco en los valles de Canarias,
¡y merced a su vena laboriosa
adquirimos acento y parsimonia!
Todas estas disquisiciones en torno al apellido de la Peña, que espero que hayan podido interesar a los lectores, permiten comprobar a los recién iniciados en los estudios genealógicos la dificultad de peinar el siglo XVI por la inexistencia de los libros sacramentales, con la excepción de Las Palmas y Telde donde existen registros de dicha centuria aunque, dado su estado, no puedan ser hoy consultados por lo que los estudiosos demandamos su pronta digitalización.
Los protocolos notariales son por tanto la fuente más importante de investigación en dicho siglo. En general, linajes relevantes como los descritos, por el hecho de ser propietarios agrícolas y herederos de aguas, pueden ser respaldados con los protocolos que conservamos en el Archivo Histórico Provincial, pero no así el de nuestros ancestros más humildes que no dejaron huella alguna en testamentos, dotes, y otros protocolos mercantiles porque no tenían propiedades que legar a sus hijos, o recursos para dotar a sus hijas o medios para hacer negocios de ningún tipo, ni mucho menos dinero para pagarse una información de limpieza de sangre o de nobleza.
Es por eso que tantos linajes en nuestro árbol aparecen irremediablemente cortados en torno al 1600, fecha a partir de la cual el Concilio de Trento empieza a ver hechos realidad sus acuerdos de que se abran en todas las parroquias libros sacramentales de nacimientos, defunciones y matrimonios, amén de establecerse un control sobre las dispensas. Por suerte para todos los interesados en la genealogía canaria, en este caso, el linaje maternal de mi abuela paterna, con el apellido De la Peña por estandarte, ha podido alcanzar casi el 1500 y gracias a la colaboración entre genética y genealogía hemos podido quizá dar algunas certezas acerca de su origen.




-Las fechas entre paréntesis de los matrimonios en el siglo XVI son proyecciones, no datos concretos estableciéndose un promedio de solo 30 años entre generación y generación al estar referidos a un linaje materno.

-Los nombres de lugares de nacimiento y defunción están referidos a las parroquias donde se registran excepto en el caso de Aldea Blanca, cuyos eventos fueron registrados en la Iglesia de San Sebastián de Agüimes.

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